lunes, 31 de enero de 2011

"MARTA, MARTA"


SARI FERNÁNDEZ PERANDONES

ENERO ha abierto sus puertas despacio, sin humos, y con la movida de los ejecutivos políticos en busca de sus candidatos ideales. El nuevo año ha comenzado su andadura como pisando huevos, y el tiempo pasa y va quedando atrás, porque el presente nos invade y el futuro es lo que importa. De manera que las noticias antiguas pierden intensidad y lógicamente nos ocupamos de otras cuestiones.
Parece que la ciudad estuviera descansando de todo lo que el año pasado arrastró con dificultad. Parece como si guardara algún luto, como si tratara de reponerse de algún dolor, pues se nota un vacío en las calles grises o heladoras; y en los bares, que huelen a nuevos aromas; y en las tiendas, que a pesar de las rebajas, están a bajo gas. Será la Ley Antitabaco, que ha sacado los cigarrillos a la intemperie o los deja en casita discutiendo con nuestra libertad. Será que los bolsillos están en decadencia y hay que mirarlo todo con lupa. Y puede ser también que nuestro concepto del consumo esté cambiando. A la fuerza ahorcan. Pero el delicado paso de las navidades ha traído una especie de calma en enero, que se balancea entre la contención y la serenidad. También entre la esperanza.
Es tiempo propicio para pensar y revivir las cosas y la gente que han quedado en el camino, para recordar los acontecimientos, hoy colgados en el árbol de la desmemoria, sin que se vuelva a hablar de ellos. Me refiero a los disgustos que a veces nos dan las noticias, y nos conmueven por diferentes razones. El precio de salir en los papeles se paga con una cruel moneda: Ser la comidilla del pueblo durante una temporada para que enseguida se pase página y no importe a nadie ya la verdad y la esencia del asunto. Pero eso es así y tiene mal remedio.
Sé que el título de este artículo podría sonar a tono recriminatorio y paternalista sobre nuestra querida campeona. Pero les saco de dudas inmediatamente. Nada de eso. Muy al contrario, me dejo llevar por la ternura del recuerdo de dos mujeres que comparten nombre, aunque no experiencias, ya que son muy distintas, pero ambas me producen un halo de compasión, sentimiento que a Dios gracias tengo y procuro, ya que está muy desgastado en nuestros días.
Marta Domínguez, paisana querida por todos, con un montón de cualidades con las que se ha ganado a la gente, ha sufrido un revés. Un revés de la vida.

No importa tanto su culpabilidad o su inocencia en lo que yo trato de transmitir. Importa a la Justicia, claro está, pero nosotros deberíamos sentir solamente compasión, palabra que significa compartir la pasión de los demás, es decir, los sentimientos y las emociones disparadas hacia arriba por una situación especial de dolor o de alegría.
Para muchas personas esta palabra tiene un significado despectivo e incluso de cierta falsedad. Nada más lejos de la realidad. Yo me acuerdo de Marta, y siento lo que estará pasando, pues la pérdida del honor sigue siendo amarga en esta época, aún sin las consecuencias terribles de siglos pasados. La imagino de muchas formas: ¿Llorando su desengaño, tentación, ceguera, debilidad, manipulación...? ¿O bien presa en una tela de araña que la devora? ¿O quizás esperanzada en su interior porque la verdad se haga luz? En cualquier caso es una persona muy especial para los palentinos, que nos ha proporcionado ilusiones y alegrías y ahora deberíamos compartir con ella su dolor, y recordarla en las duras también. Aunque hubiera fallado en algo. Ánimo Marta, y cuídate mucho. Nuestro cariño es incondicional, y esperamos volver a disfrutar de tu sonrisa.
La otra mujer es una niña, que desapareció hace dos años en el mes de enero sin dejar rastro. Marta del Castillo, atroz es tu secreto. Chiquilla anónima, sobre la que se conjuraron los hados de la mala suerte y todas las aberraciones más espantosas que pueden llevar a los seres humanos a cometer actos insoportables para la comprensión de cualquiera de nosotros. Ni tu cuerpo, para velarte, ni tu espíritu, ni una palabra tuya. De ti no queda nada. Por eso suelo recordarte. Para que no te extingas. Para que a ti y a los tuyos no los barra el viento del olvido, el silencio y la desconciencia de un mundo que aloja en su seno y que alimenta seres animalizados, quizás por el abandono y el dolor, quizás por sobrevivir a una sociedad materializada y sin ideales que ha sustituido la esperanza que ofrece la religión o la ilusión propia de la fuerza de la juventud para cambiar el mundo por unos comportamientos enloquecidos y perversos.
La mayoría de los criminales hasta ahora tenían un móvil egoísta; ellos al menos tenían conciencia del mal. Pero en tu caso y en otros tantos que se dan en estos lúgubres tiempos de bienestar, ya no está tan claro el motor de los malvados. Algunos estudios actuales sobre sociología y psicología sostienen que, por razones diversas, el comportamiento de ciertas pandas de jóvenes adolescentes que cometen barbaridades de ese calibre, sin tener problemas mentales, se debe exclusivamente a un extraño deseo de divertirse haciendo el mal. Lo proyectan como un plan de la tarde: «Hoy vamos por mendigos. Esta noche por niñas». Se retan y compiten, planean horrores como si de la estrategia de un partido de fútbol se tratase. Y lo llevan a cabo con una falta de conciencia que hiela la sangre.
En el caso de Marta, su frialdad, su silencio, y su capacidad de manipulación utilizando contradicciones constantes y mentiras, tuvieron a las fuerzas de seguridad y demás instituciones al borde de la desesperación. No quedó rincón en el Guadalquivir sin rastrear, toda la ciudad de Sevilla bajo la noche espesa y bajo el alba gris amparó hombres exasperados tras tu cuerpo. Un desaliento insomne se llevó tu recuerdo. Y a otros niños como tú, de los que no quedan rastro como lo son el caso de la dulce inglesa Maddie o el canario Jeremy. De algunos, sus restos después fueron apareciendo. Pero tú, Marta, no has vuelto de la muerte. Por eso te recuerdo hoy, para eternizarte un poco y regresarte, como Miguel Hernández diría, para entre todos dedicar un minuto de silencio por tu estúpido martirio, por compasión y rabia, y porque tu vida al final sólo fue un poema negro que un día escribí para ti. «Marta del Castillo, atroz es tu secreto / Nimban mis noches tus ojos malvas de ciervo confiado / Todo el Guadalquivir fueron tus lágrimas / y no será nunca bastante su caudal para llorarte/
Y aunque me cuesta mucho, no me resisto a compadecer también a tus asesinos, que ya están muertos para la vida y para la sociedad. Ellos se suicidaron sin saberlo, se clavaron el último rejón de sus andanzas y por ello te digo: «Entre el fango del río / bajo la espesa noche de luna sevillana / alguien, quizás tú, tercies por sus horrores / y en la cábala de tus brazos dulcísimos / cubras su fracaso, su desamor, su miedo».
Pero como la vida es esperanza, esperemos con impaciencia que lo que late debajo de estos fracasos sociales -a saber: trabajo, educación y justicia- se revise y reforme con seriedad. Con autonomías o sin ellas, con Senado o sin él. Urgen el pan y la vida. Y que hombres y mujeres con suficiente experiencia y preparación, con el corazón de su pueblo encima de la mesa, tengan claras cuáles son las prioridades. Por ejemplo, nuestros jóvenes. Ellos nos necesitan y no pueden perderse.

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