martes, 8 de abril de 2008

Bañadores, no flotadores



Speedo, 18; Arena, 1. Ése es el balance de los dos primeros meses de la denominada guerra de los bañadores, los récords mundiales batidos en la piscina por los nadadores que visten los nuevos prototipos de las dos grandes marcas del sector.
Esos números han levantado sospechas sobre la legalidad de la prenda victoriosa y han hecho intervenir a la Federación Internacional de Natación (FINA), que ha aclarado en un comunicado que "no hay evidencias científicas" de que el Speedo LZR Racer haga flotar a los nadadores. A pesar de ello, mantiene la reunión con los fabricantes prevista para este sábado en Manchester, donde se celebrarán los Campeonatos del Mundo en piscina corta (25 metros), para "revisar y actualizar, si fuera necesario, el procedimiento de aprobación de los bañadores" y recuerda a la industria "la obligación" que tiene "de asegurar que las prendas estén al alcance de todos los competidores".
Desde que el 16 de febrero la zimbabuense Kirsty Coventry fuera la primera en batir una plusmarca mundial vestida con el LZR de Speedo, la de los 200 metros espalda, el malestar ha ido en aumento.
Nadadores y entrenadores, como Paul Wildeboer, han criticado la prenda. "La FINA le ha dado el visto bueno, pero incumple su propia normativa", aseguró el padre de Olaf y Aschwin Wildeboer durante los recientes Campeonatos de España. Algunos países, como Italia y Canadá, incluso han ido mucho más lejos y han prohibido saltar al agua con el LZR en las pruebas de estricto carácter nacional.
Las dudas, las quejas y los comentarios -el bañador no está al alcance de todos, ayuda a flotar y superpone materiales, todo ello prohibido- han llevado a Arena a escribir una carta abierta a la federación internacional para pedirle que "clarifique la situación", explicaba ayer Giuseppe Musciacchio, director global de marketing de la compañía.
Muschiacchio reconoce que, tras el conflicto -"yo no lo llamaría guerra, sino competición"-, se esconde una batalla deportiva, pero también comercial, que no es nueva y se agudiza cada año olímpico, el gran momento para las marcas, que invierten millones de euros en sus lanzamientos. Es este negocio el que hace impensable que todos los nadadores vistan el mismo bañador, como tampoco lo hacen los atletas, los futbolistas o cualesquiera otros deportistas con sus uniformes.
Speedo patrocina a algunos de los mejores del mundo, entre ellos a los equipos de Estados Unidos, con el gran Michael Phelps a la cabeza, y Australia -nueve marcas se han batido en los torneos de clasificación olímpica de ese país.
También, y desde hace más de dos décadas, al español. Esto implica que Mireia Belmonte, Erika Villaecija, Nina Zhivanevskaia y sus demás componentes estén obligados a competir con bañadores de la firma británica, lo que ha provocado algún que otro roce. En los Europeos de Eindhoven no todos compitieron con el LZR porque no se sentían cómodos. "Es un bañador muy especial", reconocen fuentes de la federación, "porque se ajusta mucho al cuerpo y, si la talla no encaja, puede resultar molesto".
Los nadadores sujetos a estos contratos se arriesgan a una multa si incumplen los compromisos adquiridos por su federación. Los mejores tienen contratos personales que incluyen toda la ropa deportiva y un cheque por promocionar la marca.
Arena, cuyo mercado es mucho más europeo que el de Speedo, tiene entre sus principales figuras a la francesa Laure Manaudou -no así a su compatriota Alain Bernard, que batió los récords de los 50 y 100 metros libre con el famoso Speedo- y a todos los italianos, incluida Federica Pellegrini, la única que ha logrado romper una marca mundial sin el polémico LZR. Lo hizo con el Powerskin, de Arena, otro bañador ligero de cuerpo entero, materiales de última generación, que promete volar en el agua y que fue presentado en sociedad el pasado 17 de marzo.
La situación no es fácil para la FINA. En cualquier caso, a tan sólo cuatro meses de los Juegos Olímpicos de Pekín, es poco probable que el organismo internacional prohíba un bañador al que dio el visto bueno el año pasado.