CARLOS ARRIBAS
El País.com
Era viernes, fue la noche de los prodigios en el prodigioso
Nido, el mejor estadio de atletismo jamás construido por la calidad de las
marcas que en él se logran: una holandesa blanca y rubia como la cerveza, de
físico masivo y nombre bucólico-pastoril, Dafne Schippers (23 años), corrió los
200 m en
21,63s: solo dos negras norteamericanas de nombre que a veces al atletismo le
gustaría olvidar por el pasado que representan, Florence Griffith (los
imposibles 21,34s de 1988) y Marion Jones (21,62s en 1998), han corrido la
distancia más rápido que ella, la ‘flying dutchwoman’. Un ruso sin alma, un
cosaco llamado Serguéi Shubenkov (24 años), bajó de los 13s para ganar los 110m
vallas, sr el primer blanco que gana la prueba en un Mundial y fastidiar la
historia humana del plusmarquista mundial, derrotado, Aries Merritt, quien la
próxima semana deberá sufrir un trasplante de riñón para curar una grave
enfermedad.
Schippers, antigua heptatleta que finalmente se decidió por
la velocidad pura y dura (quedó segunda en los 100m tras Shelly Ann Fraser),
corrió una curva tan mala que llegó a la recta quinta de las ocho finalistas,
de las que tiraba matadora la jamaicana Elaine Thompson, que lucía en el pelo
la guirnalda de margaritas que su amiga Shelly Ann le había prestado. En su
final extraordinario, nunca visto, imposible, la holandesa, doble campeona de
Europa, necesitó los últimos 90
metros para, como una locomotora de alta velocidad
arrasando la pista, superar a todas.
Si la pista hubiera medido un centímetro menos no habría
llegado a tiempo para lanzar su pecho por delante del de Thompson, quien se
quedó a tres centésimas del oro y a una solo del récord de Jamaica, que logró
hace 24 años la aún activa Merlene Ottey. Tras cruzar la meta exhausta e
incrédula por una victoria que 90 metros antes parecía imposible, Schippers
vio el cronómetro detenido en 21,63s y su incredulidad se multiplicó. “No me
entraba en la cabeza que hubiera logrado ese tiempo”, dijo la holandesa, cuya
mejora marca hasta el momento era 22,03s. “Lo primero que pensé fue que el
cronómetro se había estropeado”.
En la televisión holandesa, seguramente, no faltarían
minutos y minutos de comparaciones entre lo conseguido por su atleta del siglo
XXI con lo que logró en 1948 Fanny Blankers-Koen, la ‘flying housewife’ (la ama
de casa voladora), quien ganando en los Juegos de Londres cuatro medallas de
oro (100m, 200m, 80m vallas y el relevo) se convirtió en un ejemplo para la
juventud y para todo el país en la dura posguerra de reconstrucción y
reconciliación. Blankers-Koen se convirtió en un mito para todo el mundo, pero
en el resto del mundo, fuera de las fronteras holandesas, quizás el viernes por
la noche de luna se hablaría más de un trozo de otra leyenda oscura que Dafne
borró con su marca, parte de la figura de Marita Koch.
Hasta la noche de Pekín, la walkiria blanca más rápida en la
distancia, y plusmarquista europea, era Koch, la diosa del atletismo femenino
anabolizado de la Alemania
del Este con una marca de 21,71s conseguidos en Karl Marx-Stadt hace 36 años,
el 10 de junio de 1979. Otra parte de la alemana del Este sigue aún vigente, y
seguirá por los siglos de los siglos: su récord de 400m, 47,60s, batido en
Camberra (Australia) hace 30 años, en 1985. Desde hace 10 años, los más
eficientes de la lucha antidopaje, ninguna atleta se ha acercado a 1s de ella.
Lo de Dafne y Serguéi no fue lo único que pasó en la noche
blanca (y la luna a punto de convertirse ya en círculo perfecto). Dos blancas
rubias y muy caucásicas, una alemana, Cindy Releer, plata, y otra bielorrusa,
Alina Talay, bronce, desalojaron a las favoritas norteamericanas negras de los
dos puestos del podio tras la vencedora, la jamaicana Danielle Williams.
El mejor decatleta de la historia, Ashton Eaton, corrió los
400m, su quinta prueba del día, en 45 segundos justos, y las tres primeras de
la longitud, la veterana Tianna Bartoletta (antes, cuando ganó el título en
2005 con 30
centímetros menos, se llamaba Madison), la británica de
Anguilla Shara Proctor y la serbia Ivana Spanovic, pasaron de los siete metros
en la final, algo que no ocurría desde el Mundial de 1987, cuando el atletismo
femenino vivía otros tiempos y los sistemas de medición de la cita romana eran
de geometría variable como se descubrió meses después.
Entre tanta excelencia, el atletismo español, alérgico a los
prodigios, presentó la pelea casi sádica hasta caer muertos en la recta de los
400m (ambos lograron marca personal) de los decatletas Jorge Ureña (4.066
puntos en las cinco primeras pruebas) y Pau Tonnesen (4.024), la eliminación
esperada de David Bustos en una semifinal de 1.500m que corrió ausente cuando
la carrera se aceleró, y los n10º, 14º y 32º puestos de las marchadoras María
José Poves, Raquel González y Laura García-Caro en los 20 kilómetros .
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