DIEGO TORRES
El País.com
Hace
una década, entre los Juegos de Pekín de 2008 y los Mundiales de Roma de 2009,
la natación entró en el terreno de lo hiperbólico. La aparición de una
generación inolvidable de nadadores, unida al empleo descontrolado de bañadores
con placas impermeables que facilitaban la flotación, hicieron que las mejores
marcas de la historia se quedaran anticuadas en pocos meses. Se batieron
decenas de récords. Hubo una ola de futurismo. Y un escándalo que desembocó en
la prohibición de los bañadores de goma en 2010. Entonces las carreras
acuáticas entraron en un periodo de relativo estancamiento. Una época que
concluye en el Mundial de Gwangju, en Corea del Sur, en donde las marcas
vuelven a moverse en el umbral de lo inaudito. A la emergencia el domingo de
Ariarne Titmus en la final femenina de 400 libre con una marca sideral y la
derrota de la plusmarquista mundial Katie Ledecky, se han sucedido nuevos
tsunamis este lunes. Dos nadadores destacan entre los varones de esta nueva
generación de romperécords. El inglés Adam Peaty, de 24 años; y el
estadounidense Caeleb Dressel, de 22.
Dressel
es el típico atleta que reúne cualidades extraordinarias para moverse rápido en
el líquido. Una osamenta larga y ligera, una fuerza de búfalo, la morfología
corporal acuadinámica que facilita el deslizamiento y la coordinación para
imprimir fuerza sin desequilibrarse. Donde otros emplean diez unidades de
fuerza para mover el mismo peso, él emplea la mitad. Su habilidad le permite
nadar todos los estilos. Es un virtuoso capaz de derribar algunos de los
límites que ha establecido Michael Phelps, además de otras empresas que Phelps
nunca se pudo permitir porque carecía de la potencia necesaria. Dressel es
potente. Lo demostró en la final de 50 mariposa con el segundo mejor tiempo de
la historia: 22,35 segundos, a ocho centésimas del récord mundial del ucranio
Andrii Govorov.
Con
la facilidad que exhibe Dressel cada vez que se arroja a una piscina resulta
fácil imaginar que no tardará en ser el más rápido en esta distancia y en los
100 metros, en donde ya hizo 47,63s, la cuarta mejor marca de siempre, en la
final de relevos de 4x100 libre.
Si
el mundillo de la natación permanece expectante ante Dressel en Gwangju, las
rondas de Peatu por la piscina son recibidas como una rutina de lo fabuloso. Ya
nadie espera otra cosa de Peaty, que se ha especializado en 50 y 100 metros
braza. Al hilo de sus predecesores en la prueba, posee un físico macizo antes
que alargado. Su fuerza es descomunal pero es su ambición y el gusto que le
produce la competición lo verdaderamente nuevo. El hombre se presentó en la
final de 100 braza con su gorro rojo de la cruz de San Jorge, tatuado con
leones y lobos, y pidiendo silencio a la multitud. En plan jefazo. Venía de
hacer las mejores 17 marcas de la historia de la prueba, y en las semifinales
había batido por séptima vez el récord mundial convirtiéndose en el primer
hombre en bajar de 57 segundos: 56,88s. Su ámbito ya era inhóspito: nadie,
además de Peaty, ha bajado de 58 segundos en los 100 braza.
Peaty
convirtió la final en un duelo contra sí mismo. A un metro y medio por delante
de la línea de nadadores, su excepcionalidad quedaba reflejada en su soledad.
Quizás por falta de alguien que le empujara a agotar toda su energía acabó
llevándose el oro con 57,14s, la cuarta mejor marca de todos los tiempos. Es
decir: la cuarta mejor marca personal de Adam Peaty.
Le
siguió otro británico: James Wilby, que hizo 58,46s y al concluir se colgó de
la corchera y miró a su paisano con una sonrisa de complicidad. Wilby sabe que
se ha beneficiado del efecto contagio, tan biológico, y tan propio de la
natación. Los nadadores que se entrenan juntos mejoran irremisiblemente. Hasta
ayer solo tres hombres habían bajado de 58,47s: Peaty, el bieloruso Ilya
Shymmanovich, y el sudafricano Cameron van der Burgh. Tercero fue el
sorprendente chino Zibei Yan, récord asiático con 58,63s.
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