Alfredo
Varona
RFEA
Volvió
"a ser un hombre de pueblo" o a vivir como viven en los pueblos: la
felicidad, en realidad, reside en no complicarse la vida.
Compró
unas tierras, plantó unos almendros y ahora, cada día que amanece, mira al
cielo para ver "si llueve o si hiela". Luego, va a jugar la partida o
escribe lo que se le ocurre, "sin ninguna pretensión por ahora". O
sale a caminar, "porque ya correr me da miedo por si me caigo". O
hace bicicleta estática en ese gimnasio que ha montado en casa y que aumenta su
calidad de vida.
Porque
ya no hay nada tan determinante en su vida como disfrutar de la vida.
Atrás
quedó el hombre que llegó a pasar 200 días al año fuera de casa: en algún lugar
del recuerdo, como si volviésemos a escuchar su voz, como si volviésemos a
regresar a aquellos años ochenta en los que aprendimos que los atletas
españoles podían aspirar a todo.
Y
el que nos lo contó por televisión, junto a Gregorio Parra, fue él: José Ángel
de la Casa. Y por eso sentimos que su voz fue una parte más de nuestra
generación. Y que olvidarse de él es tan difícil como no amar a tu ciudad de
nacimiento.
Por
eso la nostalgia es una parte más de esta historia. Nos traslada a un hombre
que ya tiene 68 años. Nos permite abrazarle o enviarle un abrazo desde la
distancia por todo lo que aprendimos de su voz entre otras cosas que no hace
falta complicarse la vida para que la gente te quiera.
Hoy,
José Ángel de la Casa soporta la enfermedad del Párkinson, pero aún da gusto
escucharle, compartir con él recuerdos que le hicieron tan feliz como aquella
plata de José Luis González en el Mundial de Roma 87 ("puede que nadie se
la mereciese como él ") o como aquella fotografía que se hizo con Carl
Lewis en la villa olímpica de Los Ángeles 84 casi por accidente. "Me lo
encontré de repente y me hizo tanta ilusión que aún me ilusiona volver a
verla".
Son
los recuerdos imbatibles como todo lo que nos reconcilia con lo que un día
fuimos. Y nos recuerdan que hace ya mucho tiempo que José Ángel de la Casa se
prejubiló. " No me quedó otra alternativa". Tenía 56 años y habían
pasado 30 años desde que narró por primera vez un Campeonato de España de pista
cubierta en San Sebastián en 1977, desde ese día en el que el jefe de deportes
de la televisión pública le desafió: "Si lo haces bien", le dijo,
"irás al Europeo".
Y
lo hizo bien.
Y
fue al Europeo.
Y
estuvo narrando atletismo hasta los Juegos Olímpicos de Barcelona 92 cuando
tuvo que dejarlo, porque ya no podía compatibilizarlo. José Ángel de la Casa
había pasado a ser jefe de deportes en TVE, y eso implicaba otras
responsabilidades. Otra vida.
El
tiempo había pasado desde aquellos crosses de los domingos en los que se
alojaba en los mismos hostales y hasta en las mismas habitaciones que los
atletas; desde aquellos grandes campeonatos en los que él o Gregorio Parra,
siempre Gregorio, le entregaban lápiz y papel a los atletas, que no competían,
para que siguieran los concursos que no podían seguir ellos y que luego les
decían lo que ellos decían en televisión.
Y
también había pasado mucho tiempo desde que José Ángel de la Casa fue uno de
los socios fundadores de Mapoma.
Se
acuerda entonces de que la noche antes de marchar al Mundial de Argentina de
fútbol de 1978 estuvo "pintando el recorrido del maratón del Madrid".
Pero
así es el tiempo, hoy encerrado en una caja fuerte.
Mientras
tanto, nosotros no nos resignamos a olvidarle a él. El mismo hombre que también
narró la medalla de bronce de Abascal en Los Ángeles 84, cuyo recuerdo aún
tiene intacto, "porque saltó a falta de 500 metros y la última vuelta se
nos hizo tan larga, llega, no llega, fue algo espectacular que uno no puede
olvidar. La felicidad ahora es la de poder contar 'yo estuve allí, yo conté
tantos éxitos de atletas españoles...'".
Y
eso es lo que diferenciaba a José Ángel de la Casa en aquellos años. Siempre
estaba allí fuese en los grandes campeonatos de verano, fuese en los mítines de
Escandinavia o fuese en aquella Copa del Mundo en Camberra donde fue, junto a
Gregorio Parra, y contaron el récord del mundo de Marita Koch en los 400 metros
lisos que aún perdura (47'60).
"Pero
es que en aquella época íbamos a todos los sitios fuese donde fuese",
explica hoy. " Por eso ahora me da tanta pena ver narrar atletismo a Amat
Carceller y a Gerardo Cebrián desde un plató de televisión. Pero supongo que
estos son los nuevos tiempos y yo ya no puedo decir nada porque no estoy en
ellos".
Atardece,
efectivamente, en Los Cerralbos donde José Ángel Casa planta cara a los
recuerdos, capaz de memorizar aquel día, en aquella Copa del Mundo de
Dusseldorf, cuando subió a la habitación de Alberto Juantorena a cumplir un
recado, a entregarle un regalo que le habían dado para él desde Madrid, y no
pudo encontrar a alguien más antipático. "Qué hace aquí, me dijo, váyase,
y eso que me había autorizado a subir el jefe de la delegación cubana".
En
realidad, es casi imposible organizar tantos recuerdos en una sola tarde. Por
eso entiendo que lo mejor es dejarse llevar, tratar de explicar que, detrás de
ese hombre, detrás de esa narración fría en televisión, existía un fanático del
atletismo: José Ángel de la Casa.
Tenía
10 años cuando empezó en el atletismo, que fue un gran descubrimiento. Luego,
se convirtió en campeón de salto de longitud en los primeros Juegos de La Mancha.
Y hasta llegó a correr los 400 metros lisos en 52 segundos en un relevo.
"Pero a los 20 años tuve que elegir entre el fútbol y el atletismo y elegí
el fútbol porque me daba dinero".
Y
fue un honesto mediocampista en el Talavera y en el Alcorcón. Un futbolista
bajito con gran capacidad para saltar y para estar en todas partes. Un joven
que, en cualquier caso, hablaba con devoción del atletismo, "porque el
atletismo había sido un complemento extraordinario en mi vida. Sobre todo,
porque tuve un entrenador Juan Andrés Luna que se preocupó porque supiésemos la
historia de este deporte".
Luego,
José Ángel de la Casa tuvo la fortuna de ser él quien nos contase la historia.
Y lo hizo con una elegancia impecable. Y con una personalidad que anuló toda
indiferencia al escuchar su nombre.
Por
eso hoy, tantos años después, por encima de contar su historia, valoramos la
oportunidad de darle las gracias o de explicar que a los grandes hombres no se
les olvida jamás. Porque olvidarse de ellos es como olvidarse de los libros que
leímos en la infancia.
Y
me parece que eso no es posible.