DIEGO TORRES
El País.com
La
natación es el deporte de la lentitud. Los cronómetros no paran de quemar
centésimas y los podios y los oros se deciden en un chapoteo fugaz. Pero las
pruebas que se celebraron este domingo en la primera sesión de finales del
Mundial de Gwangju se vienen procesando desde hace años, ciclos enteros de
calculada preparación sobre la base del desarrollo fisiológico de los
nadadores, atentamente monitorizados por equipos de expertos que lo tienen todo
más o menos previsto desde hace mucho tiempo. Pocos nadadores a lo largo del
último siglo han recibido más atención que la prodigiosa Katie Ledecky, la
mujer más dominante de la historia de este deporte, campeona olímpica en 2012
con 15 años, oro en los Juegos de Rio en 200, 400 y 800 metros libres; 14 veces
récord mundial; y desde 2013 invicta en 400, 800 y 1.500, todo lo cual
constituye un tremendo mensaje disuasorio para el universo de sus retadoras.
Cuidado. Se enfrentan a un imperio.
Ariarne
Titmus en la calle cinco no se dejó intimidar por la leyenda de Washington en
la calle cuatro. Tiene 18 años y viene de un pueblo remoto, de Laurceston, en
el litoral septentrional de la isla de Tasmania. Sus referencias del gran mundo
de la natación eran igual de remotas. No pareció pendiente de Ledecky cuando se
subió al poyete de la final de 400 libre y se tiró a la piscina sin complejos.
Hizo los primeros 50 al ritmo del récord mundial que consiguió Ledecky en Rio
(27,52 segundos) y metió a la gran campeona en un territorio desconocido. Desde
hacía siete años se había acostumbrado a nadar sola en aguas tranquilas,
absolutamente desenganchada de los pelotones. Ahora la desafiaban y el poder
intimidatorio se volvía en su contra: Titmus, como todos los jóvenes que
empiezan algo nuevo, tienen el tiempo —dios del cronómetro— a favor.
Fue
lo natural y fue chocante a la vez. El reguero de récords mundiales
establecidos por Ledecky parecía tan inasequible como ella misma en las
distancias medias. La estadounidense, que ostenta la plusmarca de 400 con los
3m 56,46s de Rio, llegó a Corea del Sur con la mejor marca de la temporada (3m
59,28s). Solo la amenazaba Titmus, que convalidó las pruebas de selección
australianas en junio con 3m 59,35s. Únicamente tres nadadoras a lo largo de la
historia han bajado de cuatro minutos: Ledecky, Federica Pellegrini y Titmus.
Entrenada
por Greg Meehan en la piscina de la Universidad de Stanford, en donde estudia
psicología, Ledecky es un mito del deporte olímpico y universitario. Con solo
22 años está de vuelta de su viaje a la gloria. Se ha hecho profesional y en su
afán de ganar potencia no deja de desarrollar una voluminosa musculatura. Dueña
de los 13 mejores tiempos de la historia en 400 no debió imaginar que Titmus
llegaría al viraje del 100 por delante. Alarmada ante la amenaza, Ledecky
cambió el plan. Acostumbrada a valerse de su deslizamiento único tirando de
brazos y reservar las piernas para el último 100, batió pies antes de lo
previsto.
El
aumento del ritmo de patada es un turbo que emplea para dar el último toque,
pero el perfil de la australiana la forzó a alterar la táctica. Titmus es
célebre por la velocidad que es capaz de desarrollar, impropia de una fondista.
Ledecky supo que no podría imponerse sin abrir una brecha insalvable antes de
los 300 metros. Ganó distancia en el penúltimo largo: tocó la pared en 3m
28,63s seguida de su perseguidora a 3m 29,25s. Pero no fue suficiente.
Ledecky
comprendió que el desenlace sería trágico tras el viraje. Cuando Titmus la
sobrepasó al cabo de 20 metros de furor, camino de la última pared, dio la
impresión de dejarse arrastrar por el reflujo. Titmus fue un ciclón. Hizo el
último largo en 29,51s. Ledecky se rindió en 31,34s.
Titmus
conquistó el oro en 3m 58,76s. Ledecky se quedó en 3m 59,97s. Juntas
compusieron una obra grandiosa. Ledecky la concluyó agarrada al muro. Fundida.
Escondiendo la cara, la mirada tapada con las gafas espejadas, el bañador negro
de riguroso luto, dio la impresión de ser testigo del funeral de sus mejores
días.
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