FERNANDO MIÑANA
Las voces del Dúo Dinámico repican en los pequeños
auriculares de Ruth Beitia. «Resistiré, para seguir viviendo. Soportaré los
golpes y jamás me rendiré. Y aunque los sueños se me rompan en pedazos,
¡resistiré, resistiré!» Quedan muy pocos minutos para entrar en el estadio Rey
Balduino, en el distrito de Heysel, en Bruselas, y lanzarse a por el diamante
que le acreditará como la mejor saltadora de altura del año. O, al menos, la
más regular. 'Resistiré' es la última canción que escucha casi siempre. Un poco
antes sonó la voz de Manolo García y su 'Pájaros de barro' y la de Rulo y La Contrabanda , un
cantante de su tierruca, amante del atletismo, con quien espera compartir
escenario algún día.
«Yo creo que sí, que algún día cantaré con él», contesta, en
serio, Ruth Beitia mientras sus Nike floreadas pisan la moqueta del hotel
Sheraton de Bruselas por donde pululan las estrellas del atletismo que acaban
de brillar en el Mundial de Pekín. De allí salió con un quinto puesto algo
insípido porque a sus 36 años, en la prórroga deportiva que se concedió después
de su amago de retirada tras los Juegos de Londres, los éxitos comenzaban a ser
un hábito. Pero el atletismo le ofrecía una revancha dos semana después: ganar la Diamond League.
Valía la pena resistir.
La santanderina tiró de sangre fría y descartó las dos
primeras alturas (1,80 y 1,85). Debutó, con un salto a la primera, sobre 1,90.
Solo una vez en su vida había empezado así (y otra sobre 1,92), pero fue en
competiciones menores. Se mostró muy segura también sobre 1,93, pero
sorprendentemente se enredó en 1,95, donde se quedó anclada.
Su victoria, curiosamente, estaba en manos de una rusa. Si
Chicherova ganaba el concurso se llevaba el diamante, pero si lo hacía Kuchina,
el trofeo era para Beitia. Y Kuchina no titubeó. La campeona del mundo pasó
todas las alturas a la primera, incluido el 2,01 y su compatriota se quedó en
1,97. Beitia hace historia con el triunfo en la Diamond League y se
lleva el premio de 40.000 euros.
Era una cita con la historia. Ningún español, hombre o
mujer, había ganado nunca la
Diamond League. Por eso, de manera excepcional, viajó a
Bélgica con sus principales apoyos. Ramón Torralbo, el 50 por ciento de sus
logros, el entrenador con el que lleva 25 años de fidelidad y pasión por el
salto de altura, pero que nunca había estado en una prueba de la Diamond League. O
Toñi Martos, la psicóloga deportiva que levantó un muro de hormigón en su mente
para que la competición dejara de ser un martirio. «Ya no me pongo nerviosa:
disfruto mucho de la competición; adoro competir». Los quería a su lado. Como a
Julia García, su representante, infalible compañera de viaje desde hace 10
años. Y varias amigas, incluida la atleta Irache Quintanal, a quien conoció con
12 años, uno menos que la plusmarquista nacional de lanzamiento de peso. Han
pasado 24 años y la amistad resiste.
Las rutinas también le acompañan. El jueves se durmió antes
de la medianoche y a las ocho y media ya había abierto los ojos. «Estoy
habituada a levantarme cada día a las 7 o 7.30 y no aguanto mucho más en la
cama». Un café y un breve paseo antes de reunirse con Toñi Martos para trabajar
juntas en una sesión de 30 minutos. «Reforzamos mis fortalezas y hacemos una
visualización de los saltos». A las dos toca comer. Algo ligero para sus
escasos 71 kilos: pasta con atún o pollo y un chorrito de aceite de oliva.
Suficiente para dormir bien a gusto 20 minutos de siesta. «El hambre me entra
después de saltar», aclara.
Y de allí a la pista. En el calentamiento, una hora y media
antes del concurso, elige aleatoriamente la música de su iPod. «Lo mismo suena
música clásica que heavy. Me va todo. Y según haga una cosa u otra le va un
tipo de música». Antes de llegar a la pista e ir poniendo a tono su cuerpo, dos
últimos rituales. Uno es el repaso de Julia García. «Ruth, ¿llevas los
dorsales? ¿Y la documentación? ¿Las zapatillas?». Lo imprescindible en la
mochila junto a una toalla para tumbarse en la pista.
Y la segunda costumbre, siempre, antes de salir del hotel es
la llamada a Aurora Vila. «Es mi madre, la persona a la que más admiro y en
quien me gustaría convertirme alguna vez. Necesito escuchar su voz antes de
competir. Me pregunta cómo estoy, me da ánimos y me pide que rece. Y yo, claro,
pues rezo. Es muy vitalista y siempre me dice, aunque sea con una mirada, lo
que necesito oír. Yo le pido una bendición. Es mi gran apoyo, como mi hermana
Inma, que también fue atleta».
Ya está lista. En el estadio pasean, una costumbre en el
Memorial Ivo van Damme, a las estrellas en coches sin capota. En uno saludan
sonrientes las dos rusas que anhelan el diamante de Ruth, Anna Chicherova y
Maria Kuchina. Beitia siempre en la sombra, pero resistiendo, viendo pasar a rivales
que llegan, luchan contra ella y se retiran. La cántabra ahí sigue y cada año
va conquistando a los aficionados que le muestran respeto en todos los
estadios. Como en Zúrich o Bruselas, dos lugares que Beitia venera y a los que
acude como a las dos principales catedrales del atletismo.
Pronto se despedirá de ellas. «Ahora mismo no me veo, por
ejemplo, en el Mundial de 2017, en Londres, aunque no lo descarto, pero mi
objetivo es conseguir lo único que me falta, una medalla olímpica. Eso sí,
seguiré solo mientras me vea igual de competitiva». Y en sus auriculares la
música estalla en sus oídos. «Y aunque los vientos de la vida soplen fuerte,
soy como el junco que se dobla, pero siempre sigue en pie».
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