lunes, 22 de febrero de 2010

BODE MILLER, DE ORO, AL FIN


JUAN-JOSÉ FERNÁNDEZ El País.com

Bode Miller ya tiene su oro. Al fin. El mejor esquiador estadounidense de la historia, y durante varios años del mundo, genial entre el cielo y el infierno siempre, tuvo su premio de subir a lo más alto de un podio olímpico. Era lo único que le faltaba y a sus 32 años ya era su última oportunidad. Aún le queda el eslalon gigante del martes, sobre todo, pero aprovechó la supercombinada para imponer la polivalencia que en sus mejores años, 2005 y 2008, le llevó a conseguir dos Copas del Mundo absolutas.
Fue significativo que alcanzara el oro en la prueba que consagra al esquiador más completo. Todo un símbolo para premiar la genialidad de un grande torturado en muchas ocasiones por ir en contra del establishment. Su infancia diferente, criado en una comunidad en los bosques de New Hampshire, pareció trasladarla al etiquetado mundo del esquí. Los choques eran de esperar y fueron muchos. Con su propia federación y con la internacional.
Después de vivir muchos años en su propio autobús-caravana, al margen de los oficialismos, volvió a principios de esta temporada al redil federativo para no perder su última ocasión. Incluso volvió a ganar pruebas de la Copa del Mundo, cuando un año antes, después de un nuevo fracaso en los Mundiales de Val d'Isère, en Francia, incluso barajó dejar el esquí. Pero no olvidaba el fracaso en los Juegos de Turín 2006, cuando llegaba como grandísimo favorito. Poco antes, se despachó con unas declaraciones en las que confesaba haber esquiado alguna vez bebido y que eso le motivaba. Para un país tan conservador como Estados Unidos, y para todo el mundo, fue un sacrilegio. La presión le pudo.
Miller sólo tenía entonces las dos medallas de plata de Salt Lake City 2002 en gigante y en la entonces conocida sólo como combinada, que contaba con las dos mangas del eslalon en lugar de la solitaria actual. Después, múltiples títulos mundiales y victorias en el circuito de la Copa del Mundo. Pero la mayor gloria en todos los deportes es la olímpica. Aún era su asignatura pendiente. Ahora, en Vancouver, había sumado otra plata en el supergigante y un bronce en el descenso. Siempre le faltaba el oro.

Caída de Svindal
Miller, séptimo tiempo ayer en el primer descenso, a 76 centésimas del noruego Aksel Lund Svindal, un torpedo en la bajada, tenía en éste a su principal enemigo, aunque no el único. Pero el nórdico se salió en el eslalon. Esta vez no le dio el disgusto como en el supergigante. Hubiera sido muy duro. Fue el último en bajar y en el primer tiempo intermedio aún mantenía 33 centésimas de margen sobre Miller. Pero se le atragantó el trazado y en el segundo se fue ya 25 por detrás del estadounidense. Iba forzado y se salió. Miller estalló después de tanta tensión.
Primero tuvo que superar tres retornos de aspirantes a medallas, que bajaron en el eslalon antes que él. Ted Ligety, su compatriota campeón olímpico en Turín, demostró que es mucho mejor en las pruebas de habilidad e hizo el mejor tiempo en el eslalon, 50,76s. La ventaja para Miller era que se había ido a casi dos segundos en el descenso (a 1,91s de Svindal), una diferencia difícil de remontar. Terminaría quinto.
Benjamin Raich, el austriaco ilustre y también polivalente, cometió un error en el muro final y aun así se colocó segundo con sus 51,43s. Pero aunque había perdido menos tiempo en el descenso (1,55s) acabaría cayendo al sexto puesto. La amenaza para Miller empezó a subir aún más cuando el croata Ivica Kostelic, en una pista trazada por su padre y entrenador, recuperó el segundo cedido previamente y con 51,05s sumó el mejor registro. Miller sólo le había sacado 29 centésimas y ese era el botín para seguir aspirando aún al oro.
El estadounidense bajó con experiencia y calidad. Con su esquiar arriesgado, pero potente, aplicado esta vez. El que tantas veces había controlado, a diferencia de otras. Con la serenidad que le ha faltado demasiadas veces a lo largo de su ajetreada carrera. Mejoró incluso en el eslalon los tiempos de Kostelic desde el principio. Nueve centésimas en la parte alta, 45 en la intermedia y sólo rebajó el margen a cuatro al final. Con las 29 anteriores, 33 sobradas.
Pero además de Svindal aún quedaba el peligro suizo. Tanto el veterano de ilustre apellido Silvan Zurbriggen, familiar lejano del legendario Pirmin, como el último joven, Carlo Janka. El potente Zurbriggen, mejor en la velocidad, hizo un buen eslalon, en 51,44s, y aunque no superó ni a Kostelic, se llevó el bronce ante Janka. Al debutante le pudo la presión y se fue a 51,89s cuando había hecho el tercer mejor tiempo del descenso, a medio segundo de Svindal. Fue cuarto, el puesto más doloroso. Ayer , la máxima felicidad se llamó Bode Miller.
"No puedo pedir más. No sé cuánto tiempo podré seguir a este nivel. Es demasiado exigente física y psíquicamente", dijo tras su victoria. Tenía molestias en una pierna y cuando se levantó por la mañana pensó: "Aún tengo esta oportunidad, voy a intentar aprovecharla". Pero ya en carrera todo le pareció interminable. "Me fallaba al apoyar y sólo quería acabar. Al final salió bien".
Kostelic, que repitió la plata de Turín 2006, reconoció haberle favorecido el trazado hecho por su padre Ante. "Lo entrené especialmente", señaló. Y fue elocuente: "Cuando un esquiador es tan grande como Bode se merece ser campeón olímpico".
Miller quizá no espere ya casi nada para retirarse. Está en sus cuartos Juegos tras debutar hace 12 años en Nagano 98. Larga historia ya.
El español Ferran Terra, de estreno en Vancouver, bajó en un aceptable 25º puesto en el descenso, pero no terminó el eslalon. Nueva decepción.

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