lunes, 21 de abril de 2008

El Señor y los controles



La nueva Marion Jones del atletismo estadounidense se levantó el sábado a las 5.30. Una hora más tarde esperaba a la puerta de su casa, donde sus padres la recogieron en su Mercedes gris plomo. A las 8, después de un viaje de 90 millas (145 kilómetros) hacia el Este, hacia el interior de California a través de un desierto de cañones, paisaje de novela de Raymond Chandler, hasta la Sunrise Church (Iglesia del Amanecer), tomó un micrófono y habló. "Crecí en la escuela dominical y enseguida comprendí que era una pecadora y que sólo Jesucristo podía salvarme", dijo. "Crecí y creció en mí la religiosidad. Mi éxito no es mío, es un don del Señor". Terminadas sus palabras, el auditorio, varios cientos de personas en mesas redondas de a seis para celebrar el día del desayuno padre-hija, dijo amén. Después subió al estrado Paul Felix, su padre, pastor ambulante, profesor de Nuevo Testamento, presidente de la Escuela de Enseñanzas Bíblicas de Los Ángeles, California. "Estoy orgulloso de mi hija no porque haya triunfado en el atletismo, sino por su relación con el Señor", dijo. "Si no trabajara desde la verdad, sus medallas no valdrían nada".
Su hija, Allyson Felix, de 22 años, es doble campeona del mundo de 200 metros y medallista de oro, además, en Osaka en los relevos 4x100 y 4x400. Su objetivo en los Juegos Olímpicos de Pekín es enorme: lograr cuatro medallas, cuatro oros, en 100 y en 200 metros, y en los relevos; convertirse en la nueva reina del atletismo mundial, la nueva cara hermosa y sonriente, como hace 20 años Florence Griffith Joyner, como hace ocho años, Marion Jones. De Griffith, quien murió repentinamente hace 10 años, a los 38, lo que hizo que se desataran las sospechas sobre su apego a las sustancias prohibidas, Felix ha heredado el entrenador, Bob Kersee; Jones, que purga en la cárcel una pena de seis meses por perjurio, y a quien se le han retirado las medallas olímpicas por dopaje, sembró en ella la semilla de la emulación: ahora sólo despierta desilusión en Felix, larguísimas piernas realzadas por un pantalón de cintura alta, finísimo perfil, casi una línea, ceñido por un ajustado polo rojo, enorme boca permanentemente sonriente.
"No, no siento el pasado como una carga", dice Felix, después, sentada en el sofá de la casa de sus padres. "En todo caso siento que tengo una gran responsabilidad hacia el futuro del atletismo. Yo y mi generación estamos obligados a cambiar algo, y la fe me está ayudando a tomar decisiones importantes".
Una roca firme, y limpia, en mitad de un mar agitado, así quiere ser Allyson Felix, así quiere aparecer. A su alrededor, el atletismo, como antes el ciclismo, sufre las consecuencias de su nueva relación con su historia más reciente. El atletismo norteamericano vive desde hace años las convulsiones del caso Balco, que hundió en la miseria, aparte de a Jones, la última reina de la época dorada, a Tim Montgomery, quien llegó a ser el hombre más rápido del mundo, y a todo el grupo del entrenador jamaicano asentado en Carolina del Norte, Trevor Graham, incluido Justin Gatlin, campeón olímpico en Atenas y también ex recordman mundial de los 100 metros. Y, según todos los indicios, la cosa no acabará ahí: dentro de un mes comienza el juicio por perjurio contra Graham, que negó siempre su relación con el dopaje, y el testigo de cargo principal, un camello mexicano llamado Ángel Heredia, ya ha anunciado que en la vista saldrán a la luz una docena de nuevos nombres. El New York Times ya adelantó la semana pasada en primera página que uno de los nombres es el de Maurice Greene, otro rey de la velocidad, campeón olímpico en Sidney. Se abriría así otro frente, el del Oeste, el californiano, representado por el entrenador John Smith. Mientras, en Rusia, ocho atletas dieron positivo durante los últimos campeonatos nacionales en pista cubierta, y el hecho de que una federación tan amante de los secretos y que con tanta discreción ha llevado siempre sus asuntos turbios, haya anunciado públicamente la catarata de casos, que sólo afectan a atletas de segunda fila, hace sospechar en varios despachos que estos casos no son más que la punta del iceberg de un auténtico escándalo, que los ocho anunciados no son sino una cortina de humo, víctimas propiciatorias que salvarán a las figuras.
"Me acuerdo de que durante los Juegos de 2000, en Sidney, Allyson no se apartaba del televisor. Tenía 15 años y descubrió la grandeza del atletismo. La descubrió a través de las hazañas de Marion Jones", recuerda su madre, Marlean. "Y por eso, cuando conoció su verdad se sintió muy decepcionada, extremadamente decepcionada. 'No puede ser, no puede ser', decía. Siempre creyó que era sincera cuando lo negaba todo". Poco después, la propia Allyson, cuya primera visita a las portadas llegó en 2003 -tenía 17 años-, cuando le quitó a Jones el récord de los 200 metros de high school, repite, casi palabra por palabra, el discurso materno. "Sufrí una gran desilusión con Marion", dice. "Creí en ella, en sus marcas, confiaba en ella, en su palabra".
Quizás para acompañar con hechos las palabras, que a veces tan poco valen, para que no todo quede en sermones de iglesia, Felix anunció a principios de semana que era una de los 12 atletas voluntarios del proyecto Believe (Creer) puesto en marcha por la Agencia Antidopaje de Estados Unidos, que consiste en someterse a una serie de controles de orina y sangre para establecer su perfil biológico. "Serán dos controles semanales, durante una serie de tiempo", dice Felix. "Cualquier cosa que pueda hacer para probar que estoy limpia, la haré, no me importa a qué hora me tenga que levantar, cuántas millas deba conducir".