ÁNGEL CRUZ
AS.com
El 19 de agosto de 2008, a las diez y 28 minutos, Samia Yusuf Omar
compitió en la quinta serie de 200 metros de los Juegos Olímpicos de Pekín y
terminó última. Samia, de 17 años (velocista en un país de fondistas), había
llegado al Nido desde el coraje, desde las ganas de correr. Desde el infierno
que era Somalia. Su historia, con final trágico, la cuenta ahora el italiano
Giuseppe Catozzella en un estremecedor libro que ya ha llegado traducido a
España: Correr hacia un sueño. O correr hacia la muerte.
Samia se había entrenado por intuición “manchada hasta las
cejas del polvo blanco y fino que se levanta en las calles de Mogadiscio”, bajo
un sol abrasador. En camiseta y pantalón corto, primero, o sepultada en un
burka, de noche, después, en pleno toque de queda. Había nacido el 25 de marzo
de 1991 y desde pequeña quiso ser la más rápida.
Penurias. En su casa, hecha de barro y ramas, compartía
habitación con seis hermanos. No había electricidad ni agua corriente. En el
patio construían una especie de pista de atletismo. Los tacos de salida los
fabricó su padre, con una caja de sandías.
Corría por las calles de Mogadiscio, heridas con agujeros de
proyectiles. Guerra, siempre guerra. Algunos la criticaban: “No es una buena
musulmana, porque no lleva velo”.
Ahorró dinero para competir en Hargeysa, a un día de viaje
en autobús. Y ganó. Luego, desplazamiento a Yibuti, ya representando a Somalia,
pagada por el Comité Olímpico de ese país. Durmió en un hotel “ni bonito ni
limpio”, pero con agua corriente, bañera con ducha, inodoro… La seleccionan
para los Juegos de Pekín.
Su hermana mayor, Hodan, emprendió el viaje a Europa, como
tantos otros jóvenes de un país moribundo. Samia compite en El Nido y queda
última en su serie. El público la aplaude más que a la vencedora.
El Viaje. Cuando regresa a Somalia las cosas han empeorado. La Ley islámica impera en su
grado más extremista. Sigue entrenándose, sigue soñando con competir en Londres
2012. Decide marcharse a Europa, como su hermana, que le paga El Viaje, como llaman
los somalíes, con mayúsculas, a esa fuga del infierno.
Una odisea atravesando África de sur a norte durante un año,
entre todo tipo de calamidades. Llega a Libia, donde es encarcelada un tiempo,
sin que se conozca la causa. Trípoli es el punto de partida hacia Italia y allí
embarca.
Pero el Paraíso está protegido por fuerzas policiales. La
patera en la que navega es interceptada. Las costas de Lampedusa están a la
vista. Muchos se arrojan al agua, para alcanzarlas. Samia también. En su locura
olvida que no sabe nadar. Y se ahoga, pensando en su familia y en los Juegos
Olímpicos de Londres. Era abril de 2012 y tenía sólo 21 años.
Giuseppe Catozzela ha rescatado la historia en Correr hacia
un sueño, que en italiano se titula Non dirmi che hai paura: ‘No me digas que
tienes miedo’.
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