jueves, 2 de enero de 2014

UNA CENTÉSIMA ETERNA



Santiago Segurola 
MARCA.com

La aventura de Michael Phelps no estaba completa el sábado 15 de agosto de 2008, octava jornada de las pruebas de natación de los Juegos de Pekín 2008. Ese día comenzaba el calendario de atletismo, en medio de las enormes expectativas que había despertado un joven jamaicano en las carreras cortas. A la misma hora que Usain Bolt iniciaba en las series de 100 metros su inolvidable trayectoria en Pekín, Michael Phelps se disponía a nadar la final de los 100 metros mariposa, a la caza de su séptima medalla de oro, el santo grial olímpico definido por el nadador estadounidense Mark Spitz en los Juegos de Múnich 72.
La imagen de Spitz con las siete medallas de oro colgando de su cuello figurará para siempre entre las más famosas de la iconografía del deporte. Nadie había conseguido tantas victorias en una edición de los Juegos Olímpicos. Parecía una hazaña insuperable, pero un nuevo Spitz comenzó a despuntar en los Juegos de Sidney 2000.
Se llamaba Michael Phelps, un chiquillo de Baltimore que había alcanzado la final de los 200 metros mariposa dos meses después de cumplir 15 años. Phelps, hijo de una maestra y de un policía, tenía algo de mesías de la natación. Con 10 años comenzó a destrozar récords infantiles estadounidenses. En Sidney terminó en quinta posición. Cuatro meses después batió su primer récord mundial, el de 100 metros mariposa. Desde entonces había superado en fama y títulos al australiano Ian Thorpe. Phelps acudió a Pekín con el objetivo de igualar o superar las siete medallas de Spitz en Múnich. Hasta el sábado 15 todo iba como la seda: seis victorias, seis medallas de oro.
Aunque la prueba de 100 mariposa había significado su primer récord mundial, se había convertido también en la más complicada. Su compatriota Ian Crocker le batió en los Mundiales de Barcelona 2003 y en los de Montreal 2005. Crocker había llegado a 2008 con el récord mundial (50.40 segundos). Phelps le había derrotado en los Juegos de Atenas 2004 y en los Mundiales de Melbourne 2007, pero siempre con dificultades extremas, casi heroicas, en la última brazada. Cuatro centésimas separaron a Phelps de Crocker en Atenas 2004. Cinco en Melbourne 2007. En los Juegos de Pekín le esperaba un trabajo aún más difícil. Ian Crocker parecía por fin vulnerable, pero otro nadador esperaba dispuesto a acabar con la soberanía de Phelps. Su nombre: Milorad Cavic.
La amenaza serbia
Representaba a Serbia, pero había nacido en Estados Unidos, donde se forjó una considerable fama en el equipo de los Golden Bears de la Universidad de California Berkeley. Cavic era hijo de emigrantes serbios. Su conexión con la tierra originaria se acentuó durante la guerra de los Balcanes. Durante su trayectoria deportiva había exhibido su lado nacionalista en numerosas competiciones internacionales. En Pekín quería convertirse en un protagonista de primera fila. Si derrotaba a Phelps, su nombre alcanzaría una magnitud universal. Y tenía buenas razones para lograr su sueño.
Phelps había dominado todas las pruebas individuales en Pekín, en todas con récords mundiales incluidos: 200 metros libres, 200 y 400 metros estilos y 200 metros mariposa. También había conquistado el 4x200 libre y el 4x100 libre, donde estuvo a centésimas de quebrarse su aventura.
Aquella mañana, tenía motivos para sentirse preocupado. Buscaba su ansiada séptima medalla, pero comenzaba a notar el efecto de la fatiga: 3.100 metros de máximo esfuerzo desde las series de 400 metros estilos en la primera jornada, ocho días antes de la final de 100 mariposa. Sin hacer ruido alguno, Milorad Cavic se había preparado perfectamente para el gran golpe. Sólo había nadado 300 metros: una serie 100 libres y las dos carrera de 100 mariposa que le permitieron alcanzar la final. Sus registros explicaban su fantástico estado de forma. En los 100 libre logró el sexto mejor tiempo de todas las series, con una marca de 48.15 segundos, la mejor de su vida con mucha diferencia. Sin embargo, Cavic prefirió no participar en las semifinales. Su objetivo era doble: Phelps y los 100 mariposa.
Cavic conmocionó a los analistas con su récord olímpico (50.76 segundos) en las series de 100 mariposa. Phelps marcó 50.87. En las semifinales, Cavic impresionó algo menos, pero también logró la mejor marca: 50.92 segundos frente a 50.97 de Phelps. En el aire flotaban todas las señales de una gran carrera y de un formidable problema para el estadounidense, sometido a una presión extrema y al inevitable cansancio. Un día antes había superado a Ryan Lochte en la final de 200 metros estilos, con un nuevo récord mundial.
Aunque Phelps era el consumado mariposista, Cavic se había transformado en un as de la especialidad. Mucho más explosivo que Phelps, no tenía rival en los primeros 50 metros. Su misión consistía en lograr la máxima ventaja y en aguantar el asalto final de su adversario. En los últimos años, Phelps había convertido los 100 metros mariposa en una prueba angustiosa de persecución. Concedía demasiado en la primera mitad de la prueba. Esta vez se vio destinado a la caza más célebre en la historia de la natación.
Phelps, sólo séptimo
Como estaba previsto, Cavic arrancó como un ciclón. Ante el asombro general, Phelps se descolgó en los primeros metros, sin reacción aparente hasta el muro. Cavic dobló primero con un parcial extraordinario 23.46 segundos. Detrás, pasaron uno a uno hasta Michael Phelps, decepcionante séptimo en la primera mitad de la carrera. Se había anticipado la ventaja del serbio en el trayecto inicial, pero no hasta ese punto. Phelps atravesó por los 50 metros en 24.05 segundos. Por mucho que Phelps fuera un milagro en bañador, la distancia se antojó excesiva: 59 centésimas, más de medio segundo, un mundo.
La respuesta del campeón estadounidense fue feroz frente al resto de sus adversarios, pero insuficiente ante Cavic. Phelps recortó la ventaja metro a metro, manifestó lo mejor de su calidad como nadador y de su impresionante vigor competitivo, tiró de todos sus recursos para superar a su rival. Nada. Cavic se mantenía en cabeza a falta de cinco, cuatro, tres, dos…un metro. Cuando completó su última brazada se deslizó como un submarino hacia la pared, atacado por una fatiga descomunal.
Fue entonces cuando Phelps tomó la decisión más arriesgada y gloriosa de su trayectoria como nadador. En lugar de deslizarse bajo el agua como Cavic, una elección que sólo le aseguraba el segundo puesto, se levantó sobre el agua y dibujó una portentosa media brazada, sin apenas espacio para ejecutarla. Fue una reacción nuclear frente a la académica llegada de Cavic, que se encontró con un problema: la pared se le quedó algo más lejos de lo que deseaba.
El Cubo de Agua, el hermoso recinto que acogió las pruebas acuáticas, se transformó en un pandemonio por primera vez en los Juegos. Todo señaló a Cavic como ganador. Cuando se repitió la llegada en el gran panel de televisión, la impresión se convirtió en certeza. Había ganado Cavic. Sin embargo, el registro electrónico dijo otra cosa: el vencedor era Phelps, con un tiempo de 50.58 segundos, una centésima más rápido que Cavic. Una sensación de incredulidad se instaló entre los nadadores, los periodistas y el público. La delegación serbia se movió con rapidez. Protestó ante la Federación Internacional de Natación (FINA).
Exigió ver las imágenes y la foto finish. Cuando sus representantes reaparecieron, aceptaron el resultado, pero su fastidio era evidente. Se habló de trampa y de la relación contractual que mantenía Phelps con la marca de relojes encargada del cronometraje.
La FINA se resistió a ver las fotos de los fotógrafos, señalando que era ilegal mostrar las imágenes, una decisión que multiplicó las sospechas. Todo cambió cuando la revista Sports Illustrated publicó sus propios fotogramas en la edición digital. Cada uno de ellos mostró la ventaja de Cavic hasta el último centímetro. En el último de los fotogramas se observa el estiradísimo cuerpo del serbio en busca de la pared. Sus dedos rozan la pared. En el mismo fotograma, se observa el golpazo de la mano izquierda de Michael Phelps contra el dispositivo que anota electrónicamente el tiempo.
Es posible, o muy probable, que Cavic tocara antes la pared que Phelps, pero sin la suficiente fuerza para registrarlo en el cronómetro. En esas circunstancias no se trata de llegar primero, sino de hacerlo con la suficiente energía como para anotarlo en el sistema de medición. La centésima de ventaja sobre Cavic. quedará para la posteridad como una diferencia eterna: la que significó igualar la hazaña de Mark Spitz. Un día después, sin ningún drama, Phelps consiguió en los 4x100 metros libres su histórico récord de ocho medallas.

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