martes, 29 de enero de 2019

EL PRIMER INVIERNO SIN JESÚS ESPAÑA


ALFREDO VARONA
A LA CONTRA

A los 40 años, Jesús España es El becario, como Ben Whittaker, el personaje que interpreta Robert de Niro en la película de Nancy Meyers. El hombre que vuelve a los 70 años con un contrato de prácticas a la empresa en la que ha trabajado 40 años. No sólo han cambiado los demás. También ha cambiado él, que regresa sin egos y sin prisas por hacerse mayor ni derribar ninguna puerta. Su ego ya está almacenado en su biografía. Es la lección que nos deja Ben en la película. A su edad, no le da pánico llevar los cafés ni ser el último en irse de la oficina porque no es verdad que la edad prohíba nada. Tampoco es verdad que a los 40 años que tiene Jesús España sea tarde para empezar ni pronto para vivir sin prisa. Jesús no es Ben Whittaker, pero a mí sí me recordó a él hace unos meses cuando contó su maravillosa experiencia en el maratón de San Sebastián. Infiltrado en la clase media, como no podíamos ni imaginar, ayudó a su amigo Mario a bajar de tres horas y media. Ben también lo hubiese hecho en la película. Allí nos recuerda que la satisfacción no es un plan gubernamental. La satisfacción también es anónima y, por encima de todo, tiene cara de buena persona.
Es la imagen que nos transmite Ben Whittaker en la película. El legado que en todos estos años de atleta transmitió Jesús España en la victoria y en la derrota. Así que el tiempo hizo su trabajo. Nos enamoró de él. Por eso me parece tan difícil de olvidar, dejar de escribir de golpe de él, no decirle que este primer invierno sin su presencia en el atletismo nos ha resultado extraño. No estábamos acostumbrados y pelear frente a las costumbres es arriesgarse a perder. De ahí que yo no lo haga y solo me arriesgue a decirle, en nombre de tanta gente, que seguimos echándole de menos o que necesitamos más tiempo. Al final, la vida es tiempo como también explicaba Ben en la película: “La jubilación supone un continuo e incansable esfuerzo creativo. Al principio, disfruté de la novedad, era como estar haciendo novillos”.
Es más, de las cosas que cuenta Ben Whittaker en la película, en esa lección permanente de vida, la que más me gustaría recordarle a Jesús España sería esta: “Dicen que no podemos volver a meter al genio en la lámpara…, pero podemos intentarlo”. Porque por decir las cosas no pasa nada aunque en la vida real, a diferencia de las películas, al final la realidad sea lo único que no tiene remedio. Por eso lo único que pretendo con este relato no es dar las gracias a Jesús España, esas ya se las dimos. Solo imaginarle en esta nueva vida que aún está empezando para él. Todavía no han pasado ni seis meses desde que lo dejó en Berlín con esa sensación incomparable. “Nunca te equivocarás si haces lo correcto”, le escuchamos también decir a Ben en la película.
Así que ya me ves aquí, amigo Jesús, atreviéndome a compararte nada menos que con Robert de Niro. Pero escribiendo a uno le gusta arriesgar como arriesgan los atletas en la pista. De lo contrario, nunca ganarían nada. Los finales no existirían. Los atletas serían eternos y las despedidas no serían tan crueles como las mujeres que no nos hacen caso. Pero, en realidad, esto de vivir es así. El último día existe. Es el día que parece que nunca va a llegar pero, al final, llega, porque anda metido ahí por algún lado, preparado para aparecer, imposible de regatear.
Los que no nos cansamos de pedir una más no queríamos que llegase nunca. Tenemos ese defecto: no nos gustan los finales. Quizá por eso nos resulta tan extraño este invierno sin Jesús España, sin preguntar por su esfuerzo, sin verle quemar sus últimos cartuchos en el maratón. De alguna manera, a estas alturas, su vida de atleta ya formaba parte de nosotros. Por eso ahora nos pasa como cuando un hijo o un hermano se marcha de casa. Igual que hay quien echa de menos a Zidane, yo echo de menos a Jesús España, aunque viendo a De Niro en El becario me alegro por él. Nos recuerda que volver a empezar también puede ser maravilloso y, sobre todo, a no olvidar. A no olvidarle nunca: “Tal vez llegue alguien con más experiencia…, pero jamás vivirá lo que viviste tú”.

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