CARLOS
TORO
El
Mundo.es
Todo
cuanto rodea a este Mundial ha sido y es un despropósito, una distorsión y una
vergüenza. Todo, desde la oscura designación de la sede, ahora en los
tribunales franceses, hasta el desarrollo de la competición en las pruebas más
largas y duras: las de maratón y marcha.
Todo
es artificial, contra natura: el lugar, las fechas, los horarios... Un estadio
convertido en un monumento al lujo hueco, al superfluo exhibicionismo
tecnológico, al dispendio sin pudor ni mesura. Un impostado oasis de frescor de
ingeniería extranjera, incrustado entre un cielo inclemente y una tierra
calcinada. Una burbuja climatizada fuera de la cual se achicharra el cuerpo y
jadean los pulmones en la húmeda atmósfera viscosa.
A
diferencia del anterior Mundial, celebrado en Londres en 2017, el recinto
muestra en sus gradas una desnudez desoladora. Sólo la disimulan unas
entusiastas formas de vida representadas por los obreros, muchos de ellos
africanos, que levantan de la nada estos imperios inmobiliarios, energéticos y
viales, y se vuelcan con los atletas de sus países. En contraste con la
magnificencia íntima del mejor atletismo posible, del deporte más universal,
duele ese diario esqueleto de cemento (o de lo que sea), ese graderío en los
puros huesos, sin gente y sin alma.
No
hay crítica, no hay oposición, no hay coto, no hay condena, no hay propósito de
enmienda por parte de los máximos poderes deportivos (no digamos de los
políticos). Asienten, consienten, genuflexos, vendidos entre serviles sonrisas
y satisfechas declaraciones de universalidad forzada, al dinero sin ideología
que compra votos, amordaza bocas y anestesia conciencias.
El
deporte en general se está prostituyendo, sometido a un mercantilismo salvaje,
sin fronteras ni pausa ni freno, que está pudriendo sus raíces y agriando sus
frutos. No somos ingenuos cómplices ni paladines redentores. El mundo es lo que
es y el deporte es como es. Pero ya hace tiempo que éste va desbordando cauces
equilibradores y cruzando, pisándolas, fronteras éticas.
Este
estadio es también uno de los que acogerán el Mundial de fútbol de 2022. Otra
designación manchada, otro ludibrio comprobado, otro oprobio consentido, otro
baldón jaleado. El fútbol, demasiadas veces, no emplea su fuerza e influencia
para abanderar una cruzada moral y liderar con ella a los demás deportes, sino
para contribuir a enturbiarlos.
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