FERNANDO
MIÑANA
Las Provincias.es
A
la entrada del Estadio del Turia hay un arbusto enorme bajo el que habita un
hombre. Por las mañanas, a su sombra, lee encorvado un libro mientras, dentro,
Darya Klishina, doble campeona de Europa 'indoor' y plata mundial en longitud,
y su compañera Chantel Malone (6,90 este año) hacen talonamientos dirigidas por
una leyenda, Dwight Phillips, tetracampeón del mundo, oro olímpico y una marca
de 8,74, la quinta mejor de todos los tiempos.
En
la otra punta de la pista, Abderrahman Samba, candidato a las medallas en los
400 metros vallas, sigue puliéndose a unos días del Mundial de Doha (del 27 de
septiembre al 6 de octubre). Klishina, una trotamundos, no es tan optimista.
–Ha
estado en Madrid y ahora dos semanas en Valencia antes de viajar a Doha a
disputar el Mundial. ¿Qué le ha traído hasta aquí?
–Buscaba
una pista de atletismo donde poder entrenar y que hiciera un tiempo no igual
pero algo parecido al que me voy a encontrar en Doha.
–¿Quién
le habló de Valencia?
–Cuando
estuve en Madrid, algunos atletas de allí me recomendaron venir aquí. Había
tres opciones y me decidí por Valencia.
–¿Se
alegra de haber elegido Valencia?
–Es
mi primera vez aquí pero me ha encantado. Hay lugares muy bonitos y la playa
está muy cerca. Y, además, el agua del mar me viene muy bien para recuperar las
piernas.
–¿Cuándo
empezó a entrenar con Dwight Phillips?
–Él
era el asistente de Loren Seagrave en la IMG Academy –un hombre que entrenó a
figuras como Angelo Taylor, LaShawn Merritt, Donovan Bailey, el propio Phillips
o Tiana Bartoletta–, mi anterior entrenador. Después nos mudamos a Atlanta, que
es la ciudad de Dwight. Allí estamos bien, aunque dejamos en Florida las que yo
creo que son las mejores instalaciones del mundo.
–¿Qué
recuerdos tiene de su infancia en Tver?
–Es
una ciudad de medio millón de habitantes. Era una niña muy activa, pero mis
padres no me obligaban a hacer nada. Me llevaban a bailar o a cantar o a lo que
yo quisiera.
–Su
padre era saltador de altura (saltó 2,15) y su madre, velocista. ¿No la
dirigieron hacia el atletismo?
–Al
principio jugué al voleibol. Y a los 11 ya me pasé al atletismo. El entrenador
me vio en el colegio y me propuso probar. Durante un año lo compaginé con el
voley, pero al final me decidí por el deporte individual, que me llenaba más
que uno en equipo.
–A los 13 años deja su casa y se marcha a entrenar a Moscú.
–En
mi ciudad no tenía muchas facilidades para entrenar y mi primer entrenador, en
un ejercicio de honestidad, me aconsejó buscar un lugar mejor.
–¿Fue
difícil marcharse en plena adolescencia?
–Para
mí no. Siempre fui una niña muy independiente y responsable. Yo me fui allí a
entrenar y no me despistaba con otras cosas. Y estaba a hora y media de mi
ciudad.
–Su
progresión fue muy llamativa: campeona del mundo juvenil y campeona de Europa
júnior. ¿Pero es cierto que en Rusia era más conocida por ser muy guapa que por
ser la gran promesa?
–Rusia
es un país enorme. Y allí, aunque es cierto que mi aspecto físico me ayudó a
darme a conocer, tienes que ser muy buena para sobresalir.
–La
belleza ha sido importante en su carrera. Usted es conocida en todo el mundo
tanto por su talento atlético como por su belleza.
–Son
dos partes diferentes en mi vida. Está muy bien tener el físico que tengo
porque es así y es la herencia de mis padres. No lo eliges. Pero, por otra
parte, en el mundo no toda la gente es amable. Hay gente, probablemente celosa,
que está esperando a que falles para decir que es porque estás pendiente de
otras cosas y no solo del atletismo.
–¿Qué
le ha dado más dinero, el atletismo o su imagen?
–He
ganado mucho más dinero con mi imagen, promocionando productos, que saltando.
Incluso ganando la Diamond League, el Europeo o una medalla mundial, es
imposible igualar lo otro. El atletismo no da lo que logra una tenista ganando
un torneo menor.
–Ha
demostrado un gran amor por el atletismo rechazando propuestas para trabajar
como modelo.
–Eso
es verdad. He tenido varias ofertas y una muy potente de una agencia de modelos
cuando tenía 14 años. Supongo que porque era muy alta y delgada y eso es lo que
suelen buscar. Pero yo no estaba interesada en ello, solo pensaba en el
atletismo, que era más atractivo para mí que lo otro. Si solo llevar mi cuenta
de Instagram ya supone un gran trabajo para mí porque tengo que subir una foto
cada día. La gente quiere saber cosas de ti y reclama más fotos y vídeos. Cuando
estoy sufriendo en la camilla con el fisio, siempre le digo: «¿Ves? Esta es la
vida real».
–¿Qué
supuso para usted que justo antes de los Juegos de Río todos los atletas de su
país recibieran la prohibición de competir mientras usted, que vivía en Estados
Unidos, ajena al caso de dopaje de Estado, sí iba a poder hacerlo?
–Eso
es un problema en el atletismo, pero lo es en cada país, no solo en Rusia.
Desafortunadamente es algo que está presente en el deporte. Mi país no hizo
nada para solucionarlo, no reaccionó a tiempo.
–Perfecto,
pero usted se despierta un día, lee la noticia de que compañeros y amigos suyos
han hecho trampas. Y usted compite limpia. ¿Cómo se siente por eso?
–Mi
opinión personal es que esa es tu elección. Tú decides si quieres ganar una
medalla olímpica haciendo trampas o no. Lo veía desde la distancia sabiendo que
yo no había hecho nada malo.
–¿Pero
no cambia la relación con esos amigos al saber que han hecho trampas?
–Nada
cambia. Mis amigos siguen siendo mis amigos. Una cosa es el atletismo y otra la
amistad.
–¿Y
fue difícil competir en Río con algunos compatriotas llamándola traidora? Eso
es muy duro.
–Fue
algo realmente triste. Yo iba y ellos se quedaban, aunque los que me insultaban
eran de fuera del atletismo. La gente tiene que entender que la vida de un
deportista es muy corta y que no puedes dejar pasar una cita olímpica así como
así.
–¿Le
influyó en su rendimiento en Río?
–Totalmente,
al 100%. No fui capaz de asimilarlo. Y me da rabia porque ese verano estaba en
muy buena forma.
–Un
año después, en el Mundial de Londres, logra su mejor actuación: medalla de
plata con un salto de siete metros. ¿Qué cambió?
–Los
Juegos no fueron mi mejor experiencia, desde luego. Eran los primeros y me
sorprendieron muy joven e inexperta. Pero aquello me hizo mucho más fuerte
mentalmente. En Londres estaba enfocada, nada me podía distraer.
–Con
los problemas físicos que está sufriendo esta temporada, ¿piensa en el Mundial
de Doha que empieza el viernes o realmente es un paso más hacia Tokio 2020?
–Sí,
con los problemas del tendón de Aquiles que estoy sufriendo definitivamente
estoy pensando más en Tokio. No puedo forzar demasiado porque lo más importante
es llegar sana y al 100 % a los Juegos.
–Los
récords mundiales, en el caso de los saltos, casi todos son muy antiguos. Hace
unos días, Yulimar Rojas se quedó a nueve centímetros del récord de Inessa
Kravets en triple salto (15,50 en 1995). En cambio en longitud parece imposible
que ninguna mujer se acerque a los 7,52 de Galina Chistyakova de los
sospechosos años 80 (1988)...
–Yo
creo que el de triple salto se puede superar en mujeres y hombres, pero esos
7,52 están mucho más lejos.
–¿Le
molesta ver récords del mundo tan increíbles como ese y otros de los ochenta?
–Es
un debate muy habitual entre atletas y entrenadores. Yo creo que sería mejor
empezar de cero desde el 2000. Porque además sería más creíble para los
espectadores, que te ven saltar siete metros y parece que eres un paquete
porque te has quedado a más de medio metro del récord del mundo.
–Está
en Valencia, en la tierra de Niurka Montalvo y Concha Montaner. ¿Las conoce?
–No
las conozco mucho. Sé algunos nombres de atletas españoles pero no les pongo
cara. Solo a Ruth Beitia, con quien coincidía en todos los mítines de la
Diamond League.
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