DIEGO TORRES
EL PAÍS.com
Mireia Belmonte completó con éxito una de las empresas más atrevidas que ha emprendido nunca un nadador español. La muchacha de Badalona, plata en 200 mariposa y 800 libre en los Juegos de 2012, se tiró por primera vez a las aguas abiertas en una competición oficial y atrapó el bronce en la prueba de cinco kilómetros de los Campeonatos de Europa que se celebran en Berlín. Lo hizo con espíritu aventurero, pensando en experimentar y en prepararse para su programa de natación en línea de la semana que viene. Antes de tocar la piscina del Europa-Sportpark se sumergió en el río Dahme sin apenas rudimentos. Un mundo desconocido, poblado por especialistas que dedican todo el año a nadar en ambientes salvajes, lejos del agua clorada y transparente, expertos en orientarse sin apenas referencias en canales, lagos y circuitos marinos. Su tercer puesto fue una demostración de carácter sin apenas precedentes en este deporte. Lo hizo tan bien que no descarta intentar la clasificación para los 10 kilómetros de los Juegos de Río.
Las carreras en aguas abiertas
no son como las carreras en piscinas. La diferencia principal estriba en el
medio físico: el agua de los ríos y los mares es más difícil de domesticar. El
río Dahme bajaba revuelto ayer en su parte navegable, al sureste de Berlín.
Arrastraba partículas que lo enturbiaban, de vez en cuando lo surcaban
barcazas, y una brisa fresca levantaba un pertinaz oleaje incipiente. Unido a
la necesidad de orientarse para trazar un recorrido recto, la corriente y el
oleaje obligaron a cambiar la técnica de Mireia por completo. Si en las
piscinas los nadadores respiran por el costado, girando el cuello y sacando la
boca sobre el remolino que se forma entre la cabeza y el hombro, en las aguas
abiertas es preciso respirar levantando la cabeza, lo que provoca que el tronco
se hunda hacia la cintura. Mireia debió hacerlo más que las otras chicas para
mirar al frente porque no estaba acostumbrada a nadar sin la referencia de la
raya pintada en el fondo y temía perder la trayectoria y desviarse. El lecho
del Dahme, profundo y marrón, estaba fuera de vista.
Junto con Mireia, los nadadores
del equipo español, Erika Villaécija, Luisa Morales, Kiko Hervás y Antonio
Arroyo, se levantaron a las 6.45 de la mañana para ir hasta Grünau, el pueblito
junto al río donde se celebró la competición de piragüismo en los Juegos de
1936. Las viejas instalaciones, los edificios del club, los muelles y las
gradas descascaradas proporcionan un clima inquietante al conjunto elegido por
la organización para disputar las aguas abiertas. Estaba nublado pero no hacía
frío cuando Mireia se arrojó al agua con Kiko Hervás para reconocer el canal.
Dieron dos vueltas, sintieron el agua, calcularon las distancias entre las
boyas, y se salieron. La carrera de las chicas comenzó a las 13.30. Se celebró
en modalidad contrarreloj. Se sortearon las salidas y las nadadoras fueron
lanzándose cada minuto.
Mireia salió la 15ª. Consiguió
orientarse bastante bien. Adelantó a la griega Kalliopi Araozou y a la
británica júnior Alice Dearing sin recibir golpes y pasó en cuarta posición por
la mitad del recorrido. La primera en atravesar la línea de los 2.500 metros
fue la alemana Isabelle Harle, que se conocía de memoria el canal. No
necesitaba mirar adelante para orientarse y eso le permitía avanzar con una
mayor frecuencia de brazadas.
La segunda en pasar por el
ecuador de la carrera fue la holandesa Sharon Van Rouwendaal, que en sus
orígenes fue una notable espaldista, lleva años especializándose en aguas
abiertas. La tercera, la húngara Eva Risztov, es una leyenda en su país después
de más de una década en la elite. Después de conseguir varias platas europeas
nadando los estilos se pasó a las aguas abiertas y es la vigente campeona
olímpica. Un verdadero bisonte acuático. El miércoles ganó el oro en 10
kilómetros y ayer se constituyó en el mayor escollo para que Mireia alcanzara
el podio. Pero la española, que alcanzó los 2.500 metros un segundo por detrás
de la húngara, fue la segunda más veloz en la última mitad. Tocó la meta en 58
minutos 41,4 segundos. Siete segundos más rápida que Risztov. Solo la superaron
Van Rouwendaal (58m29,9s) y la irreductible Harle (57m 55,7s).
Las heroínas salieron del agua
hechas una porquería. “Estaba muy sucia”, observó Fred Vergnoux, el entrenador
de la española. “Salían con la piel marrón. Las aguas abiertas son ahora un
deporte totalmente específico. Antes me parecía una derivación de la natación
en piscina. Pero ya no. Es totalmente profesional. Existe una preparación
especial, usan bañadores distintos, con más placas, si compites debes nadar en
invierno en el mar, pasas mucho frío… Nosotros no hemos hecho nada de eso.
Mireia usó el bañador de piscina, con las piernas descubiertas. Y nunca
entrenamos la orientación”.
“Esto demuestra muchas cosas”, concluyó
Vergnoux. “Demuestra quién es Mireia. Demuestra que ella está dispuesta a abrir
su mente mientras otros, habiendo conseguido mucho menos, se cierran cada vez
más. Ella podría haberse protegido con excusas diciendo que tendría muchas dificultades
para ganar un oro olímpico en Río. Es lo más fácil. Pero no. Ha dicho: ‘Quiero
ganar los Juegos de Río’. Su actitud es genial”.
La peripecia de Grünau alumbra
el futuro. Mireia irá a por el oro en la piscina de Río. Luego, si se decide y
consigue clasificarse, se tirará a la bahía de Guanabara para nadar los 10
kilómetros del llamado maratón de la natación.
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