Sentado en una colchoneta del módulo de Madrid, el subcampeón olímpico de los 100 metros, Francis Obikwelu, se deja invadir poco a poco por las ganas de moverse. Es martes. Son las diez de la mañana. Faltan tres días para los Campeonatos del Mundo de pista cubierta, en Valencia, pero el atleta portugués de origen nigeriano no parece apremiado por la cita. "Iré porque tengo que ir", dice el gigante Obikwelu; "pero no espero grandes resultados. Fasuba o Collins, más pequeños, están mucho mejor que yo. Y a mí los 60 metros se me quedan cortos". "Lo que le pasa a Francis", explica Manolo Pascua, su entrenador, "es que sólo piensa en Pekín. No tiene otra cosa en la cabeza. Pekín, Pekín, Pekín... Y cree que cualquier ruptura de la rutina, como participar en unos Mundiales, aunque estén tan cerca como Valencia, le va a perjudicar a cinco meses vista de los Juegos Olímpicos. Que si no hace lo que tiene que hacer, que si pierde tono, que si...".
Es lo que tienen los Mundiales en pista cubierta en año olímpico: todos los atletas de gran nivel piensan en los Juegos, pero unos acoplan la cita bajo techo a su ciclo de entrenamiento y otros ni hablar. Obikwelu participa prácticamente porque le obligan, pero los demás grandes velocistas, como el campeón mundial, Tyson Gay, o el plusmarquista, Asafa Powell, pasan. Como también pasa el rey del 400, Jeremy Wariner, o el del 1.500, Bernard Lagat, o el de las distancias largas, Kenenisa Bekele. Y entre las mujeres, lo mismo: ni Sanya Richards, ni Janet Jepkosgei, ni Alyson Felix...
Por eso brilla espectacularmente una de las escasas excepciones a la tendencia absentista: no sólo uno, sino los dos mejores especialistas de las vallas largas, el fabuloso cubano Dayron Robles y el campeón olímpico, mundial y recordman universal, el chino Liu Xiang, están en Valencia dispuestos a protagonizar el sábado la prueba más espectacular de los campeonatos, una final de los 60 metros vallas en la que no sólo podría caer el récord del mundo -en una de sus ocho competiciones este invierno, Robles, un portento de 21 años y 1,90 metros, se quedó en 7,33s, a tres centésimas de la plusmarca de Colin Jackson-, sino que también podría estar empezando a jugarse la final olímpica. Y, aunque Liu Xiang, todavía inédito este año bajo techo, donde tiene una mejor marca de 7,42s, prefiere darse por derrotado de antemano, sólo basta con recordar la final de los Mundiales al aire libre de Osaka 2007 -cómo ganó en las últimas vallas pese a salir por la calle 9 por sus malos tiempos clasificatorios- para pensar hasta dónde se puede llegar. Junto a ellos, pensando en el último cajón del podio, estará el español de origen cubano Jackson Quiñónez, quien deberá bajar de 7,50s para poder tocar metal -su récord de España es de 7,52s.
Por eso, por algunas ausencias, cobra valor local la prueba de los 1.500 metros, la favorita del atletismo español. Tanto Arturo Casado, que ha subido un escalón en la jerarquía tras ganar el Campeonato de España hace dos semanas, como Juan Carlos Higuero hablan sin dudarlo de la posibilidad de medalla o incluso de repetir lo de Birmingham, los Europeos en pista cubierta de 2007, donde hubo copo español en el podio con Higuero, Sergio Gallardo y Casado. También se espera con expectación a Mayte Martínez, medallista de bronce en los 800 metros de Osaka, quien, pese a la ausencia de las dos primeras en Japón, Jepkosgei y Benhassi, chocará tanto con la ambición de Mutola, la incombustible mozambiqueña que ha anunciado su retirada este año y que no querrá afear un palmarés en pista cubierta increíble -ocho participaciones, siete victorias, un segundo puesto-, como con sus problemas en el pie, que han perturbado sus entrenamientos e incluido la duda en su cerebro. La saltadora de altura Ruth Beitia (1,98 metros este año) y la de longitud Concha Montaner (6,66) apenas encontrarán, en cambio, ausencias en sus pruebas: estarán Blanka Vlasic (2,05) y toda su corte de dosmetristas por un lado e Irina Symagina (6,96) y su corte de casisietemetristas, como Naide Gomes y Maurren Higa Maggi.
Y entre las presencias, dos morbosas, aunque con diferente matiz: el velocista británico Dwain Chambers, a quien casi nadie quiere porque ha estado sancionado por dopaje y ha hablado demasiado, y el saltador de longitud francés Salim Sdiri, a quien el viernes 13 de julio pasado el lanzador finlandés Tero Pitkamaki clavó una jabalina en los riñones y el hígado. Recuperado, al menos físicamente, Sdiri ha sido capaz de saltar ya 7,98 metros.
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