lunes, 12 de marzo de 2012

NUEVE BANDERAS Y UNA BIBLIA



Carlos Arribas El País.com

Como una señal de que 2012 además de bisiesto es año olímpico, nueve veces dieron triunfantes los atletas norteamericanos la vuelta a la pista azul de Estambul con las barras y estrellas ondeando a su estela, símbolo del dominio indiscutible de su equipo en unos Mundiales en pista cubierta que mostraron una España al mismo nivel, rozando el suelo, exhibido en Daegu el pasado verano al aire libre.
Nunca en la historia de la competición, nacida en 1985, consiguió un país, ni la todopoderosa Rusia de su tiempo, lo que logró el fin de semana turco el equipo de Estados Unidos, una cosecha de 10 medallas de oro. Nueve las celebraron con su bandera. Fueron las de Lagat (3.000m), Sanya Richards (400m), Gatlin (60m), Merrit (que derrotó al chino Liu Xiang, lento de reacción, en los 60m vallas), Lowe (altura), Reese (7,23 metros en longitud en su sexto ensayo, presionada por los 6,98m de DeLoach, la tercera marca de la historia: desde 1989 no se saltaba tanto en invierno), Whiting (peso), Eaton (heptatlón) y el relevo. Para festejar la décima no hubo bandera, sino Biblia, un símbolo que quizás para muchos estadounidenses sea equivalente: su reino no es de este mundo, quizás, pero está en él.
Rememorando en cierta forma el gesto del ministro baptista Forrest Custer Smithson, de Oregón, que corrió, y ganó, los 110 metros vallas de los primeros Juegos de Londres, los de 1908, portando una biblia en la mano izquierda, Will Claye, un magnífico triplista de 20 años, tras ganar su competición con 17,70 metros (mejor marca personal y mundial del año) dio la vuelta a la pista con una gran biblia, azul y muy usada, muy leída, en la mano derecha.
Aparte de la sobredosis de himnos norteamericanos, el domingo de Estambul sirvió también para que Isinbayeva tuviera de nuevo la oportunidad de lucir su show de lágrimas y emociones contenidas en lo más alto del podio casi cuatro años después de su última gran victoria, el oro de los Juegos de Pekín. Solo dos saltos necesitó (4,70m y 4,80m) la pertiguista rusa de 29 años, la mejor de la historia (29 récords mundiales batidos) para conseguir su cuarto título mundial bajo techo. Casi simultáneamente el etíope Mohamed Aman se aprovechaba, con instinto de veterano, del suicidio del polaco Kszczot en la final de 800 metros para convertirse, con 18 años y 61 días, en el más joven medallista de oro de la historia. Fue su carrera como una fotocopia de lo que había hecho una hora antes el viejo Lagat para derrotar a Choge en la última vuelta de unos 3.000m en los que Mo Farah mostró sus límites.
La aportación española a la gran fanfarria atlética fue escasa, casi nula. El quinto puesto final del relevo, el sexto de Ruth Beitia en altura y los octavos de Abad (1.500m) y Méliz (longitud) fueron lo más destacado: un total de cuatro finalistas, el peor resultado de la historia (los mismos números que París 97), conseguido con lo que podría llamarse el equipo B, pues es año olímpico, como bien recordó Estados Unidos, y las estrellas que se reservan para Londres en agosto deben antes, en junio, pasarse por Helsinki para brillar en los reinventados Europeos bienales.

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