miércoles, 6 de octubre de 2010
EL VUELO DIABÓLICO DE MARITA
JUAN CARLOS ÁLVAREZ - FARO DE VIGO
Marita Koch recorrió 400 metros en 1985 en 47,60 segundos. Nadie ha vuelto a correr esa distancia en tan poco tiempo. Fue un vuelo supersónico, una heroicidad cuyas bodas de plata nadie celebra. Porque no fue la ilusión sino el dopaje lo que alimentó aquella gesta. Koch, aunque jamás lo haya reconocido oficialmente, fue una de las miles de deportistas que la República Democrática Alemana empleó como propaganda sin que importase el precio a pagar.
"Marita está para hacer una marca muy importante". Las palabras de Wolfgang Meier, marido y entrenador de Marita Koch, resultaron proféticas. La atleta de la República Democrática Alemana había impresionado en los 200 metros de la Copa del Mundo disputada en Canberra en 1985 al quedarse a un paso del récord del mundo. Al día siguiente, el 6 de octubre, se corrían los 400 metros, la vuelta a la pista, la prueba más agónica, el sprint sostenido en el que el atleta sufre un mayor déficit de oxígeno, la carrera que bloquea las piernas en la recta final con el cuerpo consumido por el ácido láctico. El resultado de aquella prueba aún estremece hoy en día: 47.60 segundos. Meier no se había equivocado. Ese récord del mundo, el segundo más longevo después del de Jarmila Kratochvilova en 800 metros, cumple hoy 25 años. Una marca inalcanzable para las atletas actuales; también un registro que recuerda una de las etapas más negras del deporte mundial, la del atroz "dopaje de Estado" que se produjo entre los años setenta y ochenta en la RDA.
Koch llegó a Canberra con 28 años consciente de que aquella sería una de sus últimas oportunidades de tumbar el récord del mundo que la checa Kratochvilova había establecido en 47.93 segundos. Tenía claro que dos años después, en el Europeo de Stuttgart, pondría el punto final a su carrera, pero antes necesitaba el récord de una prueba de la que era la indiscutible reina (oro en el Europeo, el Mundial y los Juegos de Moscú). Acumulaba registros, medallas, títulos, había sido la primera mujer del mundo en romper la barrera de los 49 segundos, pero Kratochvilova en 1983 parecía haber elevado demasiado el listón.
Su carrera en la ciudad australiana fue asombrosa. Ridiculizó a sus rivales, su impresionante tren inferior le permitió volar por aquella pista y cuando pasó por el 200 ya se intuía que algo grande podía suceder. Faltaba por comprobar su resistencia. El día antes había demostrado que estaba más rápida que nunca, pero la recta del 400 es otra cosa. Koch la corrió a todo tren, como una máquina programada, sin disminuir la velocidad, sin síntomas de agotamiento. 47.60 segundos. El marcador anunció una marca destinada a perdurar y que hoy cumple sólo sus primeros 25 años de vida.
Pero la marca de Marita Koch es también el símbolo del pasado más oscuro del atletismo mundial, el del dopaje promovido por el Estado como medida de proyección internacional. Eso fue lo que sucedió en los años setenta y ochenta en la República Democrática de Alemania y que permitió a ese país lograr más de 400 medallas de oro en natación y atletismo en campeonatos internacionales. Cuando cayó el Muro de Berlín en 1989 y se comenzaron a desclasificar documentos se tuvo una idea más exacta de lo que había ocurrido. Desde 1974 el Estado "obligó" a más de 15.000 deportistas a doparse de forma sistemática. "Son vitaminas" era la frase más repetida por los entrenadores mientras los atletas y nadadores –sobre todo mujeres– ingerían unas pastillas de color que no eran otra cosa que Oral Turibanol, un esteroide salvaje que a la mayoría les causó terribles efectos secundarios. Las atletas de la RDA (como las checas o rusas) desaparecían durante todo el año mientras eran sometidas a los tratamientos y llegaban a la competición como cohetes mientras los arcaicos controles antidopaje eran incapaces de encontrar las sustancias que los laboratorios alemanes creaban. A otras directamente se las inseminaba artificialmente para que la producción de hormonas aumentase por el embarazo y les permitiese rendir mejor en la fecha prevista. Luego eran obligadas a abortar.
A partir de 2004 Alemania comenzó a indemnizar a los miles de deportistas que fueron utilizados como cobayas. Inés Geipel, que pidió a su país que borrase sus marcas, se ha encargado en los últimos años de dar voz a los atletas cuya vidas fueron arruinadas. Gracias a su trabajo se han conocido casos como el de Heidi Krueger, lanzadora de peso, a la que el masivo consumo de hormonas masculinas acabó por convertir en un hombre llamado Andreas; o el de Martina Gottschalt, que ha tenido tres niños con malformaciones. Eso sin contar los cientos de mujeres que perdieron a sus hijos por las múltiples alteraciones ginecológicas que les producían los tratamientos.
Marita Koch pertenece a aquella época. Nunca admitió nada, aunque las marcas hablan por sí solas. La mejor especialista actual de los 400 metros, la norteamericana Sanya Richards, tiene como mejor marca 48.70, a más de un segundo. Ahora mismo casi nunca se baja de 49 segundos y atletas míticas como María José Perec o Cathy Freeman nunca fueron capaces de acercarse a los 48. La marca de Koch parece más inalcanzable que la de Kratochvilova en 800 o las de Florence Griffith en 100 y 200 metros. Hoy ese 47.60 cumple 25 años. Nadie lo festeja. Permanece como una de las últimas huellas de un sueño diabólico.
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