CARLOS ARRIBAS
El País.com
La tarde londinense de agosto de
2012 en que colgaron en su cuello su 22ª medalla olímpica (la 18ª de oro),
Michael Phelps, un ser anfibio, lo anunció como quien promete que va a dejar de
fumar: "No me volveréis a ver en el agua. He alcanzado todos mis
objetivos. He pasado tanto tiempo de mi vida en el agua que no volveré a
tirarme a una piscina, ni siquiera por diversión". Este jueves, privilegio
solo de los más grandes, se llevó la contraria estruendosamente en la desértica
y calurosa Mesa (Arizona), en cuyo Grand Prix volvió a la competición en su
prueba fetiche, los 100m mariposa. Como pocos dudaban, volvió a lo grande: más
grande físicamente (con barba y un pequeño cinturón adiposo a la altura del
pliegue del bañador en la cintura) y grande también como nadador, con un tiempo
de 52,84s (3s más lento que su récord del mundo, batido en Roma en 2009 con el
bañador luego prohibido; 2s más lento que el que le valió su tercer oro en
Londres), que fue el mejor entre el más de centenar de nadadores que
participaron en las 14 series de la prueba, y que no está nada mal para estas
alturas de la primavera. Una décima más rápido que Ray Lochte, por ejemplo, y
más rápido también que Eugene Godsoe, que ganó el título nacional el pasado
verano. "Me ha encantado, pero lo puedo hacer mejor, por supuesto",
dijo el nadador. "He cometido algunos errores, que corregiré esta noche en
la final".
La promesa, el compromiso de
Phelps de no volver a mojarse, duró 14 meses, mucho menos de lo que muchos
apostaban y que ahora recuerdan que Michael Jordan logró aguantar tres años
antes de volver a las canchas como un campeón, que Lance Armstrong tardó cuatro
en retornar al Tour que finalmente mataría su leyenda, que otros inmortales que
regresaron porque la vida sin competición no era ni vida ni nada, como Mark
Spitz, Ian Thorpe, como Michael Schumacher, tardaron bastante más. Pero Phelps,
que no solo es el más grande nadador de la historia olímpica sino también, en
palabras del anterior más grande, Mark Spitz, "el más grande competidor
que nadie haya conocido", también debía ser el más rápido en regresar. Y
también convertirse en el más longevo. Si persiste en su idea de llegar a Río
2016, cuando ya tendrá 31 años, estos serían sus cuartos Juegos Olímpicos.
En octubre pasado, con mono de
cloro y quizás ahogado por la saturación de oxígeno, de vida al aire libre
sobre tierra firme que tan deprimente ha sido para otros campeones antes que
él, Phelps, que dentro de un par de meses cumplirá 29 años, volvió de nuevo a
la piscina de North Baltimore y le dijo a Bob Bowman, su entrenador desde que
tenía 11 años, que quería volver. "Pesaba entonces 102 kilos, 18 más de los
que pesaba en Londres 2012. Ahora estoy en 87, lo que no es poco
descenso", dijo Phelps la víspera en su primera conferencia de prensa en
dos años. Y en ella el Baltimore kid bromeó presentándose como un
"abuelo". "Y la verdad es que cuando empecé de nuevo era como un
saco".
El hombre de los ocho oros de
Pekín se había trabajado el sobrepeso con unos meses dorados de dolce far
niente, meses en los que dedicó su tiempo a jugar al golf, al póker, a ganar
dinero siendo hombre anuncio de una cadena de restaurantes de sándwiches, una
empresa de piscinas prefabricadas y una firma de ropa deportiva. "En este
tiempo no he hecho nada", dijo Phelps, que se entrena cinco días a la
semana y vuelve sin patrocinador, sin lucir publicidad. "Y empecé a notar
que me faltaba algo, que echaba de menos la natación. Así de sencilla es la
razón de mi regreso. Solo vuelvo para divertirme. Y me estoy divirtiendo de
verdad".
Phelps reconoció que el momento
más duro de su carrera fue la preparación para Londres, la dificultad de
encontrar una motivación que le permitiera sacrificarse lo necesario para
mantener su imposible nivel de ocho oros de Pekín. Por eso redujo a siete sus
competiciones en Londres (cuatro oros). Por eso, quizás, siempre que llegue a
Río, será aún más corto. "No sé si estaré en Río y a qué nivel", dijo
en Arizona. "Pero mi vida siempre ha consistido en objetivos y en deseos
que quería cumplir. Y ahora es también así. Tengo objetivos y sueños. Es lo que
he hecho en el pasado y estoy expectante por saber adónde me lleva el camino
que se abre ante mí. El viaje comienza ahora".
Antes de Río 2016 se disputa en
2015, en Moscú, el Mundial, una cita a la que no debería faltar, lo que le
obligará a acelerar su preparación. Así, los próximos campeonatos nacionales,
en agosto, forman parte de los complicados sistemas de calificación de Estados
Unidos para el Mundial. "Pero no me preocupa lo que la gente piense si no
logro alcanzar el nivel que tuve", dijo. "Hago esto solo por mí. Si
no logro los éxitos que la gente espera o que la gente cree que debo alcanzar,
y si por eso se piensa que mi carrera queda manchada, eso es su problema".
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