Carlos Arribas
El País.com
Posolímpico, transición y construcción son sinónimos que en lenguaje de marketing se transforman en creación de figuras. Los 100 metros femeninos, cautivos largos de fuerzas del mal, e inatacables desde que, hace 25 años ya, Florence Griffith dejó el récord mundial en unos 10,49s tan inalcanzables como todas las marcas anabolizadas fijadas por las alemanas del este en la década de los ochenta, eran un terreno virgen, dejado de la mano de la jamaicana sonriente y saltarina Shelly Ann Fraser. Un espacio saneado con la ausencia por dopaje de dos medallistas, plata y bronce, en el anterior Mundial, Daegu 11, las caribeñas Veronica Campbell Brown, de Jamaica, y Kelly Ann Baptiste, de Trinidad y Tobago. Ahora, un espacio atractivo que las tropas de Nike están dispuestas a abonar con nuevas caras.
Una se llama English Gardner, norteamericana de Nueva Jersey y sprinter, delgada para los cánones de la velocidad, y alegremente feroz. Tiene 21 años, ha bajado ya de los 11s (10,85s al ganar el último campeonato de EE UU), y va para icono, por su sonrisa, su competitividad, su sangre. Es el último gran producto del atletismo universitario estadounidense, de Oregón, donde manda Nike.
Otra se llama Blessing Okagbare, y es una bendición y es nigeriana. Tiene 24 años, corre los 100 (menos de 11s) y los 200 m (menos de 23s) y salta longitud (roza los siete metros y fue bronce olímpico en Pekín a los 19 años), y es muy fuerte y grande (mide 1,80 m), casi tanto como la reina depuesta Marion Jones, cuyos pasos buenos (no los malos, los que la condujeron al doping y a la cárcel) parece seguir. Ayer, terminó de plata el primero de sus tres desafíos. Horas después de clasificarse para semifinales de los 100 m, fue la única que se acercó lo suficiente para presionar a la inmutable y deslavazada Britney Reese en el concurso de longitud. Con un salto de 7,01 m en su segundo intento, la norteamericana logró su cuarto gran oro consecutivo (tras los mundiales de Berlín y Daegu y el olímpico de Londres). En su quinto salto, Okagbare se acercó hasta 6,99 m.
Ambas, Gardner y Okagbare, acaban de dejar la universidad (a la
nigeriana la becaron en El Paso, Tejas, después de ganar los campeonatos
africanos de 2007) para irse a vivir en Los Ángeles, donde las cuida y
las guía el encargado de Nike para tales asuntos, John Smith, el
entrenador de toda la vida de sprinters como Mo Greene (el único, junto
con Usain Bolt, que ha bajado de 9,80s y no ha tenido ningún roce
público con asuntos de dopaje), Ato Boldon o Jo Drummond. El encargo que
ha asumido Smith es delicado, pues debe conseguir que ambas se
conviertan en estrella a pesar de competir una contra otra en la prueba
estrella. A Gardner, tan finita, debe además darle músculo, buenos
glúteos, clave en la velocidad; a Okagbare debe, en cambio, afinarla
técnicamente. Con ellas debe combatir contra la siempre floreciente
Shelly Ann Fraser, quien, como todos los jamaicanos, lleva el ritmo en
la sangre, la velocidad en los genes y la sospecha en la sombra, y es
doble campeona olímpica y campeona mundial en 2009. La actual campeona
mundial, la dura norteamericana Carmelita Jeter, veterana de 33 años,
parece tan fuera de juego como aparatosos eran los tapings que cubrían
su pierna derecha de tobillo a muslo en unas series que solo pudo pasar
con 11,24s, y segunda en su serie, mientras que la felicísima Gardner,
capaz de lanzarse hacia la cinta como si se tirara a una piscina, fue la
única que bajó de 11s (10,94s).
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