CARLOS ARRIBAS
EL País.com
Según el ritmo que marcan las revelaciones periódicas de
escándalos de dopaje, los dirigentes del atletismo mundial y los aficionados se
preguntan por el valor de los récords establecidos por atletas cuyos pedigrí,
crianza, maduración y circunstancias históricas son sospechosos porque sí. Y la
excepcionalidad de muchas de sus marcas, intocables desde hace décadas, no
contribuyen a la credibilidad. El último gran terremoto, las revelaciones del
informe de la Agencia
Mundial Antidopaje (AMA) sobre el dopaje de Estado en Rusia,
ha dado motivo a la federación europea de atletismo (EAA) para organizar un
grupo de trabajo que examinará la credibilidad de los récords europeos.
Los resultados oficiales de sus investigaciones se conocerán
en septiembre, pero comparando el historial de los récords con el de los
avances de la lucha contra el dopaje se podría anticipar algunas de sus
conclusiones
De los 43 récords europeos en distancias y pruebas olímpicas
(22 masculinos y 21 femeninos), solo 13, menos de la tercera parte, cumple para
que con buena voluntad se les pueda considerar registros creíbles.
El mismo número, 13, casi la tercera parte, fueron
conseguidos por atletas del Este en la década de los 80 del siglo pasado.
Aunque los laboratorios ya detectaban los anabolizantes, el dopaje de la fuerza
y la velocidad, la falta de controles fuera de competición permitía a los
deportistas calcular la eliminación de las sustancias para llegar limpios a las
competiciones, como detallan documentos de la Stasi sobre el dopaje de Estado en la República Democrática
de Alemania.
Así, se podrían considerar increíbles el récord de 400m del
alemán oriental Thomas Schönlebe (44,33s en 1987); los 8,86m en longitud del
armenio, entonces, en 1987, soviético, Robert Emmyan, y las marcas intocables a
nivel mundial desde hace 30 años, pese al progreso en los entrenamientos, en la
tecnología y en los conocimientos fisiológicos, de los lanzadores alemanes
orientales Timmermann (23,06m en peso) y Schult (74,08m en disco) y el ruso
Sedykh en martillo (86,74m).
El gran símbolo de los récords imposibles e inaccesibles son
los 47,60s en que la alemana oriental Marita Koch corrió los 400m, récord
mundial desde 1985 y, según todos los especialistas, para siempre. Junto a
ella, de su época, de su ámbito geográfico y cultural, perviven cinco récords
mundiales y europeos y uno europeo. Son nombres (Kratochvilova, Kazankina,
Donkova, Kostadinova, Chistyakova, Lisovskaya y Reinsch) que los sabios de la EAA seguramente borrarán como
a punto estuvo de hacerlo la IAAF
cuando el cambio de siglo le hizo reflexionar sobre la posibilidad de comenzar
el siglo XXI a cero, borrando de sus tablas todos los récords anteriores a
2001.
De los registros femeninos habrían desaparecido seguramente
también los récords de triple salto (15,50m de la rusa Kravets en 1995) y de
3.000m obstáculos (8m 58,81s de su compatriota Galkina en 2008) si ambas
pruebas no hubieran sido aceptadas en el programa olímpico en la década de los
90 y en la primera del siglo XXI, respectivamente.
Solo cuatro de los 21 récords femeninos obtendrían un
semáforo verde. Una sería los 100m de la francesa Arron (10,73s en 1998). Las
restantes tres, el martillo de la polaca Wlodarczyk, la jabalina de la checa
Spotakova y el heptatlón de la sueca Klüft, son marcas no tan imposibles y
conseguidas en la última década, con más eficaz lucha antidopaje.
Las dudas sobre el récord de pértiga de Isinbayeva (5,06m en
2009) nacen de su condición de rusa, lo que, dado lo que se conoce del país de
Putin en los últimos años, y la tradición que marca su cultura del rendimiento,
la convierten en tan sospechosa como a su compatriota vallista Pechonkina.
Tampoco pasan la prueba la turca de origen etíope Abeylegesse, plusmarquista de
los 10.000m y las rusa Shobukhova (5.000m) y Lashmanova (20km marcha): ambas
dieron positivo después.
Los especialistas dudan de Schippers (21,63s en 200m, más
rápida que las dopadas del Este) por la excepcionalidad de la marca y las
características fisiológicas y técnicas de la holandesa. A Paula Radcliffe,
plusmarquista de maratón y declarada cruzada contra el dopaje, le penaliza lo
excepcional de su marca (2h 15m 25s), también récord del mundo y fuera del
alcance hasta de las especialistas kenianas y etíopes. Radcliffe posee las tres
mejores marcas de la historia. La cuarta, la keniana Keitany, está a más de
tres minutos de la inglesa.
El belga Mourhit dio positivo poco después de batir el
récord de los 5.000m el año 2000, lo que invalida su marca. Los 9,86s del
portugués Obikwelu son dudosos por su implicación en la Operación Galgo y
la confesión de su entrenador, Manuel Pascua, a la guardia civil que le
convertía en usuario de parches de testosterona. El francés Zwierzchlewski fue
detenido por la policía en una operación antidopaje poco después de su récord
de maratón. Y a los checos Zelezny y Sebrle, plusmarquistas de jabalina y
decatlón, respectivamente, les penaliza su nacionalidad, las costumbres
atléticas que aún pervivían hace una veintena de años, cuando consiguieron sus
registros.