SERGIO HEREDIA/TOKIO
Me atiende a través del Zoom, desde la habitación de un hotel cuyo aire acondicionado, deduzco, está trabajando a fondo: Bromell se ha cubierto la cabeza con una capucha.
Me
pregunto si pasará el tiempo así, encerrado en el cuarto, con la cabeza
cubierta.
–En
aquel 2018 me miré en el espejo y empecé a reconocerme como persona. Entonces
era uno de los atletas más rápidos del mundo (bronce en 100 m en los Mundiales
de Pekín 2015, finalista en Río 2016), pero tenía dudas. No solo me lesionaba a
menudo, sino que también había acabado una licenciatura en Teología y un máster
en Economía. Y me preguntaba: ‘¿Quiero seguir siendo un atleta?’. Me miré
varias veces, pasé semanas pensando en todo aquello, y al final me dije: ‘OK,
Tray, vas a ser el hombre que quieres ser’. Y decidí que el Trayvon anterior se
había ido.
–¿Y
qué pasó?
–Buahhh, muchas cosas. Profundicé en la literatura, la música, las finanzas, la fotografía... Y también, en seguir corriendo. Quería sacar lo mejor de mí, lo mejor en cualquier cosa. Concentré todo mi talento en eso, pues no todo debía hacerlo Dios. Tenía que poner de mi parte.
En
junio, tras ganar los 100 m en los Trials de Estados Unidos (este año ha
corrido en 9s77, mejor marca mundial del año), Trayvon Bromell solo le había
concedido una frase al comentarista televisivo que había bajado al tartán para
entrevistarlo.
Le dijo:
–
God is real (Dios existe).
–¿Eso
es todo lo que va a decirme? ¿Nada más?
–
God is real. Eso es todo.
Y
así, el comentarista, algo desconcertado, pasaba a hablar con el segundo y el
tercero, Ronnie Baker y Fred Kerley, los otros dos estadounidenses que correrán
en Tokio 2020, mientras el pequeño y explosivo Trayvon Bromell (1,73 m y 71 kg)
salía de cámara.
–¿Qué
quiso usted decir cuando dijo ‘God is real’ ? –le pregunto al fenomenal
velocista que se cubre la cabeza con la capucha.
–Quería
que la gente supiera que todos somos unos humanos en una pequeña, pequeñísima,
esfera. Que nos rodean cosas que apenas podemos comprender. No trato de
persuadir a nadie para que crea en lo que creo, pero sí quiero contarle a quien
me escuche de que podemos conseguir cosas increíbles, sobre todo cuando vivimos
momentos terribles.
–¿Qué
momentos?
–Me he roto huesos y músculos. Y muchos doctores me dijeron que no volvería a ser el que había sido (en el 2014 se convertía en el primer atleta júnior que rompía la barrera de los 10 segundos en los 100 m: 9s97; aún conserva ese récord mundial U20). Y sin embargo, he vuelto. Lo sé: estudié religión. Pero me interesa la ciencia.
–¿Qué
ciencia?
–Cuando vivía en el college (Gibbs High School en Florida), comía como todos. Es normal, es lo que me daban. ¿Una Coca-Cola? Por supuesto. ¡Incluso un Domino’s Pizza! Pero luego, al profesionalizarme, comprendí que aquel no era el camino, que aquello me estaba destruyendo, que me provocaba las lesiones. Eliminé las bebidas gaseosas, el cerdo... Si quería ser el más rápido, aquella comida no me ayudaba. Tenía que respetar mi trabajo. La ciencia me hace mejor.
–¿Se
ve favorito ante Tokio?
–Los Juegos son importantes para mí, como para cualquier otro. Pero yo no los veo como los demás los ven. Ni siquiera los veo como los veía en el 2016. Entonces, solo pensaba en ganar. Hoy son importantes para mí porque me permiten demostrar que he vuelto de allí abajo.
–Y
el hecho de correr sin público, en un estadio vacío. ¿Cómo va a afectarle eso?
–Tal vez afecte a los otros. A mí, no. Como corredor, crecí sin que los otros me miraran. Apenas lo hacía mi madre. ¿Adoro el apoyo del público? Claro, pero yo haré mi trabajo igualmente. Los 100 m son iguales, con o sin público.
–¿Y
qué ha sido Bolt para usted?
–Un
icono. Alguien que ha disparado la atención por este deporte. Y lo ha hecho con
su carisma, sin desplazar a Allyson Felix o Carl Lewis. Yo me siento bendecido.
Viví parte de su época. Daban la salida y ahí veía cómo volaba Bolt, con sus
superpoderes. Podré decir: nadie en miles de millones de años ha ido más
deprisa que él. Y yo estaba allí, yendo a su lado.
(Los
100 m arrancan a partir del 31 de julio).
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