CARLOS ARRIBAS
El País.com
A veces se celebran misas en la catedral del Nido, que los
días sin oficios los turistas chinos visitan con la boca abierta —como se abre
en el Duomo o la torre Eiffel— cuando los guías les conducen al techo ligero, y
ven las vistas de su Pekín cambiante. Para eso se construyó como se hizo, para
asombrar a los incrédulos, para competir en capacidad de atracción con las
pequeñas obras de arte que los atletas elaboran los contados días de función.
Al día siguiente de la gran concelebración con Usain Bolt,
los fieles, con alma de resaca, pero con aún sed de emociones fuertes, sufrieron
con Renaud Lavillenie. Su maldición, un recordatorio de que el hombre no todo
lo puede. Y se divirtieron con la final de 100m femeninos, que también pareció
un concurso de peluqueras locas y clientes complacientes, y con la alegría que
parece infinita de Shelly Ann Fraser Pryce, la jamaicana que siempre gana y da
gracias a Dios y a los estigmas que toca con éxtasis místico.
Lavillenie el mejor pertiguista del siglo, el hombre que
acabó con el récord de Bubka (6,16m), el campeón olímpico de Londres, consiguió
su cuarta medalla mundial, que, como las tres anteriores, tampoco fue de oro,
para gran alegría de un canadiense, un novato pecoso y pelirrojo de 21 años
llamado Shawn Barber, quien ganó y se pellizcaba porque no se lo podía creer.
Bronce en Berlín 2009, bronce de nuevo en Daegu 2011 y plata en Moscú 2013,
Lavillenie llegó a Pekín con la confianza de haber saltado más que ninguno en
la temporada (6,05m frente a los 5,93m de Barber y los 5,94 del alemán Raphael
Holzdeppe, su verdugo en Moscú y plata tras el canadiense) y la necesidad de
triunfar en el llamado último desafío. Comenzó a saltar en 5,80m, altura que
superó a la primera. Después tropezó tres veces con 5,90m: superaba el listón
con claridad pero caía a plomo sobre él en el descenso ante la desesperación de
su entrenador, Philippe d’Encausse, colorado de cara como un tomate en la
tribuna.
Barber, canadiense de Toronto nacido por accidente en el
Nuevo México de Walter White y saltarín por la Universidad de Akron,
en el Ohio de Jack Nicklaus, es osado y laborioso, y brillante. Esta temporada,
en la que ha mejorado en 18
centímetros su mejor marca, la ha trabajado como un
estajanovista, participando en nada menos que en 27 concursos antes de llegar a
Pekín. Es un ganador nato que ha sido campeón de la NCAA en pista cubierta y al
aire libre este año, y también de los Juegos Panamericanos, donde no se perdió
ni un salto de los fijados por el comité técnico: comenzó en 5,60m, siguió con
5,65m, 5,80m, 5,90m y 6,00m. Todos los superó a la primera, salvo el último,
altura con la que no pudo.
En los 100m femeninos, frente a la diminuta Fraser Pryce y
sus rastas verde selva y su flequillo de margaritas amarillas, y sus piernas
increíblemente veloces, se quiso fuerte la holandesa Daphne Schippers, quien,
con el físico fuerte y el acné de las walkirias de la Alemania del este
devastadoras hace 30 años, intentó alcanzar a la jamaicana como el galgo a la
liebre, pero sin tanta gracia. Ayudadas por la gran calidad de la pista del
Nido, ambas hicieron grandes marcas: 10,76s (-0,4 m/s) la jamaicana, que logró
así su tercer Mundial en 100m (la primera mujer que lo consigue: estaba
empatada a dos con la desgraciada Marion Jones) para sumar a sus dos oros
olímpicos en la distancia y para poder seguir dando gracias a Dios, que todo lo
puede.
En las tripas oscuras del estadio, en las catacumbas que los
turistas no visitan porque los camiones de la basura que por allí circulan les
atufarían y ensordecerían con su estrépito hediondo, está también la zona
mixta, donde se quiere hacer hablar a los campeones derrotados. Por allí pasa
por la mañana, cuando el sol aún deslumbra y quema y la humedad empieza a
crecer Naroa Agirre echando fuego por los ojos. Es la manera de expresar la
rabia que siente contra ella misma, contra su incapacidad de dominar a sus años
(36) el gen Tauro que la desborda.
Después de pelearse con un juez por un segundero mal puesto
ha sido incapaz de clavar la pértiga con el listón a 4,55m, la altura que la
habría clasificado. A su paso solo vale la mudez. ¿Qué se le puede preguntar
que no sea inútil? Unos metros más allá, en el mismo túnel curvo, un soldado en
posición de firmes sobre una pequeña tarima monta guardia día y noche ante la
puerta del control antidopaje. De allí sale, solo, a media noche cumplida,
Lavillenie. Le esperan, silenciosos, miembros de su equipo. Nadie habla. Es la
soledad y la tristeza del campeón derrotado. ¿Qué se le puede decir que no sea
una estupidez? ¿hablarle, quizás, de la caída de la Bolsa de Shanghái?
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