lunes, 31 de enero de 2011

"MI ILUSIÓN SE LLAMA AMEN"


CARLOS ARRIBAS El País.com

En la maternidad del hospital Gregorio Marañón, en Madrid, a Alemayehu Bezabeh, sonriente, feliz por primera vez en un par de meses, le acompañan un par de matrimonios amigos, compatriotas etíopes, que contemplan embobados a Amen, nacida el último sábado de enero. "Mi ilusión se llama Amen", dice Bezabeh; "esta niña me da mucha fuerza". Amen, 3,250 kilos, un nombre etíope y sencillo para que en España todos lo puedan pronunciar.
Lo cuenta así Miguel Ángel Mostaza, que es su mánager y una de las pocas personas en las que confía, con las que habla en España. De la prensa no quiere saber nada. Tampoco del atletismo, ni de entrenarse ni de la Residencia Blume, de la que fue expulsado.
A Bezabeh le cambió la vida para siempre la Operación Galgo, la irrupción de la Guardia Civil en una cita en El Escorial, recién amanecido el 9 de diciembre, cuando iba a proceder a una transfusión de sangre, una práctica prohibida en el deporte. Español desde julio de 2008, había regresado la víspera de Etiopía, donde había nacido en un año desconocido -llegó a España sin papeles, un inmigrante más, en 2004, y dijo que era menor para ser admitido sin preguntas, pero un análisis radiológico decidió que no, que tenía más de 18 años, y restando 18 años y un día fijaron su fecha de nacimiento en el 26 de septiembre de 1986, fecha que figura en todos sus papeles-, recién casado y acompañado de Beti, su esposa, embarazada de siete meses y que quería dar a luz en Madrid.
Como atleta de élite, Bezabeh ya se ganaba bien la vida en España. Como campeón de Europa de cross tenía derecho a una beca, había batido en junio el récord nacional de los 5.000 metros -el primer español que bajaba de 13 minutos- y su caché en las carreras crecía día a día. "Entre unas cosas y otras, el año pasado ingresaría unos 75.000 euros, que ahorraba casi íntegros, pues vivía y comía en la Blume", dice Mostaza, "y este año podría haber llegado a los 100.000".
La misma noche del 9 de diciembre, Bezabeh acudió a la federación española para confesar su encuentro con la Guardia Civil y su intención de doparse. La confesión le valió la suspensión provisional; el fin, provisional también, de su sueño. La continuación de una historia triste.
"Lo pasó muy mal al principio porque no entendía nada. Salía a entrenarse, a correr por la calle, de vez en cuando, pero lo dejó. Había caído en España con Pascua, un entrenador a la vieja usanza; uno que mantenía que, como todo el mundo se dopa, sus atletas, para estar al mismo nivel, debían doparse también, y él hizo lo que le decían", dice José Antonio Bodoque, su fisio, otro de los pocos en los que confía Bezabeh. Bodoque quiere que se diga que sigue a su lado pese a todo: "Quiero que se me vincule con él. Me entristece verle envuelto en una historia de dopaje cuando es buenísimo, tiene un gran talento natural para correr y no necesitaba recurrir al doping para ganar carreras. Pero en la vida uno tiene que ser consecuente con sus actos y ahora le toca estar sin competir, que es lo que más le gusta, pero volverá y seguirá ganando porque es un superclase".
En el hospital, Bezabeh le dijo a Bodoque que esperaría unas semanas a que su hija, española, nacida en España, cogiera peso y la autorizaran a volar para volverse a Etiopía con la familia. "Si aquí no puedo competir, aquí no puedo vivir. Sin beca, sin ingresos por parte del club, sin carreras, no tengo ingresos", le dijo; "me vuelvo a Etiopía a cuidar de mi esposa y mi hija".
"Bezabeh espera que todo se resuelva lo más rápidamente posible. Confía en que no sean dos años de sanción, pues no hubo consumación del dopaje", recuerda Mostaza; "ha sido sincero y espera que se le trate bien".
Con los ahorros, como hacen los emigrantes que no quieren olvidar de donde vienen, Bezabeh se estaba construyendo una casa en su país de nacimiento. Ahora parará las obras y se irá a vivir con toda la familia. "Tiene dinero para sobrevivir dignamente un tiempo. Aquí, en España, solo un piso de alquiler en Vallecas se le iría a 700 euros al mes", concluye Mostaza, "y a ese ritmo no podría aguantar mucho".

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