CARLOS ARRIBAS
El País.com
Son
los monjes. Ascéticos. A las siete de la tarde cenan ligero. A las 10 de la
noche están en la cama. A las 3.50 de la mañana, el sol aún oculto, desayunaban
y veían llegar al hotel a compañeros que corren y saltan volvían de disfrutar
de la noche de Budapest y los miraban casi con compasión, pobrecitos, qué vida,
pero más con admiración, pero qué buenos, sois, sois los mejores del mundo. Lo
fueron el fin de semana. Campeones de los 20 kilómetros marcha. El sábado,
Álvaro Martín; el domingo, María Pérez. Lo volvieron a ser el jueves cuando el
sol apenas había regresado para quemar espaldas y fortalecer la voluntad de
desafiarlo. A las siete de la mañana salieron ambos. Al mismo tiempo. Dos horas
y 24 minutos y medio después, el tiempo que tardó, a casi 15 por hora (cuatro
minutos y siete segundos cada 1.000 metros), en recorrer 35 kilómetros, más
rápido que nunca en su vida, pelo negro al aire, barba recortada, grandes gafas
oscuras, Álvaro Martín, solo, como los campeones, cruzaba la línea final a la
sombra de las estatuas de los héroes del pasado húngaro. María Pérez, con la
que coincidía de vez en cuando en el circuito de dos kilómetros por grandes
avenidas sombreadas, asombradas por su garbo, tardó solo un cuarto de hora más,
o un poco menos, 14 minutos y 10 segundos menos, exactamente, en recorrer la
misma distancia, a cuatro minutos y 32 segundos cada kilómetro. Llegó también
sola. Había marchado sola, única, los últimos 15 kilómetros.
Son
luchadores. Son los héroes. Son la marcha triunfal. Son el atletismo español
triunfante como nunca: ningún país del mundo había logrado ni en Mundiales ni
en Juegos Olímpicos ganar las cuatro pruebas en la misma edición.
Son
las únicas medallas en Budapest 2023, hasta ahora, del atletismo español, que
ha conseguido solo 11 oros en los 40 años de historia de los Mundiales de
atletismo. Siete de ellas (más del 63%) se han conseguido en marcha. La marcha,
la disciplina de locos, según unos, de los más luchadores, según la mayoría,
cabezotas, determinados, le abrió al atletismo español la puerta de las
medallas olímpicas con Jordi Llopart en Moscú 80. Más de 40 años después, y
pasados los grandes nombres de grandes campeones, Josep Marín, Chuso García
Bragado, Valentí Massana, María Vasco, Juanma Molina, Miguel Ángel López… es
también la marcha la dueña de su apogeo. Son María Pérez y Álvaro Martín, y
también son Diego García Carrera y Cristina Montesinos, la atleta de Terrassa,
de 29 años, entrenada por Massana, que termina quinta en su primer Mundial, en
una cadena, eslabón tras eslabón, herencia tras herencia, que, recuerda Álvaro
Martín, no se ha roto y no se romperá, aunque el futuro sea duro. “Todos
tenemos un legado, con grandísimos campeones, hombres y mujeres”, dice Martín,
dos oros Mundiales al cuello, y dos Europeos. “Y ese legado lo mantenemos con
responsabilidad”.
La
marcha amenazada por los tiempos de las prisas y las urgencias y el fulgor
inmediato. La disciplina de las sensibilidades extremas, según su maestro
polaco, Robert Korzeniowski, porque obliga al atleta a tener siempre un pie
sobre el suelo, y así siente en la piel, a través de la zapatilla, la tierra de
los caminos en los que entrena, los diferentes tipos de asfalto, las aceras, se
siente parte de todo, que odia, según algunos colaboradores cercanos, Sebastian
Coe, el presidente de la federación internacional de atletismo (WA), que no
duda en bajar todo sudado al pie de la pista del estadio de Budapest para
abrazar como un hincha enloquecido al escocés Josh Kerr nada más proclamarse
campeón de los 1.500m, su distancia y la de los gourmets exquisitos del
atletismo, pero que ninguna de las tres mañanas en la que la marcha ha tomado
el centro de Budapest se ha pasado por la plaza de los Héroes para aplaudir a
los atletas. Les da la espalda, no una palmada en la espalda, y acepta que en
París, dentro de un año, desaparezca del programa olímpico la distancia de los
50 kilómetros, la que designa a los más duros y resistentes, y sustituida por
un relevo mixto en el que un hombre y una mujer se dividen 42,195 kilómetros,
la distancia del maratón, en cuatro postas de 10,550 kilómetros cada una.
La
distancia de 35 kilómetros, aunque favorezca a los especialistas de los 20,
pues su ritmo no está muy alejado, y perjudique a los atletas de fondo, los
especialistas de 50, es otra cosa. Permite la historia de María Pérez. Ciencia
y fe, María Pérez, el carácter exigente y duro de Teresa de Ávila, su
cabezonería en una cabeza tan dulce tan pequeña de tamaño que todas las gorras
la desbordan, su convencimiento, la misma búsqueda del éxtasis a través del
sufrimiento.
Cumplidos
20 kilómetros María Pérez, 27 años, de Orce, Granada, el sol naciente a su
espalda sobre el Danubio, cambia el ritmo y abandona a las compañeras con las
que compartía el paseo delante de todas. Abandona sobre todo a la peruana
Kimberly García, la doble campeona de los Mundiales de Eugene, hace un año, que
no aguanta la marcha herida de la granadina entrenada por Jacinto Garzón, su
ciencia y sus supersticiones, cámaras hipobáricas, altura intermitente y
estampitas de Cristos y Vírgenes en los bolsillos. “Ha sido una táctica
obligada por la lesión que me produje en los 20 kilómetros”, dice la doble
campeona del mundo y campeona de Europa. “Me ha estado molestando, pero no he
tenido ese dolor punzante del ciático que sufrí cuando se me inflamó el otro día.
Me ha hecho marchar así porque yo no podía ir a cambios bruscos de ritmo y
altibajos. Eso podía hacer que el ciático en algún momento se me pinzara y no
podría mover la pierna. De hecho, había dudas de que terminara el 35″. Con su
ritmo fuerte y fluido, resistió y más rápida que ninguna. Más de dos minutos
después de ella (2h 38m 40s), llegó Kimberly Martín (2h 40m 52s), plata. El
bronce, para la griega Antigoni Ntrismpioti, doble campeona europea. “Esta
noche voy a quemar Budapest”, promete María Pérez. “Quemo Budapest, quemo
España luego y todo. Creo que nos merecemos desconectar, vacaciones, sobre todo
disfrutar. Cuando terminé los 20 el domingo, me fui del control antidoping al
hotel y no he salido. He visto a mi mujer solo un día, a mis amigos también, es
decir, creo que hoy ya me merezco disfrutar con ellos…”
Podría
patentarlo Álvaro Martín, marchador de Llerena, Badajoz. El ataque Álvaro
Martín, se llamaría. La definición: cambio de ritmo irresistible a cinco
kilómetros del final de una prueba de marcha. Así, con un ataque de cinco
kilómetros, Álvaro Martín, de 29 años, habitante de Cieza, Murcia, donde José
Antonio Carrillo, su entrenador, amamanta la marcha desde hace décadas, ganó el
sábado pasado, y parece que fue hace un siglo, la medalla de oro de los 20
kilómetros.
Así,
aunque de una manera un poco más complicada debido a la dura resistencia del
marchador ecuatoriano Brian Pintado, de la Cuenca en los Andes del gran
Jefferson Pérez, que le obligó a un remache a kilómetros y medio del final, se
impone la mañana calidísima y empapada del jueves, al amanecer casi de
Budapest, en la prueba de 35 kilómetros y recibe abrazos y felicitaciones de
todos, también de Carrillo, que lo ha ganado casi todo y solo desea, antes de
retirarse, hacer un Sam Mussabini, y en su maleta olímpica siempre hay un
sombrero de paja que espera ser reventado de un puñetazo, como hizo en París el
entrenador británico inmortalizado en Carros de fuego, cuando su atleta, Harold
Abrahams, gana los 100 metros en los Juegos de París 1924. “Qué bueno que
eres”, le dice el entrenador de Cieza, y le aprieta la cara con sus manos.
“Pero me tienes que hacer caso. Ya sabes que te dije que si atacabas a cinco
kilómetros no te tenías que dejar coger, y te alcanzó el ecuatoriano… Y Martín
responde: “No sabes cuánto he sufrido. Le he ganado por fortaleza psicológica,
no física”. Martín se impuso con un tiempo de 2h 24m 30s, cuatro segundos menos
que Pintado, plata, 42 segundos menos que el japonés Masatora Kawano, bronce.
Como
María Pérez, en mujeres, Álvaro Martín, licenciado en Políticas, casi
licenciado en Derecho, es el primer atleta español que consigue dos medallas de
oro en una misma cita, y cada uno de ellos se embolsará como rima de la WA la
misma cantidad, 70.000 dólares (64.000 euros) por cada medalla. Dentro de un
año, en París, solo les esperan los 20 kilómetros y 10 de relevo. Y un sombrero
de paja destrozado de un puñetazo 100 años después.