sábado, 28 de julio de 2012

"ME GUSTA NADAR A CIEGAS" (PREMONITORIO PARA LA PRIMERA FINAL)



El País.com

Michael Phelps trata de vislumbrar la verdad desde la ceguera. El mejor deportista de la historia de los Juegos Olímpicos visualiza el estilo ideal de natación todas las noches antes de irse a la cama, un riguroso ejercicio mental en el que se imagina cómo se desliza y se mueve al ritmo de las olas por el agua a tiempo real, brazada a brazada, tratando de adivinar el ritmo secreto de la carrera perfecta. Todas las noches, Phelps nada en la oscuridad, y luego hace lo mismo en la piscina, nadando con los ojos vendados.

“Tengo unas gafas pintadas casi enteras con un Sharpie”, afirma. Un Sharpie es un rotulador negro: Phelps tiene que dejarse llevar por la intuición para calcular cuándo tiene que impulsarse en la pared para dar la vuelta. “Lo hacemos así para sentir realmente la brazada. Desde luego, es un poco raro, pero queremos estar preparados para cualquier cosa que pueda suceder. Así no habrá nada que me descoloque”.
Esa técnica de natación es zen, pero tiene sus orígenes en unas preocupaciones de lo más mundanas. En Pekín, Phelps vio cómo su intento por conseguir ocho medallas de oro a punto estuvo de irse al traste cuando empezaron a llenársele las gafas de agua en la final de 200m mariposa. Pero no cundió el pánico: estaba preparado. Phelps no solo ganó la carrera, sino que además batió el récord del mundo. “Si no me hubiera preparado para cualquier imprevisto, probablemente me habría quedado flipado cuando se me empezaron a llenar las gafas de agua. Por eso nado a oscuras”.
Phelps empezó a visualizar su estilo ideal de natación cuando tenía 12 años. Había empezado a nadar para su entregado y exigente entrenador, Bob Bowman, que quería que su protegido encontrara la manera de controlar su exceso de energía. Antes de acostarse, la madre de Phelps, Debbi, iba a su habitación y le decía que relajara una a una todas las partes del cuerpo hasta alcanzar un estado de meditación. Y justo en ese punto Bowman le ordenaba que “reprodujera el vídeo” en su cabeza.
Después de Pekín había dejado de ver esa película. Se quedó sin motivación para meterse en la piscina. Se pasó, según sus propias palabras, “tres años sin hacer gran cosa” antes de volver a centrarse el año pasado. Ahora ha retomado los ejercicios de antaño, preparando su cuerpo y su mente para la batalla final en los Juegos Olímpicos. Ahora en su mente está proyectándose otra película: Phelps III, la última parte de una trilogía épica, y sabe cómo quiere que sea el final.
“Hasta el verano pasado no hacía muy a menudo lo de la visualización”, explica. “Ahora le he vuelto a coger el tranquillo, a ver lo que quiero ver, lo que no quiero ver y lo que es posible que llegue a ver. Estoy intentando imaginármelo todo, cualquier cosa que se me ocurra, para estar preparado pase lo que pase”. La memoria y la anticipación se confunden. Phelps sabe lo que es tener ocho medallas de oro colgadas del cuello, y este año tratará de ganar siete en Londres. El otro objetivo que tiene es acumular el mayor número de medallas en la historia de los deportistas olímpicos: actualmente posee 16, así que solo un estrepitoso fracaso podría impedir que supere el palmarés de la gimnasta rusa Larisa Latynina, que consiguió 18.
Para la mayoría de los deportistas, tener esos objetivos sería un signo de locura, pero Phelps no es un deportista normal y corriente. “A lo largo de mi carrera nadie ha sido capaz de interponerse en mi camino. He tenido algunos altibajos, pero nadie me va a limitar en lo que hago. Voy a hacer lo que quiera cuando quiera. Así he funcionado siempre: si quiero algo, voy y lo consigo”.
“Confío en mí mismo y estoy feliz. Este verano decía que volvía a estar feliz, y llevaba mucho tiempo sin sentirme así. Me siento feliz en el agua. Probablemente esté haciendo cosas que no he querido hacer o que no he hecho en los últimos tres años, ejercicios y series diferentes que antes decía: ‘Bob, no quiero hacerlo y no lo voy a hacer’. Ahora simplemente lo acepto porque me he dado cuenta de que es lo que tengo que hacer para poder lograr mis objetivos”.

Al retomar antiguos métodos, ha vuelto a sus orígenes. Para prepararse para Pekín, Phelps y Bowman visitaron las instalaciones de la Universidad de Michigan en Ann Arbor. Ahora ha vuelto a Meadowbrook, la piscina en la que empezó la historia de este nadador. Está enclavada en Mount Washington, un pintoresco barrio residencial al norte de su ciudad natal, Baltimore. Está bastante alejado de las viviendas de protección oficial con una elevada tasa de homicidios que se han hecho famosas por la serie Bajo escucha.
“Bienvenido a Baltimore”, me dice el taxista sonriente. “O mi preferida: Baltimorgue. Todos los que somos de aquí vivimos las series de la cadena HBO”.
No cabe duda de que este tipo de cosas atrae a gran cantidad de turistas, pero Baltimore no tiene mucho que ver. Es una ciudad obrera con la aspiración que eso conlleva y con mucha industria. Phelps forma parte del tejido de la ciudad: todo el mundo tiene una historia de cómo lo conoció en un restaurante o en una tienda. En Meadowbrook, Phelps forma parte del mobiliario.
Es un lugar de entrenamiento nada pretencioso: los miembros del club de natación pueden estar en la calle contigua a la del mejor nadador de la historia. Cuando voy a visitar el edificio, me encuentro con que está lleno de niños escandalosos que entran y salen de la Escuela de Natación Michael Phelps. Hay una piscina cubierta de 50 metros y otra al aire libre con las mismas dimensiones que se construyó allá por 1930. No es el lugar de entrenamiento que una persona asociaría con un deportista valorado en unos cinco millones de dólares al año en publicidad.
No obstante, hay una pista; lo que pasa es que ahora mismo está cubierta con una lona. Es lo que llaman una piscina infinita, un artilugio del tamaño de un jacuzzi que te echa agua como si fuera un molino acuático. La que hay aquí la han adaptado para dar cabida a la increíble envergadura de Phelps cuando nada a mariposa, y le han puesto unos focos y un subwoofer para que pueda escuchar sus canciones favoritas de hip-hop mientras nada.
Resguardado en otra esquina, en lo que parece una zona de almacenaje, hay un cenador enorme de madera como esos que están llenos de macetas con plantas junto a centros de jardinería. Este es el dojo, donde Phelps hace sus ejercicios en tierra. Decir que es sobrio es quedarse corto: las paredes están hechas de lona impermeabilizada, hay pesas desperdigadas por el suelo y las vigas con forma de cruz se utilizan para hacer dominadas. En invierno tienen que traer calefactores.
“Se parece al lugar en el que entrenaba Rocky en Rocky IV, cuando se fue a Rusia”, comenta Phelps. “Aquí es donde hacemos pesas todos los días. Ha sido divertido entrenarme aquí estos últimos años. Tenemos nuestro grupillo montado y nos encanta. Simplemente nos lo pasamos bien todos juntos”.
Para complementar este telón de fondo tan poco refinado, Keenan Robinson, el entrenador de Phelps en tierra, hace que sus compañeros de entrenamiento y él boxeen. “Nos lanzamos puñetazos y comentarios”, señala. “Está bien soltar golpes cortos. Nos divertimos y nos lo tomamos con tranquilidad. Solo somos cuatro o cinco, y nos lo pasamos bien”.
He podido presenciar lo que significa “pasárselo bien”. Lo que para Phelps es un entrenamiento “más tranquilo” se parece a las torturas de la Inquisición. En un momento dado, Phelps estaba arrastrando un trineo metálico cargado de pesas por el muelle. En otro, estaba colgado de una barra metálica hasta que se le cayó la mano, llena de ampollas ensangrentadas.
A Phelps le encanta este planteamiento poco tecnológico, que encaja a la perfección con la arquitectura industrial de la ciudad, pero también puede hacer uso de avanzados recursos de la ciencia del deporte. En el laboratorio de Under Armour, en el que tienen una actitud tan recelosa que solo puedes entrar con un escáner vascular del dorso de la mano, un equipo de ingenieros adapta el atuendo de Phelps a la forma de su cuerpo, que es poco habitual: piernas cortas, torso largo y una envergadura que mide más que él de alto.
“Lo que sí que me parece muy importante es el traje Recharge que me han confeccionado”, explica. Este traje comprime los músculos e impide que el cuerpo se hinche después de hacer ejercicio. “La recuperación es vital para mí a medida que me he ido haciendo mayor. El traje me acompaña allá donde voy, y cuando me entreno al máximo, duermo con él puesto. La parte superior de mi cuerpo se recupera con bastante rapidez, pero las piernas me duelen mucho, así que tengo que hacer todo lo posible para recuperarme más deprisa”.
El entrenamiento “al máximo” tiene lugar en Colorado, a bastante altitud. “Hace poco pasé tres semanas allí y tuvo un gran impacto en el estado de mi entrenamiento. Lo único que hacemos es ir a la piscina y al gimnasio, comer y dormir. Nada más. No puedo decir que me encanta, pero disfruto de los efectos que tiene el entrenamiento en altitud. Es superaburrido, pero allí hago un montón de cosas, y sé que es lo que tengo que hacer”.
Phelps y Bowman hablan de estas sesiones como si fueran depósitos bancarios, una reserva de la que pueden echar mano luego, cuando llega la competición. “Hice un depósito muy pero que muy grande”, asegura, y un pequeño escalofrío le recorre el cuerpo. Phelps va a tener que sacar hasta el último céntimo en los próximos días. Ryan Lochte será un rival extraordinario, una persona que ha surgido a la sombra de Phelps para convertirse en la estrella del equipo de natación de EE UU.
En el Mundial de Shanghái del verano pasado, Lochte ganó a Phelps en dos categorías en las que iban a la par: 200m estilos individual y 200m libre. Y a ello le sumó una victoria holgada en 400m estilos individual en las pruebas de EE UU en Omaha para los Juegos Olímpicos.
Phelps contraatacó ganando en 200m libre y 200m estilos individual en las pruebas, pero las derrotas de Shanghái han hecho mella. Phelps ha decidido no intentar defender el título de 200m libre que ganó en Pekín para centrarse en ganar a Lochte en las carreras de estilos, lo que quiere decir que los dos titanes solo se encontrarán dos veces en la piscina este verano: hoy en los 400m estilos individual, y el 2 de agosto en 200m estilos. El mundo entero estará atento a cada brazada.
Para Phelps, el recuerdo de sus derrotas en Shanghái y en Omaha le sirve como una gran fuente de motivación. Cuando Ian Crocker le ganó en 100m mariposa en 2003, Phelps colgó un póster suyo en su habitación a modo de recordatorio; cuando Ian Thorpe puso en duda su capacidad para ganar ocho medallas de oro en Pekín, Phelps recortó el artículo y lo pegó en su taquilla. Sin embargo, con Lochte, la rivalidad se entremezcla con la amistad.
“Cada cual hace las cosas a su manera, pero seguimos siendo amigos”, explica Phelps. “Estoy seguro de que todos van a decir lo que quieran en público. Eso no va a socavar nuestra amistad. Nos encanta competir. Hemos logrado sacar lo mejor de cada uno en estos últimos años, y eso es lo que seguiremos haciendo este año”. “Va a ser emocionante. Estoy deseando poder plantarle cara en lugar de fracasar, como sucedió en el pasado”.
Dice eso porque, para Phelps, una medalla de plata en los Mundiales es un “fracaso”. No es nada sentimental, algo que queda patente cuando habla de cómo su antiguo rival, Thorpe, no logró clasificarse para Londres. “Cuando leí lo que dijo acerca de que sentía que se iba a llevar una decepción, supe que no lo iba a conseguir”, señala. “No tengo nada en contra de él, pero cuando dices algo así, es como si te estuvieras rindiendo. Es una pena. Me habría encantado poder volver a competir contra él”.
Es aburrido, pero disfruto de los efectos del entrenamiento en altitud”
“Yo diría que no se ha esforzado todo lo que podía. Es de esos tíos que tienen talento para estar allí. Da igual que lleve siete años fuera del circuito. Tiene talento suficiente para saber lo que hace. Si hubiera querido esforzarse para lograrlo, lo habría hecho. Simplemente es una pena verlo. Espero que esté contento y, si lo está, eso es lo que importa”.
Esta actitud intransigente dice mucho del propio Phelps y de cómo quiere terminar su carrera. “Creo que lo más importante es que ahora siento todavía más avidez”, comenta. “Poder terminar mi carrera tal y como yo quiero es más importante que todo lo demás. Sé que no voy a volver a vivir este momento en mi vida. No quiero estar pensando dentro de 20 años: ‘¿Qué habría pasado si hubiera hecho esto o lo otro?’. Eso no lo quiero nunca. Estoy en un momento en el que quiero salir y pasármelo bien”.
“Cuando me metí en este deporte, quería hacer cosas que nadie había visto antes en el mundo de la natación. Están los récords y las medallas, pero si puedo repasar mi carrera mentalmente y decir que he hecho todo lo que quería, no me importa nada ni nadie más. Salir y hacer lo que pueda ese día. Si puedo colgar el traje al final de mi carrera y estar contento de haber conseguido todo lo que quería, lo demás da igual”.

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