JAVIER SÁNCHEZ
EL MUNDO
Dentro del vacío en el que vive el atletismo desde la retirada de Usain Bolt, Sydney McLaughlin-Levrone lo tiene todo para convertirse en la superestrella que este tiempo necesita: es mujer, es estadounidense y es imbatible. En los 400 metros vallas es la vigente campeona olímpica, la plusmarquista mundial y, por si fuera poco, mantiene una rivalidad con otro portento: Femke Bol. Podría ser famosa en todo el mundo, pero no lo es. De hecho, lejos del tartán, prácticamente nadie la conoce. ¿Por qué?
Su especialidad puede ser el motivo —las vallas son café para los muy cafeteros— y quizá por eso en este Mundial de Tokio se ha pasado a los 400 metros lisos. Pero hay más razones. En los momentos previos a su carrera en los Juegos Olímpicos de París, con todas las cámaras enfocándola, la megafonía gritó su nombre y ella no movió ni una ceja. Nada. Ni un saludo, ni siquiera una sonrisa. "No saludé porque estaba concentrada en lo que estaba haciendo. Solo pensaba en ejecutar mi plan y darlo todo", cuenta a EL MUNDO en una conversación en Tokio junto a unos pocos medios internacionales invitados por World Athletics.
¿Piensa en su imagen fuera de las pistas?
No. No presto atención a si salgo o no en los medios, no estoy en las redes sociales, no leo nada. Me gusta estar concentrada en lo mío.
Pero cuando sale a la calle, por ejemplo, ¿nota la fama?
Desde los Juegos Olímpicos de París la noto más, creo que cambió mi nivel de popularidad, al menos en Estados Unidos. La gente me reconoce más en casa, aunque normalmente la conversación empieza igual: "Me suenas, ¿eres deportista? No recuerdo tu nombre", y a partir de ahí sigue.
En este Mundial se ha pasado a los 400 metros lisos, ¿qué cambia?
El dolor, sin duda. Corro más rápido y hay mucho más ácido láctico. Y también cambia la técnica. En los 400 vallas corres con un patrón de zancada, pero los 400 lisos son un sprint puro. No sabes si vas al límite hasta que llegas al límite. Es más incierto.
En los 400 lisos se mantiene un récord del mundo bajo la sombra del dopaje: los 47.60 segundos de Marita Koch, de la RDA, en 1985. Muchos confían en que usted lo borre de los libros de historia.
He aprendido a vivir con esa expectativa, porque en los 400 vallas se espera que bata el récord mundial cada vez que corro, pero en los 400 lisos necesito tiempo y aprendizaje. Yo solo pienso en ser la mejor atleta posible. Creo que se puede llegar a esos 47.60 segundos, pero será muy difícil. Primero alguien debe bajar de 48 segundos y luego ya veremos.
¿Se prepara para hacer el doble de 400 lisos y 400 vallas en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles 2028?
No puedo valorarlo todavía. Voy temporada a temporada. Parecen dos pruebas iguales, pero los 400 vallas y los 400 lisos son muy diferentes en muchos aspectos. Me queda mucho tiempo para tomar esa decisión.
Su padre, Willie, estuvo en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles de 1984: fue semifinalista en los 400 metros lisos.
Será increíble para mi familia. Disfrutar de otros Juegos Olímpicos en casa, en el Coliseo, revivir la historia de 1984... Será bonito, sin duda.
Además de su pasión por el atletismo, heredó de su padre su profunda fe cristiana. ¿Cómo le ayuda en la pista?
Me ayuda porque mi identidad no se basa en ganar o perder una carrera. Me da mucha paz. Solo intento aprovechar el don que he recibido del Señor. La noche anterior a las carreras rezo mucho, hablo conmigo misma, visualizo. Todo me ayuda mucho.
Durante muchos años compaginó el fútbol con el atletismo, como la jugadora española Salma Paralluelo. ¿Todavía juega?
Me encantaría, pero ya no puedo para no arriesgarme a una lesión. Cada vez que veo un balón me dan ganas de chutar, pero escucho la voz de mi entrenador y tengo que alejarme. Creo que, si no hubiera sido atleta, sería futbolista profesional. Jugaba de extremo derecho y se me daba bien. Me encantaba recorrer toda la banda con el balón en los pies y centrar desde la línea de fondo para que alguna compañera marcara.

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