viernes, 29 de abril de 2011

MANOLO MARTÍNEZ SE DESPIDE DEL ATLETISMO



JUAN JOSÉ MATEO El País.com

Con Manolo Martínez, que hoy ha anunciado su retirada, no solo se marcha un atleta, ni un lanzador de peso, ni un campeón mundial y europeo de la especialidad bajo techo. También se marcha una bandera. "Con Manolo se va", explica Carlos Burón, su técnico desde hace 23 años, "una persona buena y honesta que llegó a ser campeón, pero también un reclamo muy grande. Hace años, los de los lanzamientos éramos los malos, los humildes, la familia pobre del atletismo español, los que hacíamos que perdiéramos puntos. Había miedo. Faltaba información. Se veía como si fuera cosa de otros países... y llegó Manolo y demostró esa frase que ahora es tan célebre. El Yes we can. Fue la señal de que podíamos y consiguió cosas impensables. Como escribió una vez Rubalcaba: 'Que un español fuera campeón del mundo de lanzamiento de peso era tanto o más complicado que los éxitos de Manolo Santana, Ángel Nieto..."
Martínez se marcha a los 36 años, con el corpachón (1,85m y 145 kilos) dolorido por tantos años de profesión y el sabor amargo del sueño incumplido, de esa medalla al aire libre que nunca llegó y que creyó tener a su alcance en los Mundiales de Edmonton 2001 y en Olimpia, durante los Juegos de Atenas 2004, en la casa del atletismo. En el inicio, sin embargo, no hubo nada de eso. Hubo, recuerda Burón, un chico pequeño que andaba en bicicleta con los amiguetes mientras el técnico entrenaba. "Y entonces", recuerda el gurú de los lanzamientos; "me hizo un derrapaje con la bici y casi me pilló. '¿Te gusta lo que ves?', le pregunté. '¿Quieres probar?' 'Vale', me dijo. Y ese vale fue igual todos los días durante 23 años".
En ese largísimo tiempo Manolón, también llamado Supermanolo, puso en el mapa su deporte, impulsó con su técnico la creación de un Centro de Alto Rendimiento en León, probó a esculpir el metal, a trabajar la poesía y a poner su cuerpo y su espíritu al servicio del cine. Durante esos años, carcomida la impresionante armadura por el síndrome de Behçet, que le impidió ingerir dulces y le tuvo adelgazando un kilo cada dos semanas (adiós a las sinergias y las fuerzas tan necesarias en su disciplina), siguió completando sus tradicionales rituales con los dorsales y elucubrando cómo sería reencarnarse en la piel de los caballeros medievales.
Consiguió mucho. El lanzador ha sido internacional 84 veces y posee las plusmarcas españolas de peso en pista cubierta (21,26 metros) y al aire libre (21,47). Ha participado en cuatro Juegos Olímpicos (de Atlanta 1996 a Pekín 2008), en ocho mundiales al aire libre y en otros tantos bajo techo, en cinco Europeos al aire libre y en nueve en pista cubierta. Su mejor resultado olímpico fue la cuarta plaza en los Juegos de Atenas (2004), la misma que consiguió en los Mundiales de Edmonton (2001). Su mejor resultado en los Europeos al aire libre fue el quinto puesto en Múnich 2002.
Fueron 23 años buscando la frontera de los 22 metros. Fueron 23 años de entrenamientos, de regímenes de 5.500 calorías diarias y de amor por el peso, del que buscaba tesoros para su videoteca, como la vieja cinta de la final del Mundial de Tokio 1991 que le regaló un aficionado. Tras el estallido de la Operación Galgo contra el dopaje, Martínez, el capitán de la selección, fue el segundo en una larga lista de atletas firmantes de un manifiesto por la limpieza de su deporte. Esta tarde prefería no hablar con los periodistas, a los que emplazaba educadamente a su despedida oficial, el martes en León. Hasta el final de su carrera, dicen quienes le conocen bien, fue Manolo. "Ya lo dije", explica Burón; "un chico honesto, aunque incluso, como le achaqué a veces, demasiado cortés en la competición. Saludaba a todos, era todo sonrisas, solucionaba los problemas de los periodistas... Y yo le decía: ¡Céntrate! ¡A lo tuyo! ¡Tienes exceso de generosidad!"

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