lunes, 30 de septiembre de 2019

VERGÜENZA MUNDIAL


CARLOS TORO
El Mundo.es

Todo cuanto rodea a este Mundial ha sido y es un despropósito, una distorsión y una vergüenza. Todo, desde la oscura designación de la sede, ahora en los tribunales franceses, hasta el desarrollo de la competición en las pruebas más largas y duras: las de maratón y marcha.
Todo es artificial, contra natura: el lugar, las fechas, los horarios... Un estadio convertido en un monumento al lujo hueco, al superfluo exhibicionismo tecnológico, al dispendio sin pudor ni mesura. Un impostado oasis de frescor de ingeniería extranjera, incrustado entre un cielo inclemente y una tierra calcinada. Una burbuja climatizada fuera de la cual se achicharra el cuerpo y jadean los pulmones en la húmeda atmósfera viscosa.
A diferencia del anterior Mundial, celebrado en Londres en 2017, el recinto muestra en sus gradas una desnudez desoladora. Sólo la disimulan unas entusiastas formas de vida representadas por los obreros, muchos de ellos africanos, que levantan de la nada estos imperios inmobiliarios, energéticos y viales, y se vuelcan con los atletas de sus países. En contraste con la magnificencia íntima del mejor atletismo posible, del deporte más universal, duele ese diario esqueleto de cemento (o de lo que sea), ese graderío en los puros huesos, sin gente y sin alma.
No hay crítica, no hay oposición, no hay coto, no hay condena, no hay propósito de enmienda por parte de los máximos poderes deportivos (no digamos de los políticos). Asienten, consienten, genuflexos, vendidos entre serviles sonrisas y satisfechas declaraciones de universalidad forzada, al dinero sin ideología que compra votos, amordaza bocas y anestesia conciencias.
El deporte en general se está prostituyendo, sometido a un mercantilismo salvaje, sin fronteras ni pausa ni freno, que está pudriendo sus raíces y agriando sus frutos. No somos ingenuos cómplices ni paladines redentores. El mundo es lo que es y el deporte es como es. Pero ya hace tiempo que éste va desbordando cauces equilibradores y cruzando, pisándolas, fronteras éticas.
Este estadio es también uno de los que acogerán el Mundial de fútbol de 2022. Otra designación manchada, otro ludibrio comprobado, otro oprobio consentido, otro baldón jaleado. El fútbol, demasiadas veces, no emplea su fuerza e influencia para abanderar una cruzada moral y liderar con ella a los demás deportes, sino para contribuir a enturbiarlos.

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