miércoles, 5 de marzo de 2008

El dopaje en EE.UU



Barry Bonds, Roger Clemens, Jason Giambi, Chuck Knoblauch, Andy Pettite… El reciente informe Mitchell sobre el dopaje en el beisbol profesional de Estados Unidos, que acusa a noventa jugadores, ha vuelto a poner el dedo en el renglón de este tema. Los casos se suman: una melancólica Marion Jones decidió confesar su dopaje y devolver las cinco medallas que había ganado en los Olímpicos de Sydney; el ciclista Floyd Landis fue capaz de recuperar una desventaja de ocho minutos en una sola etapa del Tour de France, pero unos días después su control antidopaje dio positivo; el mismo Lance Armstrong, contundente dominador del ciclismo en los últimos años, ha vivido bajo la continua sospecha de dopaje; el campeón mundial de 100 y 200 metros en 2004, Justin Gatlin, dio positivo por esteroides y cayó en el mismo fiasco que el anterior campeón, Tim Montgomery, pareja de Marion Jones; en 1998, diez años después de romper marcas olímpicas en Seúl, Florence Griffth murió y dejó en el ambiente la duda de si su muerte temprana tuvo algo que ver con sustancias prohibidas… Y podemos seguir: jugadores de la NFL y de la NBA, pesistas, atletas e incluso competidores de golf.
Sería estúpido pensar que el deporte de Estados Unidos es el único que ha sido atacado por el dopaje, pero sí es el más afectado. Si los intereses económicos gobiernan el deporte, no nos debería extrañar el fenómeno. Hace mucho que el espíritu deportivo está enredado en valores insustanciales pero poderosos: marcas comerciales que imponen condiciones, contratos exorbitantes y, por supuesto, como en los viejos regímenes comunistas, la certeza de que la victoria del atleta es también la del país.
Lo importante es ganar, no cómo ganar. Estados Unidos, un país que constantemente se corrige a sí mismo, que busca no imitar y no imitarse, que vive en continuo desplazamiento, ha fomentado en sus habitantes la idea del triunfo individual. Más todavía: la victoria nacional no puede existir sino a través del triunfo individual. “Insiste en ti mismo y nunca imites”, dijo Ralph Waldo Emerson en Self-Reliance, para definir la actitud estadounidense en oposición a la europea. Esta idea, que tanto les ha proporcionado, también los ha arrastrado hacia la ansiedad y el miedo a la derrota.
Andy Warhol dijo que en el futuro todos tendríamos derecho a quince minutos de fama. Para conseguirlos sólo hace falta renunciar a la dignidad, al pudor, a la privacidad y al sentido del ridículo. La tendencia posmoderna a alcanzar esos quince minutos de fama está tan salvajemente presente que hasta nos olvidamos de los principios. Y el atleta no es la excepción.
A todo esto hay que sumarle la idea puritana que anima todavía el corazón de la vida americana. Aunque durante mucho tiempo a nadie le importó si los atletas se dopaban o no, hoy se les ataca socialmente y se les vilipendia. Nada peor que un héroe caído. Ya lo dijo Chesterton, lo único más grave que el debilitamiento de los grandes valores morales es el reforzamiento de los pequeños valores morales.
Que nadie se dé golpes de pecho: ésta es la realidad del deporte y así ha sido durante los últimos treinta años. No perdamos de vista el contexto: son muchos los casos y debemos asumir que han sido muchos más los que no han salido a la luz. Debemos entender que esa idea limpia en que se basó el espíritu olímpico ya no existe, si es que exisitó alguna vez, y que la imagen del deportista como referente de salud pública es una patraña. Llegará el día en que el dopaje se libere y, por lo tanto, se controle y en que todos sepamos que el enfrentamiento no es ya entre atletas sino entre laboratorios.

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