viernes, 6 de marzo de 2009
La regla del juego, la regla del deportista
CARLOS ARRIBAS - Turín
El Tribunal Arbitral del Deporte (TAS), oficina de burócratas atento a la letra de las normas, canonizó ayer la 'regla del juego' como dogma inquebrantable de la competición para decidir que Churandy Martina estaba bien descalificado de una carrera, la final olímpica de los 200 metros, en la que había conseguido la medalla de plata por pisar la línea de la calle. La resolución de Lausana llega tarde, meses después de que otro atleta, el norteamericano Shawn Crawford, antes conocido por sus payasadas y su poca consistencia, hubiera decidido que por encima de las reglas del juego están el sentido común y la deportividad. Crawford, quien pese a terminar cuarto había sido el destinatario final de la medalla de plata había acompañado las palabras -"si un rival me saca 10 metros me importa un comino si va por el centro de la calle", dijo, "iba a ganarme de cualquier manera y tampoco molestó a nadie"?y, de manera discreta, casi anónima, le había consignado la medalla en septiembre.
Todo ocurrió una noche en Pekín, la del 20 de agosto, en la que toda la atención mundial estaba centrada en un fenómeno jamaicano, Usain Bolt, que acababa de dejar en 19,30s el récord mundial de los 200 cuatro días después de batir también el de 100. Mientras Bolt expresaba su alegría de vivir en una de las vueltas de honor más alucinantes que se recuerdan, y Martina también, en las tripas del Nido del Pájaro los árbitros de la IAAF empezaron a demostrar que su mirada es la que tiene que decir si se lo que se ve es lo que sucede. De entrada, descalificaron al que había llegado segundo, el norteamericano Wallace Spearmon, por salirse en la curva. Para discutir la descalificación acudieron a la oficina los funcionarios olímpicos de Estados Unidos, quienes después de ver las imágenes repetidas, llegaron a dos conclusiones: a) que Spearmon estaba bien descalificado y, b), que por las imágenes de que ellos disponían -las que les había cedido la NBC, diferentes a las de la televisión china, las que manejaba el jurado-, veían que también Martina, que es de Curaçao, la capital de las Antillas Holandesas, había posado y que merecía la misma suerte. El jurado accedió a su petición y descalificó también al caribeño, por lo que la plata recaía en Crawford.
El comité olímpico de Martina apeló al TAS, Crawford, a su corazón. "No lo he hecho porque fuera lo más justo, sino porque, como atleta que soy sé cómo se tenía que sentir", dijo Crawford, quien ya tenía en sus vitrinas una medalla olímpica de oro, la de Atenas 2004. "Sé que todos nos entrenamos y competimos durante cuatro años para llegar a los Juegos. Llegó, le dijeron que había terminado segundo y dio la vuelta de honor. Puedo comprender su humillación y lo ridículo que debió sentirse. Tenía que hacerlo, darle la medalla".
No tardó mucho Crawford en hacerlo, en la primera oportunidad que tuvo, el meeting de Zúrich, fue a recepción del hotel de Martina y dejó un paquetito a su nombre. Cuando el antillano bajó a recogerlo no había nadie, sólo la medalla. Posteriormente Crawford se mostró dispuesto a testificar ante el TAS a favor de Martina y en contra su propio comité olímpico, el norteamericano, quien defendió a muerte su derecho a la medalla. Pero ni el TAS ni sus dirigentes lo consideraron necesario. "Su opinión no es relevante", dijeron. Tenían razón, él no entiende de las reglas del juego.
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