viernes, 19 de agosto de 2011

"MIS" MUNDIALES: ROMA 1987


JOSÉ MANUEL MORENO. OCHO CALLES.

El domingo 30 de septiembre de 1987 comenzaba la Liga Española de fútbol, pero a las 18:30 horas nada había más importante ni evento deportivo con más interés y, por qué no decirlo, hasta con más morbo, que la gran final de los 100 metros lisos de los recién comenzados II Campeonatos del Mundo de atletismo en el vetusto estadio Olímpico de Roma. Un canadiense de origen jamaicano, Ben Johnson, que había sido bronce inadvertido en Los Ángeles 1984, ponía cerco al reinado de Carl Lewis, quien a sus 26 años se encontraba en una forma exultante, pero con un rival que ambicionaba derrocarlo de su trono. En las semifinales, Lewis quiso impresionar al fornido velocista de 27 años y ganó su semifinal con 10.03 mientras Johnson hacía lo propio en la suya, pero con 10.15. Se hacían pronósticos y previsiones de quién ganaría dependiendo de cómo fuera la carrera. Sí, señoras y señores, la gente, el aficionado al deporte en general, hablaba de nuestro deporte y de esa carrera en particular en los bares, lugares de trabajo y plazas públicas. Todos estábamos de acuerdo en una cosa: la clave estaría en la salida. Y lo fue: los dos metros que consiguió Johnson tras el pistoletazo de salida aumentaron a tres en la mediación de la carrera y ni el famoso “rush” final del velocista de Alabama consiguió darle posibilidades de victoria. Pero lo prodigioso vino al comprobar el crono: ¡9.83! repetía poseído de una alegría casi incrédula Gregorio Parra, ¡nuevo récord del mundo! Lewis tuvo capacidad de reacción ante tamaña derrota y se fue a por el canadiense, para felicitarle, pero esta ni siquiera se giró para corresponder al saludo. Se sentía en el olimpo y no quería que en el mismo entrara a molestarle su archirrival. El decano de la prensa deportiva española, “El Mundo Deportivo” tituló “9.83. El Récord del Siglo”. Por una vez, el atletismo le había ganado la partida al fútbol, en plena eclosión de la denominada “Quinta del Buitre”.

Los 200 metros fueron otra cosa
Como quiera que Johnson, merced a su forma explosiva de correr, nunca fue especialista en el doble hectómetro y que Lewis no se presentó en los U.S. Trials a disputar esta prueba de la que él si era un consumado corredor, la final de los 200 metros careció del glamour y la atención mediática que los referidos 100 metros.
Fue una de las finales de velocidad más igualadas de la historia, con empate en el tiempo de los dos primeros y con el medallista de bronce a solo 2”. Gregorio Parra tenía dudas cuando acabó la emocionante carrera entre si había ganado el francés Quenehervé o el británico John Regis, pero al verse la repetición por televisión no hubo dudas a pesar de la igualdad: había vencido el segundo hombre más rápido de Estados Unidos: Calvin Smith, el hombre de la curva mágica, un estilista del sprint, que ni medía lo que Lewis ni estaba hipermusculado como Johnson. Su forma de celebrar el oro fue inexistente según se vio en las cámaras de TV, solo respiraba con dificultad, pero ni el más mínimo signo de euforia.
Un americano centraba todas las miradas de la final de la vuelta a la pista: Harry “Butch” Reynolds. Él era el atleta llamado a borrar los 43.86 de Lee Evans, decían los entendidos. Pero en la final su estilo de correr en “negativo”, es decir, llegar de los últimos a la recta, y apretar o desacelerar menos que nadie en la recta solo le sirvió para ser 3º. El vencedor y medallista de oro, el alemán Thomas Schöenlebe al llegar a la meta con nuevo récord de Europa que aún perdura de 44.33 solo acertó a dejarse de caer en cuanto miró el marcador y vio la marca. Su aspecto de intelectual con unas gafas muy sui generis ayudaban a un momento ciertamente surrealista.

Medio Fondo
Un keniano de 26 años, Billy Koncellah realizaba la carrera de su vida en la final de 800 metros, venciendo a Elliott, Barboza y el resto de grandes favoritos con unos magníficos 1:43.06 (sería su mejor marca de siempre) y medalla de oro.

1.500 metros
José Luis González era, lo tengo que reconocer, uno de mis atletas favoritos. Siempre admiré a los corredores de gran clase, aunque nos defraudaran en tantas ocasiones. Lesiones, como en Los Ángeles’84, incomprensibles fallos de rendimiento en las grandes ocasiones, en realidad solo demostraba todo lo que llevaba dentro en la pista cubierta, en la que acumulaba medallas de oro y hasta plusmarcas mundiales, como la conseguida con unos grandiosos 3:36.03 en Oviedo allá por 1986. Lo cierto es que en las series se quedaron fuera de la final Teófilo Benito y Andrés Vera, y toda la responsabilidad quedaba en los pies y la capacidad del toledano de 30 años. Pero esta vez no falló y si bien no pudo con el gigante somalí Abdi Bile (con el que perdió la seminal por una sola centésima) ganó una plata de ley, por delante del americano Jim Spivey, que ganó el bronce y ante errores tan monumentales como los de Steve Cram, que se quedó sin fuerzas en los últimos 150 metros. Con el tiempo, González retransmitió varios eventos para TVE como los que él vivió como atleta de élite.

Fondo
Pocos expertos y aficionados dudaban de la victoria del marroquí Said Aouita en los 5.000 metros, prueba en la que definitivamente se había instalado tras el bronce de la cita olímpica tres años antes, y cumplió sobradamente los pronósticos en una carrera muy lenta, en la que nuestro “vecino” Domingos Castro fue un excepcional segundo y el británico Jack Buckner, tercero. En la prueba más larga de la pista, el keniata Paul Kipkoech dio una lección sacándole diez segundos al ídolo local, Francesco Panetta, que fue plata merced a su portentoso final. Un joven Colin Jackson se asomaba a su primera final de postín en los 110 vallas.

Vallas
Su nombre, Colin Jackson. El año anterior se había proclamado campeón mundial junior en Atenas, y retaba a su compatriota Ridgeon y a los americanos Foster, vigente campeón y Jack Pierce. Greg Foster demostró que lo suyo eran las finales mundialistas (acumuló tres oros en los comienzos de esta competición) y Jackson, a sus 20 años, consiguió un bronce preludio de futuras hazañas. “Nuestro” Carlos Sala fue un magnífico sexto clasificado en la gran final.

La más emocionante
La final de los 400 metros vallas fue la más igualada de todo el campeonato. Aunque el favoritismo recaía en el casi invencible Edwin Moses (perdió esa condición en Vallehermoso ante Danny Harris) sus fuerzas empezaban a no ser suficientes para detener las ganas de derrotarle del propio Harris y de su eterno enemigo Harald Schmid, el hombre que mejor ha admitido ser segundo en la historia del atletismo. Pero la recta final dictó sentencia y aunque Moses llegó a la misma con su habitual superioridad se quedó “pinchado” sobre los cuadros. Solo su formidable capacidad agonística le sirvió para vencer por dos escuálidas centésimas sobre sus dos rivales, y tras unos interminables minutos mientras se daba a conocer la foto finish. Una sentencia de Gregorio Parra quedó en el aire, cumpliéndose con el tiempo: “Nunca veremos una mejor versión del gran Edwin Moses”. Cuando explotó el público romano fue el penúltimo día de competición, sábado día 5 de septiembre con la victoria llena de fuerza y coraje de Francesco Panetta, que hizo doblete, ganando el oro en los 3.000 obstáculos. La “marea africana” aún está hibernando.

Saltos
La final de salto de altura fue, sin duda, la de más nivel de todos los tiempos, ya que tres saltadores, el sueco Sjöberg, y los soviéticos Paklin y Adveyenko empataron en la cabeza con 2,38 metros pero el oro fue para el primer de ellos y la plata se la repartieron los otros dos inquilinos del podio. Sergei Bubka siguió coleccionando oros en la pértiga, venciendo el concurso con unos buenos aunque no extraordinarios 5,85 metros, por delante de Vigneron y Gataullin. Hay que tener en cuenta que tres meses antes, en Praga, había saltado el listón en 6,03 metros, convirtiéndose en el primer hombre en superar la mítica cifra de media docena de metros con una garrocha, en julio de 1985.

La final del salto de longitud fue un quiero y no puedo de Carl Lewis, quien se autoimpuso como reto el récord del mundo para tratar de eclipsar su derrota en los 100 metros, pero se tuvo que “conformar” con unos inaccesibles para el resto de mortales 8,67 metros. La gran anécdota de la final la supuso el chanchullo que hizo un prevaricador juez italiano que le regaló en principio una medalla a su compatriota Evangelisti. Menos mal que trascendió la trampa y Emmiyan junto al siempre por debajo de sus posibilidades Larry Myricks acompañaron a Lewis en el podio. El búlgaro Khristo Markov venció en el triple salto con unos colosales 17,92 metros por delante del espectacular Mike Conley.

Lanzamientos
Eran otros “tiempos” en los lanzamientos, eso ha quedado como algo evidente con el paso del tiempo, por eso quizás no llamaron excesivamente la atención los 22,23 metros del suizo Werner Günthör en la final de peso. Impresionante fue el duelo de dos discóbolos tan históricos como el alemán oriental Jürgen Schult y el americano John Powell, con victoria para el primero. Los soviéticos Litvinov y Tamm dominaron con mano de hierro la final de martillo.

Bronce para España
La marcha volvió, como de costumbre, a darnos grandes alegrías. En esta ocasión, cayó un bronce en la prueba corta, lo que nos dejó la impresión de que quizás se pudo conseguir más botín, dado el nivel de nuestros marchadores. Andrés Marín “sólo” fue noveno en la prueba más larga del atletismo, los 50 Km. con las siempre discutidas descalificaciones de Manuel Alcalde (q.e.p.d.) y Jordi Llopart.
En el decatlón asistimos al final de la era de dominio de Daley Thompson, quien solo pudo ser 9º. La victoria, para el alemán oriental Torsten Voss, con 8.680 puntos.
Por último, en el apartado masculino Carl Lewis arregló el desaguisado de sus compañeros con una posta final que le dio el oro a Estados Unidos en el relevo corto, aunque sin récord del mundo: 37.90. Y Harry Reynolds se desquitó de su “pobre” bronce en la prueba individual contribuyendo decisivamente al triunfo final en el 4 x 400 por delante de Gran Bretaña y Cuba. En definitiva, quedaron las espadas en alto para la posible revancha entre el nuevo rey Ben Johnson y el rey destronado, Carl Lewis. Y, asómbrense, se hablaba y se escribía mucho de atletismo. Vivir para ver.

MUJERES

En el apartado femenino, en las pruebas de velocidad barrieron las alemanas del Este, que ganaban con avaricia medallas y más medallas. Silke Gladisch y Heike Dreschler en los 100 metros fueron oro y plata respectivamente, por delante de la mujer de bronce por aquellos tiempos, la guapísima Merlene Ottey, aún con 51 años en activo hoy día. Bronce volvió a ganar esta en el doble hectómetro en los que más que la victoria prevista de Gladisch con 21.74, fue la progresión impresionante que empezó a observarse en una tal Florence Griffith, mucho más musculada que en anteriores citas, y que sería segunda con unos espléndidos 21.96. Soviéticas y alemanas orientales se repartían oros y podios a veces completos, y solo dejaban migajas como la de los 10.000 metros en las que la fenomenal fondista noruega Ingrid Kristiansen se alzó con una meritoria y clara victoria. La búlgara Ginka Zagorcheva se impuso en los 100 vallas con unos soberbios 12.34, récord de los campeonatos.

Récord que perdura
Minutos más tarde de la “carrera del siglo” Johnson-Lewis, se plasmaría un récord que aún perdura en nuestros días: el majestuoso vuelo sin motor de la también búlgara Stefka Kostadinova, quien saltó 2,09 metros, superando los 2,07 de su compatriota Lyudmila Andonova realizados en 1984. Kostadinova solo tenía en aquella inolvidable tarde romana 22 añitos. La extraordinaria Jackie Joyner-Kersee sorprendió al mundo con unos sublimes 7,36 en longitud a los que unió nada menos que un oro de 7.128 puntos en la prueba más completa: el heptatlón. Una auténtica fuera de serie. Por aquellos tiempos, obvio es decirlo aunque no recordarlo, las mujeres no tenían aún en su programa atlético ni la pértiga ni el martillo, entre otras pruebas que les estaban vedadas por aquellos finales de la década de los 80 del siglo pasado. Lo que sí había era, lógicamente, era la prueba más antigua: el maratón, y la portuguesa Rosa Mota impartió una lección por las calles romanas sacándole más de siete segundos a la segunda clasificada, la soviética Ivanova. Tenía mérito, sí, transgredir la “dictadura” atlética de los países del este de Europa.

Medalla de “chocolate”
Mari Cruz Díaz, una catalana de 28 años que el año anterior se proclamó campeona de Europa en Stuttgart en la prueba de aquellos entonces de los 10 kilómetros fue cuarta de postín con María Reyes Sobrino novena, completando una excepcional actuación en equipo.

Relevos
Lo que hicieron el último día de competición Alice Brown, Diane Williams, Florence Griffith-Joyner y Pam Marshall, el cuarteto del relevo corto estadounidense fue sencillamente grande e inesperado: superar a las alemanes orientales, que prácticamente habían copado los podios de la velocidad parecía impensable, pero la curva de la más tarde incontestable Florence Griffth fue para enmarcar. Fue, en realidad, el inicio de algo que duró tan poco como los Juegos Olímpicos del año siguiente, en Seúl. Eso sí, las “valkirias” alemanas pusieron las cosas en su sitio en el relevo largo, por delante de soviéticas y estadounidenses. La cita cuatrienal nos dejó récords y, sobre todo, unos niveles de popularidad en el rey de los deportes como nunca más se volvieron a conocer…ni siquiera gracias a Usain Bolt. Y es que este último no tiene rivales. ¿O no tenía? Eso, dentro de unos días.

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