martes, 29 de abril de 2008

Guerra psicológica en California:Tyson Gay y Asafa Powell se cruzan en los estadios, pero evitan competir cara a cara.



Unas vacas lecheras, enormes ubres arrastrándose por el pasto, rumian su existencia detrás de una alambrada. Al otro lado, la tribuna principal del estadio. Terraplén abajo, la pista. Una valla y dos mundos. Por dentro, aún sudoroso, despojándose de la parte superior de su combinación para asearse someramente -colonia en el sobaquillo, una toalla por la cara y el pecho-, Tyson Gay, que acaba de correr la cuarta posta de un 4x100 metros. Por fuera, tan cool como sus enormes gafas de sol absurdas en la sombra, como los cascos que inyectan reggae en sus oídos, como los vaqueros caídos bajo las caderas escamoteando su culo, Asafa Powell, que iba a correr, pero que se quedó de espectador. Está de pie, plantado junto a su enorme entrenador, Stephen Francis, que tortura con su peso una silla de camping. A su lado, otros atletas de su grupo. La gallina y sus polluelos: la alegoría llega fácil y corriendo en el ambiente rural.
Es un domingo de abril en la universidad de Mount San Antonio, en Walnut, al sur de Los Ángeles (California). Es un día grande. Se celebra la 50ª edición de los Mount Sac Relays, una de tantas reuniones que jalonan la primavera atlética en Estados Unidos -decenas de competiciones, centenares de competidores de todas las edades y categorías en continua actividad todo el fin de semana. Faltan poco más de 100 días para los Juegos de Pekín y Gay y Powell, que protagonizarán seguramente la prueba más espectacular, los 100 metros, siguen sin cruzar sus zancadas en la misma pista desde la final de los Mundiales de Osaka 2007. Ni siquiera se ven las caras en una prueba de relevos pudiendo haber hecho cada uno una posta diferente. Tampoco fuera de la pista: se cruzan, pero ni se miran.
"No he podido correr porque me hice daño en el hombro levantando peso el otro día", explica el atleta jamaicano arrastrando las palabras con cierta dejadez gestual; "pero he disfrutado viendo correr a Tyson. Sí, se le ve en forma. Ha hecho 8,8 segundos, que no está nada mal". "Sí, no está nada mal", concuerda el estadounidense, que asume un tono paternal hacia Powell, una actitud de superior madurez pese a que ambos tienen 25 años (vale: Gay es tres meses más viejo): "Lástima que Asafa no haya podido correr. No lo digo por mí, sino por el público, que está esperando nuestros duelos. Pero lo primero que tiene que hacer es preocuparse por su cuerpo. Además, aquí hace demasiado frío, demasiado fresco, para él, que viene de Jamaica. Así que sí, lo entiendo".
Powell es el plusmarquista de los 100 metros con 9,74s; el único atleta en activo que ha bajado legalmente de los 9,80s, y no una, sino cinco veces en los tres últimos años. La mejor marca de Gay es 9,84s, pero es el campeón mundial. Así que a nadie puede extrañarle que no sólo el público, sino también la prensa, la televisión, los patrocinadores y los dirigentes del atletismo se sientan traicionados por la falta de duelos -la salsa del deporte- entre el rey sin corona y el rey sin marca.
"Todo es un problema de managers, que buscan el máximo beneficio en una subasta sin escrúpulos", explican fuentes de la IAAF, la federación internacional de atletismo, un organismo tan preocupado porque su producto luce cada vez más manchado por los asuntos del dopaje que ha encargado a la misma agencia que ideó el formato y el marketing de la Champions que ponga en marcha una nueva Golden League, más global, más espectacular, y en la que se enfrenten los mejores, como Gay y Powell, en todas las reuniones: "Esta temporada han pactado de entrada cuatro duelos aparte del de los Juegos, dos antes y dos después de Pekín, pero mucho me temo que no será posible". Así parece. Powell iba a debutar el 6 de mayo, en Doha, pero la pasada madrugada adujo una lesión muscular, en principio poco importante, para no hacerlo hasta finales de junio. Gay no cruzará el Atlántico hasta después de los trials, las pruebas de selección olímpicas, del 27 de junio al 6 de julio, para correr en Londres el 26 de julio. Antes, este fin de semana, Gay correrá un 200 metros, distancia en la que también es campeón mundial, en Kingston, la capital de Jamaica, territorio Powell, quien no estará en casa.
Los aficionados, que recuerdan la manera horrorosa en que Powell, que llegó con ventaja hasta los 60 metros, fue superado por Gay en los últimos 40 DE Osaka, quieren creer, sin embargo, que, más que con manejos de managers, la huida tiene más que ver con una guerra psicológica, un pulso mental ante Pekín, en el que Gay, el más consistente, llevaría las de ganar.
"Pero no", protesta el norteamericano; "ya sé que medio mundo está deseando escribir que nos estamos rehuyendo, que nos tememos y cosas como ésas, pero no es el caso. Él sólo quiere enfrentarse a mí cuando esté al ciento por ciento. Y yo, lo mismo".
"Aún no comprendo lo que me pasó en la final de Osaka. Sigo sin creerme que perdí", dice Powell; "tenía mucha confianza en mí mismo y, cuando crucé la línea, pensé que había ganado. Fue un shock del que no sabía cómo salir, pero muchos colegas y mucha gente vinieron a hablar conmigo, a consolarme, y entonces empecé a pensar en el relevo". También su entrenador y mucha otra gente que considera que sólo es grande cuando corre sin rivales y que en las grandes competiciones se raja le recomendaban que siguiera un entrenamiento mental, psicológico. "Pero no creo que lo necesite", dice Powell; "sólo necesito salir a la pista y hacer lo que normalmente hago en cada competición. Si corro en 9,7s antes de los Juegos, también lo haré allí".
En Pekín, dentro de 100 días, Powell buscará la redención; Gay, la grandeza. El jamaicano, que sigue alimentando su fama de perezoso -los periodistas de su país no hacen vida de él y su entrenador se harta de castigarle haciéndole correr 400 metros cuesta arriba por llegar tarde a los entrenamientos-, prepara a su aire un cuerpo privilegiado (1,90 metros, 88 kilos), un talento único, la clase, para volver a ser el más rápido. "Y no, no temo que Gay me arrebate el récord antes de los Juegos. Yo no le temo a nadie", asegura, bravo.
Para el estadounidense, de cuerpo mucho menos espectacular (1,83 metros, 73 kilos, músculos más escurridos: lo primero que llama la atención de su apariencia es sus ojos de Popeye y la ausencia de hipertrofia salvaje en sus pectorales), el principio es la glorificación del trabajo, que este invierno ha llevado a cabo en Florida, ya junto a su técnico, Lance Brauman, libre de la cárcel, y que continúa en la primavera en Tejas junto a Jo Drummond, que sigue trabajándole la salida, su punto débil. El final, la entrada en el panteón de los más grandes, junto a Jesse Owens y Carl Lewis, los únicos que han ganado cuatro oros en unos mismos Juegos. Por ello, pese al desprecio de los cuatrocentistas, que no le creen uno de los suyos, piensa añadir a su menú inicial de 100, 200 y 4x100 el relevo largo, el 4x400. "He hecho un 400 en 45s, que no está mal", dice; "pero ahora me estoy preparando mentalmente. Mi entrenador me prepara porque entiende la presión, las demandas de los medios y la necesidad de ser una buena persona, humilde, un buen ejemplo. Hago todo lo que hace falta: entrenarme, cuidarme, comer sano... No hay milagros. Hay que hacer las cosas bien".