domingo, 4 de septiembre de 2011
¿HUMANO?
CARLOS ARRIBAS - Daegu
Asafa Powell, quien, además de correr muy deprisa y lesionarse en los momentos más inoportunos, es un jamaicano muy bienintencionado, quiso creer, y hacer creer, el otro día, que la legendaria salida nula de Usain Bolt en la final de los 100 metros era un síntoma de que su colega es humano, pese a que había razones para dudarlo. "El fallo le hizo humano", repitió Powell.
¿Humano? ¿Está seguro?
19,40 segundos pueden ser 19,4 buenas razones para pensar que no, que tiene razón la inmensa mayoría de la humanidad que piensa que Bolt es un fenómeno procedente de otro planeta que aterriza en la tierra de vez en cuando y hace lo que hace.
19,40 segundos, el tiempo que necesitó para cubrir los 200 metros de una manera espectacularmente victoriosa, son otros tantos buenos argumentos contra los que piensan que Bolt es tan esclavo de su personaje, del aspecto más payaso de su personaje atlético, que en vez de entrenar su portento físico, sus salidas de tacos, su enderezamiento mitigado por la escoliosis de su columna vertebral, se dedica a posar ante el espejo antes de las carreras en busca de nuevas muecas, de nuevas formas de sorprender a las adolescentes que tanto suspiran por él.
En un estadio rendido, brisa a favor (+0,8 m/s), lo que en un 200 tampoco es tan bueno, pues el comienzo, la curva, lo más peliagudo, se hace con viento de cara, noche cargada y no tan húmeda como otras sesiones, Bolt ganó su segundo oro mundial en los 200 metros corriendo en 19,4 segundos, el tercer tiempo más rápido de su vida tras, por este orden, los 19,19 segundos del Mundial de Berlín 2009 y los 19,30s de los Juegos de Pekín 2008, que fueron plusmarcas mundiales. Solo los 19,32s de Michael Johnson, aquel récord conseguido en Atlanta 96 que se pensaba duraría 100 años, evita que Bolt, de 25 años, tenga las tres mejores marcas de la historia.
Los 19,40 tienen más valor, casi, por la forma en que los corrió anoche, por el momento en que lo hizo. Antes, show, después, más show. Hasta bailó descalzo sobre el Mondo azul titán de Daegu, anoche, al fin, la colorida. "El atletismo debe ser alegría, diversión", dijo. "Hay que dar espectáculo a la gente. 19, 40s es un buen tiempo, no estoy en mi mejor forma, pero los aficionados dirán si esto les vale".
Existe un índice inequívoco que permite decir ante una foto de una última recta si un atleta va a ganar o a perder: es su dentadura. Cuanto más dientes se le vean, cuanto más apretados estén y los labios más apartados, casi desaparecidos en el esfuerzo, peor le irá. Esto era así, por supuesto, hasta que llegó Bolt ayer e hizo la demostración dentaria que hizo en la última recta. Un año de dudas, de marcas regulares para lo que es él, de rumores, terminó en una curva mágica corrida por la calle tres, tan poco radio para sus largas piernas. Pese a ello, enfiló la recta ya con ventaja suficiente como para relajarse. Pero no, apretó los dientes. "Pero no porque estuviera enfadado", dijo. "Simplemente quería correr lo más rápido posible para pedir perdón por lo que hice en el 100". Pese a todo, rémoras de su precoz escapada en los 100 -"me pudo la ansiedad", confesó ayer, "las ganas de dar espectáculo. Fue todo un error mío"-, volvió a salir el último de los tacos. Tres centésimas les regaló a los que iban detrás de él, que tampoco hicieron mucho con ellas.
Por detrás de él, más que empujando al extraterrestre, aguantando su tirón, como si contagiados por su velocidad, como si atados a él en la distancia por una cuerda invisible, arrastrados por su torbellino, se aprovecharon al máximo de su lanzamiento: Walter Dix, el hierático norteamericano, que se quedó en 19,70s, a una centésima de su mejor marca, conseguida ya hace cuatro años, y Christophe Lemaitre, quien podría pasar por otro Bolt, al menos por alto, por cierto estilo similar, por la zancada, por la clase, si no fuera porque es francés, blanco y, más que nada, introvertido en extremo. Mientras Bolt se miraba por triplicado en las pantallas gigantes de alta definición del estadio antes de doblarse sobre los tacos, el campeón de Europa, que como el jamaicano, tiene predilección por los 200 sobre el 100, amor de juventud o algo así, cerraba los ojos, se miraba a su interior, se perdía en su nube, tan finito, tan poco músculo, tanta clase. Después, por la calle seis, su favorita, corrió como nunca a la estela lejana de Bolt. Aguantó la presión de Saidy Ndure por la calle siete. Bajó por primera vez de los 20s. Terminó en 19,80s. Solo un europeo ha corrido más rápido que él en la historia; el italiano Pietro Mennea, hace ya 32 años, corrió en 19,72s, pero aprovechando las ventajas que para la velocidad supone la menor densidad del aire en la altura de Ciudad de México.
"Llevo años diciendo que Lemaitre es muy bueno", dijo Bolt tras la carrera que justifica todo el Mundial.
Antes de ellos, otra atleta blanca, la rubia australiana Sally Pearson, de 24 años, ganó los 100 metros vallas con un tiempo de 12,28s, la cuarta mejor marca de la historia, a solo siete centésimas del récord mundial inalcanzable de Donkova en 1988. Un tiempo, el de Pearson, que no se ve desde los años en que toda buena marca llegada del Este era sospechosa.
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