lunes, 25 de enero de 2010

El atleta que sólo corría con el corazón


JUAN CARLOS ALVAREZ

Estados Unidos siente una histórica debilidad por la velocidad, para la que ha producido talentos asombrosos, gigantes del atletismo que han terminado por convertirse en algunos de los grandes deportistas de la historia. Pues hubo un tiempo, a comienzos de los años setenta, en que el atleta más mediático del país era un rubio nacido en Oregón. Se llamaba Steve Prefontaine y llegó a tener todos los récords nacionales desde los 2.000 a los 10.000 metros. Un mortal accidente de tráfico, cuando tenía 24 años, le separó de la gloria olímpica que le aguardaba en Montreal.
Cuando Steve Prefontaine tenía dieciocho años recibió en su casa de Coos Bay una carta que incluía un mensaje corto, pero muy claro: "Si vienes a la Universidad de Oregón podrás convertirte en el mejor fondista del mundo". Estaba firmada por Bill Bowerman, uno de los grandes "gurús" del atletismo americano, un tipo metódico, estudioso, detallista, un adelantado a su época que incluso se atrevía a diseñar zapatillas en casa con la ayuda de su mujer. Estaba obsesionado por mejorar el rendimiento de sus discípulos y había comenzado a meterse en terrenos que estaba sin explorar a finales de los años sesenta. El técnico, que acababa de abandonar su carrera militar, estaba acostumbrado a asistir a las demostraciones del pequeño Prefontaine en las diferentes competiciones escolares que se desarrollaban en un estado donde el atletismo es considerado una religión. Le quería a su lado y su deseo acabó por hacerse realidad. En 1970 Prefontaine se matriculó en la Universidad de Oregón y el viejo Hayward Field, el estadio de atletismo, se convirtió en su segunda casa.
Desde que el fondista y Bowerman iniciaron su camino juntos la fama del atleta no paró de crecer hasta convertirse en una celebridad. Le ayudaban sus piernas, su imagen un tanto desaliñada y sobre todo su carisma. Era un atleta diferente, alguien que parecía saldar una cuenta pendiente cada día que se calzaba las zapatillas de tacos. El mismo lo decía: "La gente compite para ver quién es más rápido; yo lo hago para ver quién tiene más agallas". La gente le adoraba. En la Universidad de Oregón el "Pre, Pre, Pre" se convirtió en un grito de guerra, la gente acudía con prendas en las que se leía "Go Pre" y su fama se extendió por todo el país mientras los records nacionales comenzaban a caer de su lado de forma imparable. Llegó a tener en su poder todas las plusmarcas que van desde los 2.000 a los 10.000 metros lo que confirmaba su versatilidad, y su capacidad competitiva.
Su primer gran examen llegó en los Juegos Olímpicos de Múnich en 1972, aquellos que un grupo de terroristas palestinos hicieron célebres tras secuestrar y matar a varios deportistas de Israel. Prefontaine llegaba después de asombrar en las trials que se habían celebrado en la pista de Oregón. Allí, al abrigo de su entregada parroquia, con los gritos de "Pre, Pre" invadiéndolo todo finalizó en un tiempo de 13:22.8, récord de Estados Unidos y un aviso de cara a la cita olímpica. Empezaba a estar en las quinielas para el podio. Pero en Múnich, con apenas 21 años, le traicionó su carácter. Incapaz de correr a la defensiva, Prefontaine rompió la final de 5.000 con un ritmo más propio de una reunión y acabó por pagarlo. Se quedó sin respuesta tras el último cambio del finlandés Lasse Viren –que años más tarde reconocería que corría con un hematocrito del 70%, una barbaridad que demostraba lo avanzados que estaban los nórdicos en materia de dopaje–. Fundido en la recta final, el americano cayó hasta la dolorosa cuarta posición, lo que supuso un mazazo para su ego. Bowerman llevaba tiempo tratando de que ahorrase fuerzas durante las carreras, que se guardase algo para el final, que corriese menos con el corazón y más con la cabeza. Era incapaz. Rebelde y descarado Prefontaine cogía la cuerda de la pista y ya no la soltaba. Mataba y moría junto a ella. Aquella fue una batalla que Bowerman tenía completamente perdida. En gran medida ese carácter y ese descaro son los que habían convertido al atleta en una celebridad. De hecho, tras Múnich le llovieron ofertas para correr mítines a cambio de importantes sumas de dinero. Se resistió porque eso le hubiera cerrado la oportunidad de acudir a los Juegos Olímpicos de 1976 en Montreal porque habría perdido su condición de amateur. Luchó contra esa clase de restricciones, insistió en defender el patrocinio de los deportistas, pero se mantuvo fiel a esos límites.
Para Bowerman fue complicado centrar de nuevo a Prefontaine, muy tocado tras la derrota ante Viren. Pero regresó poco a poco a la cumbre, volvieron los gritos a la pista de Oregón, se multiplicó la fama y ya nadie parecía capaz de frenarle en Montreal. En este tiempo incluso pasó a ser el primer atleta en calzarse unas zapatillas "Nike" la marca que Bowerman había creado en compañía con un socio.
Pero todo se torció el 30 de mayo de 1975. Prefontaine había ganado una carrera el día anterior. Esa noche acudió a una fiesta y cuando volvía a casa un coche se cruzó en el camino. Dio un volantazo y acabó estrellándose. La muerte del fondista con sólo 24 años supuso un golpe duro para el deporte americano, pero fue una tragedia para Oregón que perdía a uno de sus grandes símbolos. El funeral se celebró en el propio Hayward Field. Bowerman, evidentemente emocionado, tomó la palabra y recordó a un hombre que "jamás se había rendido" y pidió que su ejemplo fuese seguido. Entonces, cargado de solemnidad, dijo: "Comienza la última vuelta de Pre". Y el coche fúnebre dio la vuelta al estadio a la velocidad que Prefontaine solía finalizar las carreras. El público siguió ese último cuatrocientos en completo silencio. Fue la única vuelta que Prefontaine dio a esa pista sin el rugido de la grada a su lado.

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