lunes, 4 de mayo de 2009

LA "RUTA" BOLT




CARLOS ARRIBAS - Kingston
Jens, con su buen humor germánico, resumió perfectamente la situación: "Hemos venido aquí para descubrir el secreto de los éxitos del atletismo jamaicano y vamos a tener que investigar el secreto de sus lesiones en el pie izquierdo". El colega alemán, parte del contingente periodístico internacional organizado por la federación internacional para desentrañar las claves que han convertido a Jamaica en el paraíso del sprint, se refería, claro, a que las tres grandes figuras de la pequeña isla caribeña, los campeones olímpicos Usain Bolt, Veronica Campbell-Brown y Asafa Powell, han comenzado a cojear simultáneamente del mismo pie, lo que da pie a que otro colega, el francés, remache diciendo que el atletismo jamaicano no ha comenzado el año postolímpico con buen pie...
Si las heridas de Campbell-Brown, doble campeona olímpica de 200 metros, y de Powell, el ex plusmarquista mundial del hectómetro que parece haber asumido un papel secundario en la ópera, son pequeños percances de pista, tirones y esguinces, la formación de la de Bolt, el único, sería graciosa si no le hubiera dolido tanto. A su orgullo y a su pie, en el que quedaron clavadas media docena de espinas del arbusto que pisó, descalzo, al huir del coche que acaba de destrozar. Una curva en la autopista 2000, junto al peaje de Vineyard; las marcas del frenazo dibujadas en 50 metros de asfalto y la cuneta en la que acabó el BMW M3 negro del que perdió el control el hombre más rápido del mundo han pasado inmediatamente a formar parte de la ruta Bolt, el recorrido turístico guiado que incluye la discoteca de Kingston en la que ensaya sus danzas de la victoria, que teme que parezcan demasiado sensuales a los ojos puritanos de algunos aficionados; el restaurante en el que devora platos de jerk, el pollo frito con salsa picante, plato nacional jamaicano; la pequeña tienda de comestibles de Sherwood Content, en Trelawny, donde su padre, Wellesley, aún atiende a los paisanos; el instituto en el que ganó sus primeras carreras y hasta la casa en la que nació, ampliada ya después de sus éxitos y donde su madre, Jennifer, se ha especializado en preparar platos de ñame para los visitantes, que dicen que es el secreto de su éxito.
"Bolt forma parte del patrimonio nacional", dice Kayon Raynor, periodista del Observer de Kingston; "otros países tienen catedrales, monumentos. Nosotros tenemos a Bob Marley y a Bolt. Son los que atraen peregrinos de todo el mundo. Y Bolt ya se está acercando a Marley". Quizás sólo le falte morir joven para adelantar al profeta del reggae, cuya estatua, guitarra en mano, domina la plaza del Estadio Nacional jamaicano.
En las calles de la fea y calurosa Kingston, enormes carteles sorprenden a los automovilistas planteándoles una pregunta a la que quizás Bolt no pueda responder con un sí. "El buen conductor respeta los stops, ¿eres tú uno de ellos?" No se sabe si Bolt es imprudente al volante o no, pero sí que es ligeramente despreocupado -manejaba el BMW calzado con chanclas- y no muy hábil. El coupé estrellado fue un regalo de Puma, su patrocinador y el de todo el atletismo jamaicano, por sus éxitos en Pekín -recuerden: tres medallas de oro, tres récords mundiales-, pero antes de entregárselo le obligó a tomar en Alemania un curso especial de conducción. No lo aprovechó en exceso, como también pudieron constatar los testigos de su intento de guiar un Ferrari durante la gala mundial del atletismo en Mónaco. Pero Bolt es tal modelo de conducta en Jamaica, donde todos los niños quieren ser como él, que la dirección general de tráfico del país ha aprovechado su accidente para alertar a los ciudadanos más aún sobre los peligros de la carretera.
Si, cuenta Raynor, en los programas de radio y televisión jamaicanos se reciben llamadas permanentes de consejo para Bolt por parte de compatriotas preocupados por la asimilación de los éxitos olímpicos, Howard Aris, el presidente de la federación, no ve motivos para la alarma. "El accidente de coche ha sido sólo un problema de una semana de preparación", dice; "estamos seguros de que en los Mundiales de Berlín, en agosto, cumplirá sus objetivos. Se recuperará a tiempo para ellos. No olvidemos que es sólo un chaval de 22 años". "La gente dice que hay que controlarle, que no puede ir a su bola todos los días", añade Raynor; "pero ¿dónde está el límite?, ¿hasta dónde se le puede controlar su vida privada?".
Ni Campbell-Brown, ni Bolt ni Powell aparecieron siquiera por las gradas del Estadio Nacional -gran estructura para 29.000 espectadores, con pista de atletismo y gigantesco velódromo de cemento; gran mata de césped en el centro, donde, curiosamente, no hay plantadas porterías de fútbol-, donde se celebró el sábado por la noche una reunión internacional, pero eso no impidió que las gradas se llenaran de aficionados que viven el atletismo como en otros países se vive el béisbol, el cricket o el fútbol, con pasión expresada en continuos gritos, con enorme paciencia -la velada, de apenas 20 carreras, duró más de tres horas- y con alegría. "Somos un país fanático del atletismo", dice Don Quarrie, uno de los históricos del sprint jamaicano; "las carreras son el pasatiempo nacional".

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