CARLOS ARRIBAS
El País.com
Los atletas occidentales en estos días de descubrimientos se
quejan de la injusticia que supone que ellos trabajen, se sacrifiquen, se
entrenen como mulos mientras sus colegas rusos se pegan la gran vida antes de
robarles las medallas gracias al dopaje. “Pero esto no es así”, precisa Arturo
Casado, campeón de Europa de 1.500m en 2010. “No podemos decir que los que se
dopan se entrenan menos que los atletas limpios. Al contrario, los dopados se
entrenan mucho más y con más intensidad porque el dopaje les permite justamente
eso, recuperarse mejor entre sesión y sesión, acumular más cargas de trabajo.
Esa es su ventaja”.
Arturo Casado, atleta, entrenador y profesor, es, desde el
20 de mayo, el día en que leyó su tesis, doctor en Ciencias de la Actividad Física
y del Deporte. Sobre su pasión, el atletismo, arroja una mirada a veces triste,
a veces esperanzada y casi optimista, siempre cargada de curiosidad e ilusión.
“Esta es mi vida, soy atleta. He estado en Kenia, en Sudáfrica, en Alemania,
hablo con australianos, con neozelandeses, he corrido descalzo y me he
lesionado, me he equivocado y de cada error he aprendido, y esa es la única
forma de avanzar, de sentirse vivo. He practicado el método científico,
ensayo-error, conmigo mismo, y creo que las cosas se pueden cambiar, se pueden
hacer mejor”.
Su tesis —Rendimiento excelente en las carreras de larga
distancia: Estudio comparado de corredores kenianos y españoles de alto
rendimiento— son 277 páginas, muchos números y, sobre todo, una historia, la
del atletismo keniano y sus atletas, que le fascina.
Cuenta Casado, madrileño de 33 años, la historia colonial de
Kenia, el Valle del Rift, el paraíso del atletismo de fondo; cuenta cómo los
misioneros y el Ejército británicos crearon clubes de atletismo, el deporte del
imperio, para asimilar a la población, sumergirla en su forma de ver la vida, y
cuenta cómo, 50 años después de la independencia, el atletismo es la principal
fuerza económica del país, la única esperanza de futuro de miles de sus
habitantes.
“De niños van corriendo a la escuela, cinco, 10 kilómetros
diarios, y descalzos. Los kenianos desarrollan ya en la niñez su capacidad
básica, y la técnica de carrera. Saben ya cómo pisar para no hacerse daño y de
la manera más eficiente”, dice Casado, que llevó a cabo una encuesta con
decenas de atletas kenianos durante su estancia de varios meses en Iten hace
unos años, en la ciudad en la que cientos de atletas salen todas las mañanas a
entrenar como en un escaparate detrás del que decenas de mánagers blancos
observan y eligen. “Después, pueden entrenarse muy bien, convirtiendo casi cada
salida en una prueba de eliminación, carreras de 40 kilómetros que
solo los mejores resisten. El resto del día se alimentan frugalmente,
descansan, contemplan cómo pasa el tiempo y duermen, y sueñan en cómo será
cuando corriendo hayan ganado suficiente dinero para tener familia y vivir su
vida apacible”.
El método keniano, que no es una filosofía sino una forma de
vida modelada por las circunstancias económicas, sociales, históricas y
geográficas, no puede ser trasladado a España, donde, sin embargo, la gran
tradición atlética es la del fondo y el medio fondo, desde Mariano Haro, Javier
Álvarez Salgado o Jorge González Amo. Después llegaron las grandes figuras,
González, Abascal, Cacho. “Y entrenadores que adaptaron sus métodos a las
nuevas circunstancias de atletas que de un día para otro eran hombres nuevos y
que aceptaban y podían con todas las cargas que les pusieran, 180 kilómetros a la
semana para un mediofondista, sesiones dobles y cuatro días de series”, dice
Casado. “Y ahí radica, creo yo, nuestro problema actual. En España se sigue
entrenando como en los tiempos del dopaje, con demasiada intensidad cuando ya
no hay la misma capacidad de asimilación y recuperación, y los atletas no lo
soportamos. Por eso hay tantas lesiones y el rendimiento no es el que se
espera. Por eso los jóvenes se queman. Yo, que he visto cómo entrenaba a mi
lado mi compañero Alberto García, también he sido una víctima de ello”.
La nueva verdad
Aparte de África, a Casado le inspira la historia del
atletismo escandinavo, australiano y neozelandés, otras formas de vida, otras
culturas, más cercanas a la española. Habla de sus entrenadores de hace 60
años, de Arthur Lydiard, de Percy Cerutty, y de sus atletas, Herb Elliot, Peter
Snell, de los campos de entrenamiento en Suecia… “Ellos son la inspiración,
pero la nueva verdad son los entrenamientos polarizados y los entrenamientos de
fuerza, que es lo que hago con mis atletas”, dice. “Hay que entrenar en carrera
un 80% suave y un 20% muy fuerte, resistencia y velocidad, que luego se
transferirán. Y ahora se entrena mucho en la zona media alta, la que destroza.
Y la fuerza hay que entrenarla con pesas a mucha velocidad y muy bien hecha…”.
Aunque no ha vuelto a competir a gran nivel desde su Europeo
de 2010, Casado, que no ha tenido un año sin lesionarse desde entonces, lo que
llama la herencia del entrenamiento recibido, se toca la cicatriz de su último
percance y dice que volverá, que sigue siendo atleta, que no dejará de
intentarlo aunque también dé clases y estudie y entrene a otro en Tarancón
(Cuenca). “Me niego a dejar que una lesión me retire”, dice.
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