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En una roca, en medio del paraíso, una sonrisa contrasta con la tragedia del atletismo nacional. Ana Peleteiro (Riveira, 1995) termina su obra de arte sobre la arena de la playa de Lombiña-Cabío, bandera azul desde 1988. La sutileza de su huella no miente. Es la única prolongación posible de un caminar único, esbelto, estético; un regalo del Atlántico para paliar la dureza de un mar que a nadie deja indiferente.
A Pobra do Caramiñal pide paso desde el extremo norte de la Ría de Arousa. Entre sus fabulosos arenales y el mirador de A Curota, a 498 metros sobre el nivel del mar, se esconden unas pistas de tartán construidas al abrigo de un vetusto estadio de fútbol. Allí fundó Pepe Moure, junto a cuatro amigos, la Asociación de Atletismo e Deportes do Barbanza, en 1984. Entre aquellos pinos apareció, en 2007, una niña de 11 años que venía del pueblo vecino con un mensaje escrito en su mirada: “Quiero ser campeona olímpica”.
Lardo Moure, hijo del fundador del club, recibió la mejor herencia posible cuando su padre le encomendó la formación de Peleteiro, como suele hacer con los infantiles que comienzan a destacar, sobre todo en pruebas técnicas. Nadie sabía por entonces que esa niña era una de las joyas de la corona del deporte español. “Cuando empecé era de las malas. Me acuerdo que en mi primera competición en triple salto hice 9,32 metros”, reconoce la joven antes de que su voz explote en una carcajada.
Un sueño inesperado
El 12 de julio de 2012, en Barcelona, Ana Peleteiro se proclamó campeona del mundo júnior con un salto de 14,17 metros. Ni el viento en contra de un metro por segundo ni las lágrimas de felicidad tras haber saltado 13,96 metros en el intento anterior pudieron impedir la eclosión de una atleta que se presentó al planeta con una marca olímpica. La gallega rompió a llorar abrazada al artífice del milagro. Lardo Moure se emociona todavía al recordarlo: “Se te ponen los pelos de punta. Sabía que estaba para saltar 13,80 ó 13,90 metros con las mejoras técnicas que introdujimos sólo para el Mundial, pero me rompió los esquemas. Eso es lo que hacen los grandes campeones”.
Por la cabeza de Lardo pasaron muchas imágenes: como preparador, como educador, como amigo. “Cuando llegó no era la mejor del club, ni mucho menos de Galicia y ahora es la mejor del mundo. ¡Y cómo sucedió todo! Con la televisión en directo, después siendo portada de MARCA… ¡Buf! Sientes mucho orgullo”, afirma. La relación de Peleteiro con su técnico va mucho más allá de lo profesional: “No es sólo un entrenador, es mi hermano. Le cuento todo: lo bueno y lo malo”.
Vuelta a la rutina
Transcurre el primer día de entrenamiento tras las vacaciones de verano. El grupo recupera su rutina habitual de cuatro sesiones por semana, con tres horas de trabajo intenso en cada una de ellas. “Dos jornadas son de series, una de musculación y otra de técnica”, introduce Peleteiro, “aunque en 2013 meteremos una quinta”. Lardo corrige desde una pasarela con unas vistas espectaculares. “Esto es como el Caribe”, esboza en voz baja antes de gritar: “¡Ana, estás haciendo trampa; Lidia, sube más; Jess, la pierna en ángulo recto!”. Sus pupilas son ya referentes nacionales en sus categorías en varias disciplinas, pero él conserva la humildad propia de un misionero del tartán.
Los Moure no ganan ni un euro con el atletismo, más bien todo lo contrario. Lardo, lanzador de jabalina de 33 años y vendedor de la marca de piraguas Sipre, y su progenitor se dejan la vida por un sueño. Pepe se pasea por el club como si la cosa no fuese con él, mientras que se trata del padre de la criatura. Él construyó el gimnasio anexo a las pistas —de cuatro calles en las curvas— con sus propias manos. “Aquí tienen todo lo que precisan”, afirma Lardo. “Lo que nos hace falta es un módulo para el invierno. No lo necesitamos mañana, lo necesitábamos ayer”, admite. Ajenos a otros lujos banales, las paredes lucen orgullosas pósters de sus atletas más destacadas con el palmarés detallado. “Es la forma de motivar a los más pequeños”, dice Ana, que como el resto de sus compañeras, también se encarga de entrenar a niños.
“En esta época he dejado un poco este tema para centrarme en el bachillerato”, comparte. Hija adoptiva de profesora y de un responsable de recursos humanos, de momento no tiene problemas para avanzar en sus estudios. “Quiero hacer la carrera de INEF en Coruña o en Barcelona”, esboza. La Ciudad Condal le ilusiona sobremanera, “por sus instalaciones para entrenar”, pero tiene un argumento en contra de mucho peso: “No me quiero ir porque está aquí Lardo y no creo que esté dispuesto a dejar todo esto (mira con admiración a su alrededor) por irse a Barcelona”.
En una sola temporada, Peleteiro ha pasado de saltar 13,17 a 14,17 metros. Ella es consciente de que no siempre será así. “Yo me siento igual que antes, tampoco quiero crecerme porque soy muy pequeña y las cosas pueden cambiar mucho de un año para otro”, manifiesta. “Es imposible mejorar todos los años un metro, pero sí aspiro a ganar un poquito más de fuerza para ser mucho más constante. A ver si podemos superarnos en 30 ó 40 centímetros en los próximos años”.
Planes de futuro
La marca de Peleteiro, de haberla logrado una semana antes, le hubiese valido para ir a los Juegos Olímpicos de Londres. “Da igual, no hubiese participado allí. No me gusta que los atletas quemen etapas”, asevera su entrenador, con la naturalidad y sensatez que le caracterizan. Ana lo comparte y lo apoya porque su hora comenzará en Río 2016 para quizá buscar la cima en Madrid 2020. “Llegaría con 24 años y ojalá pudiese hacer algo grande. Ganar en casa sería un orgullo para todos”, indica.
Lejos del ruido de los Centros del Alto Rendimiento, una esquina de Galicia demuestra que otro atletismo de élite es posible. Sin más medios que el corazón y el trabajo, con el mar como único aliado, el grupo de los Moure crece compacto hacia un futuro que le pertenece. Ana Peleteiro es la punta del iceberg de un ecosistema que no debe ser alterado. Una luz cargada de esperanza en un instante plagado de sombras.
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