miércoles, 2 de febrero de 2011

DUELO EN SHANGÁI



DIEGO TORRES El País.com

Holy shit! Eso duele". Estaba en directo para todo Estados Unidos pero a Michael Phelps no se le ocurrió mejor expresión para definir su estado de ánimo que aquella, tan popular en el mundo anglosajón, que mezcla la mierda con lo sagrado.
Phelps ya no recordaba la última v ez que había perdido los 200 metros estilos, una de sus pruebas fetiche. El día de la derrota sobrevino en los Campeonatos Nacionales Americanos,celebrados el verano pasado. Agotadas las imprecaciones, hizo su reflexión a pie de piscina: "Físicamente sentí simplemente que mi cuerpo se apagaba", dijo. "Se lo dije a Ryan en el agua: 'Tío, creo que faltando 20 metros para la pared te vi pasándome como si yo estuviera completamente inmóvil. Sentí que me estrellaba contra un muro".
El rival que lo había superado como un hidroavión en los últimos metros no era un nadador cualquiera. Ryan Lochte tenía 26 años y era un viejo conocido. Un año mayor que Phelps, llevaba media vida asistiendo a las exhibiciones de un prodigio que le había impedido coronarse él mismo como el número uno. Lo había asumido con elegancia y buena disposición de ánimo pero en su interior se había propuesto pelear. Consciente de que no le bastaría con su descomunal talento determinó proceder a una transformación fi siológica de largo alcance.
El Lochte que superó a Phelps en los Nacionales no era el joven flaco y sonriente de 2004 y 2008. Era una mole de amplios trapecios, pectorales hipertrofi ados y brazos de estibador. Y continuaba sonriendo cuando salió de la piscina: "Es la primera vez que le gano en un gran mitin nacional. Y la verdad es que sienta muy bien".
Le esperaba el mejor verano de su vida. En la cita más importante de la temporada, los Juegos del Pacífi co, consiguió seis medallas de oro: 200 y 400 estilos, 200 espalda, 200 libre, y los relevos de 100 y 200 libre. El invierno no fue peor: en el Mundial de piscina corta, en Dubai, se convirtió en el primer nadador de la historia en ganar siete medallas en esta competición. Su superioridad resultó tan aplastante que el entrenador de Phelps, el meticuloso Bob Bowman, lo proclamó como una advertencia para su pupilo: "Ryan Lochte es el mejor nadador del mundo de 2010. Sin duda".
Hasta los Juegos de Pekín, en 2008, Lochte había sido un nadador de libro con un cuerpo de libro. Alto (1,88 metros), estilizado, provisto de miembros largos y elásticos que le permitían ser flexible y coordinado en el agua, se había destacado en todos los nados: libre, mariposa, braza y espalda. Incluso su educación respondía al canon del atleta ideal. Su padre, Steve, entrenador de natación, le había inculcado la pasión por el entrenamiento y la competencia. Lochte siempre fue disciplinado sin proponérselo. Pero le faltaba un punto para competir con Phelps. Un punto de resistencia y de fuerza que Phelps aplicaba naturalmente, gracias a un fenotipo inusual. A Phelps lo ayudaba una genética privilegiada para el medio acuático. Piernas cortas, manos y pies de gigante, torso fi no, hombros anchos y envergadura de águila. Phelps mide 1,96 de estatura y 2,08 de envergadura. Es un caso extraño de desproporción que permite un equilibrio maravilloso. Para su desgracia, Lochte tenía un cuerpo perfecto. Era el Hombre de Vitruvio. Pero en el agua, contra Phelps, estaba en desventaja.
La rivalidad cultivó una buena amistad desde que eran adolescentes. Pronto formaron un equipo temible. En los Juegos de Atenas, en 2004, Lochte y Phelps contribuyeron decisivamente a lograr el oro en los relevos de 4x200 libre frente a los australianos, liderados por Ian Thorpe. Fue una de las carreras más grandiosas de la historia de la natación. La piedra fundamental de una colaboración que ha proporcionado a Estados Unidos la mayor colección de récords y medallas en relevos internacionales: 19 entre Juegos, Mundiales y Campeonatos del Pacífico.
Ante la magnitud de su adversario y compinche, Lochte, uno de los nadadores más polivalentes que ha tenido Estados Unidos, optó por la especialización. Concentró sus esfuerzos en las pruebas de estilos y en los 200 espalda. En Pekín no pudo con Phelps en los 200 y en los 400 metros estilos. Pero consiguió una marca estratosférica en los 200 espalda, donde estableció el nuevo récord mundial en 1m 53,94s. La fi nal tuvo dimensiones épicas. Para imponerse, Lochte debió destronar al mejor espaldista de todos los tiempos. Peirsol había batido el récord mundial en cinco ocasiones. Era una institución. La síntesis más perfecta de técnica y elegancia. Pero algo estaba cambiando en Lochte. Su organismo se transformaba. Desde 2007 se ha puesto en manos de expertos en el desarrollo de la potencia muscular. El programa es delicado. Históricamente, los nadadores rechazaron las pesas porque restaban agilidad y añadían sobre los miembros un peso que solo se traducía en el hundimiento. Desde hace un tiempo, los nadadores, Phelps incluido, han descubierto procedimientos para rentabilizar el sacrificio de la técnica en favor de la fuerza. Nadan peor pero van más rápido.
Junto con Gregg Troy, su entrenador en la piscina, Lochte ha experimentado junto a Matt DeLancey en el Departamento de Fuerza para Deportes Olímpicos de la Universidad de Florida. La hoja de ruta es imaginativa y rústica. Los ejercicios para espalday brazos con cuerdas lastradas son lo más sofi sticado de una rutina que incluye pesas y trabajos experimentales, como lanzar al aire barriles de cerveza, neumáticos y bolas de goma, o levantar ruedas de tractor. "Hago sesiones de seis horas de pesas
y las alterno con siestas de hasta cuatro horas", explica Lochte. "Quiero aumentar en volumen y en fuerza. Hago mucho trabajo de piernas y muchos brazos. Creo que la clave de mi evolución está en la sala de pesas. Cada vez más enfoco el esfuerzo fuera de la piscina".
"Los grandes atletas no se distinguen en las victorias sino en las derrotas", observa Lochte. "Los grandes son los que, cuando pierden una carrera, se prometen volver a intentarlo: 'Debo buscar una manera de nadar mejor". Lochte supo durante años lo que significa ir a remolque de Phelps y ahora exhibe el resultado de su devoción por la superación en la coraza que le recubre. Poco a poco, en cada mitin, cada vez que se asoma a un campeonato, se le ve más cargado de hombros, más encorvado bajo el peso de su propia musculatura.
Phelps ha asistido a la explosión de su rival entre la resignación y la fatiga. Después del esfuerzo que hizo para conquistar ocho oros en los Juegos de Pekín, cota jamás alcanzada en unos Juegos, se entregó a la dispersión. Estaba agotado. Por primera vez en 15 años, abandonó la rutina de entrenamientos. Bob Bowman, un entrenador con el que ha sellado una relación casi
familiar, no tuvo más remedio que liberarle. "A veces iba a las prácticas", recordó Bowman el verano pasado. "A veces se iba a jugar al golf. A veces desaparecía durante una semana y no llamaba. Me llegué a preocupar. '¿Estará bien?', me decía. 'No es que esté descuidando su trabajo de nado libre. Eso es lo de menos. ¿Estará bien?".
Según Bowman, entre septiembre de 2008 y abril de 2010 Phelps se perdió el 60% de los entrenamientos. Aun así acudió a unos Mundiales en 2009 y a unos Juegos del Pacífi co el año pasado.
Y nadó bastante bien. Incluso hizo marcas notables antes de anunciar que volvía a los entrenamientos para preparar los Juegos de Londres de 2012.
Camino de la cita olímpica, el próximo julio en Shanghái, le esperan unos Mundiales de piscina larga. Y le espera su amigo Lochte, cada día más fuerte y más extravagante. Pocas veces la natación reserva duelos más fabulosos.

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