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El atletismo
es emoción y es ciencia. La gente admira a Álvaro de Arriba, el salmantino que
gana con fría eficiencia y cálculo, y se enamora de Mariano García, un chaval
de 21 años de Cuevas de Reyllo, Murcia, 1.200 habitantes, que corre como corren
los niños en los pueblos, locos y despreocupados.
El atletismo
es también carácter y seriedad, autodominio de las emociones, como es Jesús
Gómez, que logró el bronce en el 1.500m, devolviendo a la distancia reina parte
del peso histórico del que siempre ha gozado en el país de Abascal, González,
Cacho, Reyes Estévez, Juan Carlos Higuero o Arturo Casado. En su muñeca derecha
lleva una pulserita con una leyenda, “No tenemos nada”, un recordatorio de cómo
llegaba, hambriento, porque nunca había ganado nada a nivel internacional, que
le imprimió su entrenador en Burgos, el comandante Benjamín Álvarez.
De Arriba y
García coincidieron en la final de 800m que proclamó, a los 24 años, a De
Arriba como campeón de Europa de 800m en pista cubierta. García, debutante no
solo en un Europeo, sino casi en una prueba que comenzó a correr hace dos
meses, fue cuarto por menos de dos décimas. Los dos exhibieron su estilo, tan
diferente, y su carácter, que es el mismo, de ganadores que no quieren saber lo
que es perder. Los dos probaron que quizás hay un gen español del 800m por ahí
rondando que hace que instintivamente cualquier chaval al que le gusta correr
acaba siendo un mediofondista de clase, como Fermín Cacho, de pueblo y loco también,
demostró hace 27 años.
Cuando corre
bien De Arriba es como un bisturí, un cuchillo finísimo capaz de hacer una
abertura en cualquier superficie para por allí colarse; un ladrón con una llave
maestra al que no hay bloqueo ni puerta que se le cierre. Y el 800 en la
estrecha pista cubierta, y con siete como hubo en la final, consiste en eso. De
Arriba chocó cuando intentó cambiar a falta de 300m, en una curva complicada,
porque era allí donde tenía que demostrar su superioridad, su imperio. “Ni me
acuerdo de cómo lo hice”, dice el salmantino feliz más tarde. “La carrera es
una burbuja en mi cerebro. Cuando vi lo rápida que había sido (1m 46,83s) ni me
lo creía, porque se me ha hecho lentísima”.
Toda la
carrera de De Arriba, tercero en el último europeo en pista cubierta, ha sido
una pelea por llegar al primer cajón. Su momento más duro, así lo confesó, fue
no conseguir medalla en el Europeo al aire libre de Berlín. “Pocos lo saben,
pero acabé tan mal ese Europeo que en los túneles del estadio olímpico me paré
a llorar de rabia”, explica. “Y lo que me dio más rabia no fue que me fallaran
las piernas, sino que me fallara la cabeza, que por unos metros me fuera de la
carrera y se me fuera todo. Sin sintonía piernas-cabeza no se puede ir”.
Si metódicas
y analíticas son sus carreras, sistemática y milimétrica es su preparación, que
dirige desde siempre Juan Carlos Fuentes y a la que ahora se ha asociado un
fisiólogo, Josu Gómez, para planificar el trabajo en altura y el seguimiento
analítico. “Queremos ser un poco como los noruegos de los Ingebrigtsen,
controlándolo todo, pero con nuestro propio carácter”, dice De Arriba. “Pero en
la final de 1.500m quiero que gane Lewandowski, siempre he sido admirador del
atletismo polaco”.
Obedeciéndole,
el polaco creó la gran sorpresa ya que ha sido el primer mediofondista que ha
demostrado que el prodigio Jakob Ingebrigtsen no es invencible. En la carrera,
primero lo tentó el burgalés Jesús Gómez, que no teme a nadie y tomó el mando
para desesperación del noruego quien, muy a su estilo, intentó apartarle con la
mano. Le costó hacerlo, pero lo hizo en el 1.200m, y el sobreesfuerzo lo dejó
finalmente en manos del tremendo Lewandowski, que lo superó.
Después de
terminar de hablar, De Arriba, el sistemático, se va, y Mariano García, el
caótico, le dice, “abrígate, ¿eh?, que hace frío”.
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