miércoles, 25 de enero de 2012
COLEGIO MAYOR: TOMA 14
Andrés Armero / Víctor Jordán MARCA.com
Un saludo sale del alma de la habitación 522 de la residencia Joaquín Blume de Madrid. Juan Carlos Higuero Mate (Aranda de Duero, 1978) se asoma por el pasillo con la ilusión del primer día. Y ya van casi 14 años. Uno de los pastores de la liturgia mundial del 1.500 ilumina desde 2007 cada rincón de la nueva Blume, como había hecho desde 1998 en la antigua. La fiera del tartán esconde a un chico entrañable que alegra la vida a todo aquel que tiene la fortuna de cruzarse en su camino. El personal del centro y sus 231 internos lo saben y se resisten a imaginar su marcha. La hora del último zarpazo se acerca, mientras el eco de su rugido cobra más fuerza que nunca.
Cada uno de los trabajadores de la Blume podría escribir un libro sobre Higuero. El conserje Fermín, al que cariñosamente le añade el apellido Cacho, o la administrativa Angelines dan testimonio de ello. Esta última recuerda con especial cariño "la época de las novatadas" cuando el mediofondista "tenía que llevar las bandejas a unos compañeros veteranos a los que trataba de usted". El atleta la frena en seco: "¡Era genial, pero reconozco que me fui dos días a comer al McDonald's para no pasar aquella vergüenza!".
Todo lo que rodea a Higuero y la Blume es alegría, pero los comienzos no fueron fáciles. "Al principio me costó porque echaba mucho de menos a mi familia", recuerda. "Yo siempre había sido muy hogareño y nunca había salido de Aranda. De repente me veo en una ciudad nueva, un hogar nuevo... No fue fácil y al principio echaba tanto de menos a mis padres que me marchaba a casa todos los fines de semana".
5.000 euros, a remojo
No hay rincón extraño en la Blume para El León de Aranda, como se le conoce cariñosamente. En la lavandería recuerda una anécdota que le hizo sudar casi tanto como una final de 1.500. En la prestigiosa carrera de Canillejas, el León se aprovechó de un despiste de los kenianos, que recorrieron 100 metros en falso por una confusión, para hacerse con la victoria. El burgalés estaba en plenitud y se hizo acreedor a un premio de 5.000 euros.
Cuando llegó a la residencia, envió toda su ropa al servicio de lavandería y se fue a disfrutar del día. Al volver, una llamada de una de las empleadas le ponía el corazón en un puño. "¡Iba a enchufar la lavadora y se cayó un sobre con dinero! ¿Qué es eso?", inquiría la mujer. Higuero se había olvidado el dinero en el pantalón del chandal. "¡Bufff! Casi lavo un millón de pesetas", comenta todavía asustado cuando lo recuerda. Quizás, gracias a la buena fe de aquella señora, Higuero pudo permitirse un pequeño lujo.
En un recoveco del garaje de la residencia está aparcada la envidia de la Blume. Un juguete de nombre Porsche Boxster que Higuero conduce desde hace años. "El coche es de segunda mano, se lo compré a un futbolista. ¿Os acordáis de aquel jugador del Deportivo que se llamaba Lionel Scaloni?", introduce. Un amigo común los puso en contacto y el atleta decidió darse el capricho. Aunque el vehículo no va en concordancia con su sencillez y ya piensa en ponerlo en venta: "Estoy un poco cansado, quiero un modelo más funcional para viajar". El destino normalmente es Aranda de Duero, la tierra de su corazón. Su pueblo lo venera y él lo sabe. Allí El León disfrutó de la Navidad entre las cabezas de cordero de uno de sus parientes y una bodega que lleva muy dentro. "En Viña Pedrosa han sacado una edición especial con mi cara en la etiqueta", comenta indicando una de las botellas en el interior de su cuarto.
El refugio del León
En la última planta de la residencia, al final del pasillo, Higuero tiene su guarida personal. Una habitación de 10 metros cuadrados donde El León conserva parte de su mundo. "La elegí porque era la más tranquila, alejada de ruidos", dice. Dentro, una cama, una mesa para la televisión, y el ordenador y un par de armarios es todo el mobiliario que hay. Sin embargo, la parte más especial para él es un rincón en la pared donde cuelga un corcho con fotografías y recortes de periódicos. Una imagen de José Tomás ocupa un lugar privilegiado. "Es mi torero preferido", apunta. Sin embargo, el centro del mismo y la foto más grande están reservados para su novia Susana, una guapa granadina con la que comparte su vida desde hace seis años. "Levantarme cada día y ver su foto es lo que me da fuerzas para entrenar y seguir adelante", nos cuenta al tiempo que evoca con cariño las gestas plasmadas en distintos recortes.
Frente a ese banco de recuerdos reposa su cama. "Desde que estoy en la Blume he cambiado cinco veces de colchón", revela mientras se sienta sobre ella. "Éste es más duro de lo habitual y lo cambié hace un mes. De hecho, la primera noche que dormí en él me costó descansar y llegué tarde al entrenamiento", lo que le costó una pequeña reprimenda de su entrenador: "¿Qué horas son estas de llegar?, me espetaba Antonio Serrano". Se trata de una cama de 90 cm de ancho, algo pequeña en comparación con la de los últimos años. "Tenía una de 1,80, pero no me dejaron traérmela cuando la residencia cambió de lugar. En ésa sí que se descansaba bien", recuerda con cierta nostalgia. Además, las frecuentes timbas de cartas y la convivencia en la sala de televisión se echan de menos: "Ahora con la tecnología y los móviles todo es distinto".
Juan Carlos no pasa por ser muy coqueto y en sus armarios cuelga la ropa justa, sobre todo prendas deportivas. Sin embargo, uno de ellos está expresamente reservado a las zapatillas. Pares y pares de Asics rojas y amarillas personalizadas con el lema León 1.500. Las luce con orgullo. Sin embargo, en ese maremágnum de cajas de deportivas hay un pequeño hueco para guardar una ingente cantidad de sobres de ginseng rojo. "Esto es buenísimo para un entrenamiento fuerte. Te da mucha energía", admite. Es el único presente que se trajo de su estancia en el pasado Mundial de Daegu. "No hay mucho más que enseñar", se excusa. "Pero aquí es donde me relajo", nos cuenta de su guarida.
El cachorro
Uno de los que mejor conoce a Higuero es el gallego Santi Curto, que entró en la Blume al final de 1999, un año más tarde que Juan Carlos, y desde el primer momento tuvo una sintonía especial con el burgalés. "Era un icono del atletismo y a la vez una persona intachable", señala. "Como es tan dicharachero mucha gente puede pensar en salidas por la noche y todo eso, pero nada más lejos de la realidad, es de los mayores profesionales que he conocido". En el tiempo de ocio, "nos reuníamos en la habitación a jugar a la videoconsola o, alguna que otra vez, íbamos al cine". Curto se para ahí, antes de apuntar una pequeña debilidad del mediofondista: "Recuerdo que siempre trataba de convencernos para ir a cenar a un restaurante chino".
El gallego era un corredor de cross excepcional que se quedó en el camino. Higuero lo menciona con tristeza: "Tenía mucha calidad, pero no tuvo suerte. Ojalá hubiese estado en mi grupo de entrenamiento". Ahora, Curto tiene una plaza fija tras aprobar una oposición. El destino que le guardaba la vida no puede ser una coincidencia: Aranda de Duero, la tierra natal del inquilino más antiguo de la Blume, o lo que es lo mismo, del colegio mayor del deporte español.
La mancha de Higuero
Era el año 2003 y había terminado un mitin en Madrid celebrado en La Peineta. Laguna, un chaval de 16 años que practicaba atletismo, estaba obsesionado con hacerse una foto al lado de su ídolo, Juan Carlos Higuero, uno de los héroes de aquella jornada. Cuando el niño madrileño se acercó vio que el mediofondista llevaba una sudadera del club que le pagaba, el Fútbol Club Barcelona, con su correspondiente escudo en el pecho. Laguna, colchonero hasta la médula, dejó a un lado su admiración por el burgalés y le espetó: "¿Qué es esa mancha que tienes ahí?". Higuero buscaba por todos lados, pero su ropa estaba impoluta. Al rato cayó en la cuenta de que aquel mocoso le estaba vacilando. Con el tiempo, Laguna se fue convirtiendo en unos de los mejores atletas de 800 metros de España e ingresó en la Blume. Allí se reencontró con Higuero. Estaban predestinados a forjar una amistad para toda la vida.
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