martes, 6 de enero de 2015

EL SUEÑO OLÍMPICO SE AHOGÓ EN UNA PATERA


ÁNGEL CRUZ
AS.com

El 19 de agosto de 2008, a las diez y 28 minutos, Samia Yusuf Omar compitió en la quinta serie de 200 metros de los Juegos Olímpicos de Pekín y terminó última. Samia, de 17 años (velocista en un país de fondistas), había llegado al Nido desde el coraje, desde las ganas de correr. Desde el infierno que era Somalia. Su historia, con final trágico, la cuenta ahora el italiano Giuseppe Catozzella en un estremecedor libro que ya ha llegado traducido a España: Correr hacia un sueño. O correr hacia la muerte.
Samia se había entrenado por intuición “manchada hasta las cejas del polvo blanco y fino que se levanta en las calles de Mogadiscio”, bajo un sol abrasador. En camiseta y pantalón corto, primero, o sepultada en un burka, de noche, después, en pleno toque de queda. Había nacido el 25 de marzo de 1991 y desde pequeña quiso ser la más rápida.
Penurias. En su casa, hecha de barro y ramas, compartía habitación con seis hermanos. No había electricidad ni agua corriente. En el patio construían una especie de pista de atletismo. Los tacos de salida los fabricó su padre, con una caja de sandías.
Corría por las calles de Mogadiscio, heridas con agujeros de proyectiles. Guerra, siempre guerra. Algunos la criticaban: “No es una buena musulmana, porque no lleva velo”.
Ahorró dinero para competir en Hargeysa, a un día de viaje en autobús. Y ganó. Luego, desplazamiento a Yibuti, ya representando a Somalia, pagada por el Comité Olímpico de ese país. Durmió en un hotel “ni bonito ni limpio”, pero con agua corriente, bañera con ducha, inodoro… La seleccionan para los Juegos de Pekín.
Su hermana mayor, Hodan, emprendió el viaje a Europa, como tantos otros jóvenes de un país moribundo. Samia compite en El Nido y queda última en su serie. El público la aplaude más que a la vencedora.
El Viaje. Cuando regresa a Somalia las cosas han empeorado. La Ley islámica impera en su grado más extremista. Sigue entrenándose, sigue soñando con competir en Londres 2012. Decide marcharse a Europa, como su hermana, que le paga El Viaje, como llaman los somalíes, con mayúsculas, a esa fuga del infierno.
Una odisea atravesando África de sur a norte durante un año, entre todo tipo de calamidades. Llega a Libia, donde es encarcelada un tiempo, sin que se conozca la causa. Trípoli es el punto de partida hacia Italia y allí embarca.
Pero el Paraíso está protegido por fuerzas policiales. La patera en la que navega es interceptada. Las costas de Lampedusa están a la vista. Muchos se arrojan al agua, para alcanzarlas. Samia también. En su locura olvida que no sabe nadar. Y se ahoga, pensando en su familia y en los Juegos Olímpicos de Londres. Era abril de 2012 y tenía sólo 21 años.
Giuseppe Catozzela ha rescatado la historia en Correr hacia un sueño, que en italiano se titula Non dirmi che hai paura: ‘No me digas que tienes miedo’.

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