martes, 18 de agosto de 2009

EL HOMBRE INFINITO



C. ARRIBAS

El 1 de noviembre de 1755, a las 9.40, la tierra se abrió en Lisboa. Los efectos del terremoto que destruyó la capital portuguesa los sintió Kant mientras daba, a miles de kilómetros de distancia, su cotidiano paseo por la plaza de Konigsberg. Se paró el reloj del Ayuntamiento y él aprovechó para desarrollar la teoría de lo sublime, lo hermoso y lo malvado. El mundo no volvió a pensar igual desde entonces.
Cuentan los periódicos jamaicanos que el domingo, a la misma hora en que un relámpago metafórico iluminaba el cielo de Berlín durante 9,58s, se abrieron las nubes negras que se habían ido apelotonando sobre el cielo de Sherwood Content, la aldea en la que nació Usain Bolt, rasgadas por un relámpago real, y un diluvio comenzó a anegar la tierra reseca, a empapar en la lejana Kingston a los cientos de aficionados que bailaban luggo luggo al tiempo que Asafa Powell y Bolt en la pantalla gigante de una calle convertida en un passa passa espontáneo. El signo de un cambio, la respuesta a una duda que los filósofos de ahora, los sociólogos, alumbrados por esa luz, empiezan, y no es una exageración, a plantearse en términos metafísicos. "¿Es el hombre un ser finito o infinito? ¿Evoluciona libremente o su desarrollo está fijado por un cálculo matemático? De eso nos habla Bolt", dice, en Le Monde, el sociólogo Christophe Brissoneau.
La respuesta de Glen Mills es tajante, clara. "Si no hubiera empezado a cabecear a partir de los 50 metros, a mirar de reojo a la calle de [Tyson] Gay, Usain habría bajado hasta 9,49s. Ésa es su marca", asegura el entrenador de Usain Bolt. La respuesta de Usain Bolt fue acercarse al McDonald's más cercano (aquél que necesitó protección policial el día de su inauguración, recién caído el muro en el corazón del antiguo Este) y atiborrarse de alitas de pollo. Después, habló. "Siempre se pueden esperar grandes cosas de mí porque siempre salgo a darlo todo", dijo; "así que sí, esperen algo grande en el 200".
Hablaba de su próxima cita en la pista azul, de su próximo duelo con Tyson Gay, imposible finalmente al retirarse éste por molestias en una ingle; de su próximo desafío a otro de sus récords mundiales, el de los 200 metros (hoy, las series y los cuartos; mañana, las semifinales; el jueves, la final). Un duelo con Gay que habría tenido un picante especial: Bolt sufrió su última derrota en una final mundial en los 200, la prueba por la que su corazón late con más fuerza, de Osaka a pies de Gay. Una incongruencia que quería reparar. Un desajuste que le habría costado quizás más ajustar. No sólo porque Gay es casi mejor atleta de 200 -su curva es magnífica- que de 100, sino porque el accidente de tráfico que sufrió Bolt en abril (terminó con unos pinchos extraídos de su pie) afectó sobre todo a su preparación para la media vuelta al estadio. "Estuvo unas semanas sin poder correr la curva porque no podía apoyar perfectamente el pie afectado", dice Mills. De hecho, este año, Bolt sólo ha corrido tres veces el 200, dos veces en los campeonatos jamaicanos y una en Lausana (una espectacular marca de 19,59s con viento en contra y bajo un impresionante y frío aguacero).
Dicen los que saben que una cosa es estado de forma (cuando nada parece perturbar el pleno desarrollo de las facultades, lo que no significa que al final las cosas salgan) y otra estado de gracia, cuando todo lo que se intenta, aunque sea desde unos planteamientos desastrosos, sale bien. Bolt lleva 16 meses en esa nube y pretende que se alargue hasta el infinito. "Quiero ser una leyenda", dice; "y eso no se consigue en dos años". Así que, seguramente, pocos apostarán ahora contra la posibilidad de que Bolt baje el jueves de los 19,30s: el ser humano, o sea Bolt, es infinito, ¿no?

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