CARLOS ARRIBAS
El País.com
En los últimos años de su vida, Jesse Owens acabó creyéndose
su propia leyenda, aceptando como suyos los que hasta entonces habían sido los
recuerdos de otras personas.
Para ganarse la vida en un mundo hostil, el atleta se había
convertido para entonces en un “buen ejemplo profesional”, una persona que
vivía de dar discursos motivacionales, en los que daba al público lo que el
público quería oír, como dijo el escritor W.O. Johnson. Lo que el público
quería oír es cómo un negro ganó cuatro medallas de oro en Berlín en 1936, en
los Juegos Olímpicos que Adolf Hitler había organizado para reclamar para su
régimen nazi la legitimidad que emana de la Grecia clásica y para, a la vez, demostrar la
superioridad de la raza aria. Y en esta historia el momento fuerte es un
momento inventado: cómo a Hitler le había sentado tan mal la victoria de Owens
en la final de los 100
metros que abandonó su palco en el estadio
precipitadamente para no tener que darle la mano.
La historia es apócrifa, pero tantas veces fue repetida que
acabó por convertirse en verdadera, y Owens, cansado de desmentirla inútilmente
acabó por incorporarla a sus discursos, y creyéndosela, apoderándose de ella.
Desde siempre, su fama y su carácter de héroe, de atleta que
mejor ha encarnado todos los ideales olímpicos, deben más a ese falso momento,
y a su amistad imposible con el saltador de longitud rubísimo Luz Long, quien
le ayudó en su concurso de calificación para disgusto de los nazis, que a su
excepcional excelencia atlética. Un año antes, el 25 de mayo de 1935, en Ann
Arbor, Michigan, Owens había protagonizado la tarde más extraordinaria de la
historia del atletismo, batiendo en un lapso de 45 minutos cinco récords
mundiales: saltó 8,13
metros , un récord que duró 25 años; batió los de 220 yardas lisas y 220 yardas vallas (y, de
paso, los de 200 metros
en ambas carreras, una distancia más corta) e igualó el de 100 yardas . En Berlín
ganó los 100 metros
con 10,3s, los 200m con 20,7, la longitud con 8,06 metros y, con
39,8s, récord mundial, el relevo 4 x 100, en el que entró a última hora, cuando
el entrenador decidió tachar de la lista a Marty Glickman y Sam Stoller, los
dos únicos judíos del equipo de atletismo estadounidense.
El próximo viernes se estrena en España Race, que cada uno
traducirá como quiera, Carrera o Raza y la distribuidora española ha bautizado
El héroe de Berlín, la película que cuenta cómo surgiendo de la miseria de la Gran Depresión y de
la discriminación racial en su propio país, Estados Unidos, Owens se convirtió
en el mayor símbolo que los Juegos Olímpicos han podido crear.
La película, narrada como todas las películas de héroes
deportivos y bélicos que saben que todas sus historias pertenecen al territorio
de la infancia y a la memoria de la nostalgia, cuenta todo eso, y también el
boicot fallido del deporte norteamericano a los Juegos, y lo refuerza
groseramente para generar la indignación fácil contra los malos y la admiración
por los buenos.
Anécdotas
Salvo dos anécdotas de racismo y un rótulo que refiere que
el presidente Franklin Delano Roosevelt nunca recibió a Owens en la Casa Blanca , pasa de
puntillas por la que debería ser la verdadera historia de James Cleveland
Owens, el J. C. de sus nombres pronunciado Jesse: cómo el héroe que desafió a
Hitler en nombre de la humanidad sufrió la miseria y el racismo a su regreso a
Estados Unidos coronado. Owens, para muchos el mejor atleta del siglo XX, nunca
recibió el premio de mejor deportista amateur de Estados Unidos.[LADILLO]
Los atletas eran entonces como focas amaestradas que dueños
de circo sin escrúpulos llevan de feria en feria. Terminados los Juegos de
Berlín, y sin un duro en el bolsillo, Jesse Owens fue obligado a participar en
varias competiciones en Europa, en Alemania, en el Reino Unido. El presidente
del Comité Olímpico de Estados Unidos, Avery Brundage, el hombre clave para
evitar el boicot de su país, el constructor que acabó siendo presidente del
Comité Olímpico Internacional, se beneficiaba de los contratos, pues los
deportistas olímpicos debían ser amateurs puros, no podían cobrar por correr.
Harto de la situación y deseando volver a Estados Unidos para capitalizar su
popularidad inmensa, Owens se negó a participar en una competición en Suecia.
Brundage le sancionó prohibiéndole volver a correr. La carrera deportiva del
mejor atleta de la historia se terminó a los 23 años.
Cuatro meses después de Berlín, en Navidades, Owens disputar
una carrera contra un caballo, al que derrotó, en La Habana. “Fue humillante”,
dijo, Owens, quien ya se sintió un verdadero fenómeno de feria. “Fue
degradante”. Fue la primera de una serie de degradaciones sucesivas que él
aceptó porque tenía que ganarse la vida como toda su vida había aceptado la
discriminación racial con una actitud que a veces parecía la del negro bueno,
el Tío Tom que incluso criticó a sus compatriotas Tommie Smith y John Carlos
que desde el podio de México 68 reivindicaron el Black Power. Después corrió
contra locomotoras, coches, motos, jugadores de béisbol, perros y hasta contra
Joe Louis, el Bombardero de Detroit, el boxeador al que dejó ganar.
Solo a finales de los 50 encontró Owens un trabajo digno.
Abrió una empresa de relaciones públicas y comenzó a recorrer el país dando
discursos patrocinado por diferentes empresas. Tenía tres modelos básicos,
religión, patriotismo y marketing, y en los tres introducía las anécdotas que
le habían convertido en el héroe limpio y puro, el hombre que todos querían
ser.
Nacido en 1913 en una finca de algodón de Alabama, Jesse
Owens, fumador intenso, murió de cáncer de pulmón el 31 de marzo de 1980 en
Tucson, Arizona. Cuatro años después, Berlín puso su nombre a una calle.
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