jueves, 24 de agosto de 2023

APOTEOSIS DEL ATLETISMO ESPAÑOL EN LA PLAZA DE LOS HÉROES

CARLOS ARRIBAS

El País.com

Son los monjes. Ascéticos. A las siete de la tarde cenan ligero. A las 10 de la noche están en la cama. A las 3.50 de la mañana, el sol aún oculto, desayunaban y veían llegar al hotel a compañeros que corren y saltan volvían de disfrutar de la noche de Budapest y los miraban casi con compasión, pobrecitos, qué vida, pero más con admiración, pero qué buenos, sois, sois los mejores del mundo. Lo fueron el fin de semana. Campeones de los 20 kilómetros marcha. El sábado, Álvaro Martín; el domingo, María Pérez. Lo volvieron a ser el jueves cuando el sol apenas había regresado para quemar espaldas y fortalecer la voluntad de desafiarlo. A las siete de la mañana salieron ambos. Al mismo tiempo. Dos horas y 24 minutos y medio después, el tiempo que tardó, a casi 15 por hora (cuatro minutos y siete segundos cada 1.000 metros), en recorrer 35 kilómetros, más rápido que nunca en su vida, pelo negro al aire, barba recortada, grandes gafas oscuras, Álvaro Martín, solo, como los campeones, cruzaba la línea final a la sombra de las estatuas de los héroes del pasado húngaro. María Pérez, con la que coincidía de vez en cuando en el circuito de dos kilómetros por grandes avenidas sombreadas, asombradas por su garbo, tardó solo un cuarto de hora más, o un poco menos, 14 minutos y 10 segundos menos, exactamente, en recorrer la misma distancia, a cuatro minutos y 32 segundos cada kilómetro. Llegó también sola. Había marchado sola, única, los últimos 15 kilómetros.

Son luchadores. Son los héroes. Son la marcha triunfal. Son el atletismo español triunfante como nunca: ningún país del mundo había logrado ni en Mundiales ni en Juegos Olímpicos ganar las cuatro pruebas en la misma edición.

Son las únicas medallas en Budapest 2023, hasta ahora, del atletismo español, que ha conseguido solo 11 oros en los 40 años de historia de los Mundiales de atletismo. Siete de ellas (más del 63%) se han conseguido en marcha. La marcha, la disciplina de locos, según unos, de los más luchadores, según la mayoría, cabezotas, determinados, le abrió al atletismo español la puerta de las medallas olímpicas con Jordi Llopart en Moscú 80. Más de 40 años después, y pasados los grandes nombres de grandes campeones, Josep Marín, Chuso García Bragado, Valentí Massana, María Vasco, Juanma Molina, Miguel Ángel López… es también la marcha la dueña de su apogeo. Son María Pérez y Álvaro Martín, y también son Diego García Carrera y Cristina Montesinos, la atleta de Terrassa, de 29 años, entrenada por Massana, que termina quinta en su primer Mundial, en una cadena, eslabón tras eslabón, herencia tras herencia, que, recuerda Álvaro Martín, no se ha roto y no se romperá, aunque el futuro sea duro. “Todos tenemos un legado, con grandísimos campeones, hombres y mujeres”, dice Martín, dos oros Mundiales al cuello, y dos Europeos. “Y ese legado lo mantenemos con responsabilidad”.

La marcha amenazada por los tiempos de las prisas y las urgencias y el fulgor inmediato. La disciplina de las sensibilidades extremas, según su maestro polaco, Robert Korzeniowski, porque obliga al atleta a tener siempre un pie sobre el suelo, y así siente en la piel, a través de la zapatilla, la tierra de los caminos en los que entrena, los diferentes tipos de asfalto, las aceras, se siente parte de todo, que odia, según algunos colaboradores cercanos, Sebastian Coe, el presidente de la federación internacional de atletismo (WA), que no duda en bajar todo sudado al pie de la pista del estadio de Budapest para abrazar como un hincha enloquecido al escocés Josh Kerr nada más proclamarse campeón de los 1.500m, su distancia y la de los gourmets exquisitos del atletismo, pero que ninguna de las tres mañanas en la que la marcha ha tomado el centro de Budapest se ha pasado por la plaza de los Héroes para aplaudir a los atletas. Les da la espalda, no una palmada en la espalda, y acepta que en París, dentro de un año, desaparezca del programa olímpico la distancia de los 50 kilómetros, la que designa a los más duros y resistentes, y sustituida por un relevo mixto en el que un hombre y una mujer se dividen 42,195 kilómetros, la distancia del maratón, en cuatro postas de 10,550 kilómetros cada una.

La distancia de 35 kilómetros, aunque favorezca a los especialistas de los 20, pues su ritmo no está muy alejado, y perjudique a los atletas de fondo, los especialistas de 50, es otra cosa. Permite la historia de María Pérez. Ciencia y fe, María Pérez, el carácter exigente y duro de Teresa de Ávila, su cabezonería en una cabeza tan dulce tan pequeña de tamaño que todas las gorras la desbordan, su convencimiento, la misma búsqueda del éxtasis a través del sufrimiento.

Cumplidos 20 kilómetros María Pérez, 27 años, de Orce, Granada, el sol naciente a su espalda sobre el Danubio, cambia el ritmo y abandona a las compañeras con las que compartía el paseo delante de todas. Abandona sobre todo a la peruana Kimberly García, la doble campeona de los Mundiales de Eugene, hace un año, que no aguanta la marcha herida de la granadina entrenada por Jacinto Garzón, su ciencia y sus supersticiones, cámaras hipobáricas, altura intermitente y estampitas de Cristos y Vírgenes en los bolsillos. “Ha sido una táctica obligada por la lesión que me produje en los 20 kilómetros”, dice la doble campeona del mundo y campeona de Europa. “Me ha estado molestando, pero no he tenido ese dolor punzante del ciático que sufrí cuando se me inflamó el otro día. Me ha hecho marchar así porque yo no podía ir a cambios bruscos de ritmo y altibajos. Eso podía hacer que el ciático en algún momento se me pinzara y no podría mover la pierna. De hecho, había dudas de que terminara el 35″. Con su ritmo fuerte y fluido, resistió y más rápida que ninguna. Más de dos minutos después de ella (2h 38m 40s), llegó Kimberly Martín (2h 40m 52s), plata. El bronce, para la griega Antigoni Ntrismpioti, doble campeona europea. “Esta noche voy a quemar Budapest”, promete María Pérez. “Quemo Budapest, quemo España luego y todo. Creo que nos merecemos desconectar, vacaciones, sobre todo disfrutar. Cuando terminé los 20 el domingo, me fui del control antidoping al hotel y no he salido. He visto a mi mujer solo un día, a mis amigos también, es decir, creo que hoy ya me merezco disfrutar con ellos…”

Podría patentarlo Álvaro Martín, marchador de Llerena, Badajoz. El ataque Álvaro Martín, se llamaría. La definición: cambio de ritmo irresistible a cinco kilómetros del final de una prueba de marcha. Así, con un ataque de cinco kilómetros, Álvaro Martín, de 29 años, habitante de Cieza, Murcia, donde José Antonio Carrillo, su entrenador, amamanta la marcha desde hace décadas, ganó el sábado pasado, y parece que fue hace un siglo, la medalla de oro de los 20 kilómetros.

Así, aunque de una manera un poco más complicada debido a la dura resistencia del marchador ecuatoriano Brian Pintado, de la Cuenca en los Andes del gran Jefferson Pérez, que le obligó a un remache a kilómetros y medio del final, se impone la mañana calidísima y empapada del jueves, al amanecer casi de Budapest, en la prueba de 35 kilómetros y recibe abrazos y felicitaciones de todos, también de Carrillo, que lo ha ganado casi todo y solo desea, antes de retirarse, hacer un Sam Mussabini, y en su maleta olímpica siempre hay un sombrero de paja que espera ser reventado de un puñetazo, como hizo en París el entrenador británico inmortalizado en Carros de fuego, cuando su atleta, Harold Abrahams, gana los 100 metros en los Juegos de París 1924. “Qué bueno que eres”, le dice el entrenador de Cieza, y le aprieta la cara con sus manos. “Pero me tienes que hacer caso. Ya sabes que te dije que si atacabas a cinco kilómetros no te tenías que dejar coger, y te alcanzó el ecuatoriano… Y Martín responde: “No sabes cuánto he sufrido. Le he ganado por fortaleza psicológica, no física”. Martín se impuso con un tiempo de 2h 24m 30s, cuatro segundos menos que Pintado, plata, 42 segundos menos que el japonés Masatora Kawano, bronce.

Como María Pérez, en mujeres, Álvaro Martín, licenciado en Políticas, casi licenciado en Derecho, es el primer atleta español que consigue dos medallas de oro en una misma cita, y cada uno de ellos se embolsará como rima de la WA la misma cantidad, 70.000 dólares (64.000 euros) por cada medalla. Dentro de un año, en París, solo les esperan los 20 kilómetros y 10 de relevo. Y un sombrero de paja destrozado de un puñetazo 100 años después.

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