CARLOS ARRIBAS
EL PAÍS.com
Lleva tantos años saltando Ruth Beitia, y tan bien, que aparte
de haberse convertido a los 35 años en una reputada coleccionista de medallas,
y ya lleva 11 en grandes competiciones europeas y mundiales al aire libre y en
pista cubierta, también ha ido acumulando, casi sin querer, adjetivo tras
adjetivo hasta hacerse casi un diccionario de sinónimos con las piernas muy
largas: inoxidable, infatigable, eterna, campeona, grande, longeva, intocable,
magnífica, más grande aún, la más grande...
Lo que quieran. Pero, sin borrar ninguno de los anteriores,
en su repertorio adjetival faltaba uno, como recordaba Ramón Cid, un técnico
enamorado de todos los saltadores porque sí y de Beitia porque también.
"Ruth", dice el seleccionador español, "siempre era la buena de
la película, de la que se aprovechaban otras. Sabían las demás que empezaba muy
bien pero, llegado el momento, Ruth fallaba y ellas la asesinaban. Ahora, la
cabrona, la malvada es ella". Y el otro Ramón en la vida de la saltadora
cántabra, el gran Ramón de su vida, Ramón Torralbo, su entrenador desde hace 24
años ("y el año que viene, haremos la tournée de las bodas de plata",
anuncia Beitia, desde la altura de la felicidad intocable que acompañó a su
victoria, su segundo oro europeo consecutivo al aire libre, su salto de 2,01m
que obligó a cerrar la boca a todos los que podían pensar que sería una final
devaluada, sin las grandes Chicherova y Vlasic), asiente y certifica.
"Antes, Ruth podía empezar muy bien e ir muy bien, pero
cuando cometía el primer nulo se venía abajo, y ahora es todo lo contrario, el
siguiente intento lo hace mejor que ninguno", dice Torralbo, a quien por
primera vez en su vida, y así lo reconoció él mismo, se le saltaron las
lágrimas de emoción. Tan cargado de sentimientos fue lo que ocurrió ante la
colchoneta y el listón del Letzigrund a la hora de la siesta. "No las
tenía todas conmigo. En su primer salto de calentamiento estuvo magnífica, pero
en el segundo, la vi mal, como si le temblaran las piernas, y empecé a temer.
No la veía a gusto, por eso sufrí, y por eso la explosión sentimental, y el
abrazo quizás más abrazo que nunca por eso justamente".
A esa hora, y con solo, Ruth Beitia la buena se ha
convertido en Beitia la malvada. Como icono del atletismo español de la última
época que es, la referencia que todos quieren imitar, la cántabra es el foco de
uno de esos cada vez más raros momentos de éxtasis colectivo. Diana Martín ha
ganado el bronce y corre a abrazarse a la saltadora, y un poco más allá, como
un eco triunfal, en el foso de longitud, Cáceres, aún saltarín feliz, acaba de
saltar 8,11 metros en su segundo intento. Y pese a todo ello, Beitia se serena,
encara el listón y supera a la primera 1,97m.
La limpieza clara del salto no la coloca, sin embargo, la
primera, pues arrastra un nulo desde la temprana altura de 1,90m ("un nulo
que me vino muy bien, para recordarme dónde estaba, para no confiarme pensando
que estaba todo chupado", dijo), y un nulo después en el primer intento
sobre 1,99m, tampoco ayuda a su clasificación, pero sí a su conversión en
malvada, en fría asesina que clava el cuchillo por la espalda a quienes se creen
sanas y salvas. El nulo en 1,99m ("me veía con problemas de espacio",
dijo, "me veía enseguida encima del listón, y retrasé un poco mi marca en
el suelo") parecía condenarla al bronce, pues brillantes saltaban las
jóvenes con las que ahora tiene que partirse la cara: frente a sus dos nulos,
la rusa Mariya Kuchina, de 21 años, llegaba virgen a esa altura, y la croata
Ana Simic, la heredera de Vlasic, con solo uno. Y la Beitia de otros años, la
de antes de su primera retirada tras el cuarto puesto de los Juegos de Londres,
la de antes de lo que ella denomina "la gran prórroga que me ha dado el
atletismo", seguramente se habría quedado ahí, de bronce, tercera. Y en
esas circunstancias, casi de morir o matar, se enfrentó al listón situado a
2,01m, la altura ante la que siempre en su vida había fracasado en un
campeonato, la altura en la que la Ruth buenaza siempre tropezaba para jolgorio
de la malvadas varias que la maltrataban: Vlasic, Chicherova, Hellebaut,
Friedrich, Barret, Sjolina... La única vez que había saltado 2 metros justos
ante la oportunidad de una gran medalla fue en los Juegos de Londres, y acabó
cuarta.
Y en esas circunstancias, ante 2,01m, la altura que daba el
caché a la competición, además, la nueva Ruth, que es también la de siempre, la
que resiste sin fallar en ningún campeonato mientras todas las de su generación
se rompen, se aburren, se retiran, saltó a la primera los 2,01m, clavó el
cuchillo de tal manera a sus rivales que todas fallaron.
"Han podido aprender que no hay que vender la piel del
oso antes de matarlo", dijo. Y ganó en solitario, como las campeonas
grandes, y todos los adjetivos que le quieran añadir. Con 2,01m, la mejor marca
mundial del año. "Las lesiones forman parte de la carrera", dice,
hablando de las ausentes la que casi nunca se lesiona. "Yo no me lesiono
porque trabajo mucho la prevención". "No se lesiona", añade su
Ramón Torralbo, "porque tiene también un físico privilegiado".
A Beitia le habría encantado cerrar su gran experiencia de
Zúrich con un salto con doble valor. Si saltaba 2,03m, y se veía en condiciones
de conseguirlo, lograría a la vez igualar el récord de los campeonatos y lograr
la mejor marca de su vida. Cargada de ganas pero descargada de tensión
competitiva, Beitia no puso con la altura. Pero tampoco eso la frustró.
"Campeona de Europa, 2,01 a la primera por primera vez en mi vida, Ramón
en la grada... ¿Qué más puedo pedir a mis 35 años?"
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