Fiel a los primeros signos de la llegada de la primavera, el Maratón ya está aquí. En los próximos días, varios miles de corredores, procedentes de toda Europa, llegarán con el propósito de agotar sus fuerzas el domingo en la carrera atlética de 42,195 kilómetros por la calles de Barcelona.No hace muchos años (solo 30), quien esto escribe encontró en un periódico de información general la noticia: "Catalunya recobra la Marató". Efectivamente, Ramon Oliu, un químico catalán afincado en Estados Unidos y formado atléticamente en la estela del Road Runners Club de Nueva York, había llegado a Barcelona, enviado por su empresa, y quería correr un maratón de verdad. Pero como no había ninguno, lo organizó él.
CUBRIR TODOS los puntos del organigrama para que 146 corredores pudiéramos recorrer la distancia mágica por las carreteras del Baix Empordà no fue cosa fácil. Se contó con la colaboración de un club de atletismo, además de la federación y numerosos voluntarios. El elenco de corredores era de lo más pintoresco: aparte de algunos atletas de fondo, había excursionistas, ciclistas, futingueros y todo tipo de amantes de las emociones fuertes. Incluso se inscribió una chica rolliza con el propósito de bajar kilos; su atuendo deportivo era de lo más original: tejanos y chirucas. La experiencia debió de gustarle, ya que más tarde llegaría a ser campeona de Catalunya de la especialidad en nueve ocasiones. Su nombre, Joaquima Casas.En 1980, después de dos ediciones por carreteras secundarias, el maratón llegaba a Barcelona al tiempo que numerosas ciudades del mundo la incorporaban a su calendario cívico-deportivo. Fred Lebow, organizador del de Nueva York, corría el de nuestra ciudad y le daba una buena nota. Faltaba tiempo aún para que el maratón olímpico nos diera el cum laude. Pero lo más importante era que, con la aparición del movimiento de las carreras populares de fondo, había nacido un nuevo personaje: el maratoniano.Sorprende pensar que a principios del siglo XXl alguien encuentre placer en dejar el bofe recorriendo a pie y a buen ritmo una distancia situada por encima de nuestras posibilidades. Los fisiólogos han explicado cómo el cuerpo humano puede llegar a correr hasta 30 kilómetros sin agotar las fuerzas. Más allá de esta distancia corre en un vacío existencial, manteniéndose por el vigor físico y mental adquirido con el entreno.
¿Complicado verdad? Pues bien, el maratoniano se enfrenta a los 42,195 kilómetros y encima lo hace en competición, tratando de dar lo mejor de sí mismo.La explicación a tal absurdo es simple: cansado de tanto confort e inmovilismo, el ciudadano de a pie ha descubierto su naturaleza pedestre y ha salido a gozar primero de la carrerita, solo o acompañado; luego, de la competición contra él mismo, y al final, de la épica de haber acabado un maratón.
POCAS COSAS hay, además, tan democráticas e igualitarias como participar en un maratón. Políticos, empresarios, obreros, artistas y parados comparten la misma locura, ataviados de la misma guisa --camiseta y calzón-- y al final de la carrera se reconocen, cansados, sudados y satisfechos, como integrantes de la misma tribu.Y el espíritu de Ramon Oliu permanece.
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