CARLOS ARRIBAS
El País.com
El domingo pasado llegó a Río para hacer campaña en las
elecciones de deportistas para el Comité Olímpico Internacional. El viernes fue
elegida. El sábado, por la mañana, anunció su retirada; por la noche, en el
habitual estadio pletórico de los días Bolt, solo pudo ser espectadora de la
final de pértiga, una especialidad que le debe su esplendor y su expansión. Así
fueron los días como deportista en activo de Yelena Isinbayeva, la mejor atleta
de la última década.
Por primera vez desde Sidney 2000, Isinbayeva, campeona olímpica
en Atenas y en Pekín, medallista de bronce en Londres, no participó en la
competición. Su condición de rusa, afectada por la prohibición total de
participar a los atletas de su país por las pruebas de dopaje de Estado, se lo
impidió.
“Yelena Isinbayeva ha
colgado sus pértigas”, declaró unas horas antes, hablando de sí misma en
tercera persona, como Julio César, para reflejar su grandeza. Isinbayeva, de 34
años, es plusmarquista mundial desde 2003, cuando tenía 21. Ha batido sus récords en
25 ocasiones. Sus 5,06m permanecen insuperados desde 2009; de 2008 datan, sus
5,05m, récord olímpico conseguido en un Estadio del Nido iluminado solo para
ella (las demás competiciones ya habían terminado) ante una multitud
transpuesta. Antes de Bolt fue Isinbayeva, la zarina de la pértiga, la primera
estrella global del atletismo del siglo XXI.
Con Isinbayeva en liza, se habrían desafiado en el rincón
más ruidoso del Engenhao las cuatro mejores saltadoras de la historia: la rusa,
las norteamericanas Jenn Suhr, campeona olímpica en Londres, la otra atleta que
ha saltado alguna vez por encima de los cinco metros (5,03m, plusmarca mundial
en pista cubierta) y Sandi Morris (4,95 en 2016, mejor marca mundial del año),
y la cubana Yarisley Silva (4,91m), medallista de plata en Londres. Sin ella,
la competición de Río quedó huérfana y devaluada, pues, tras pasar dos años
retirada había vuelto a competir y a demostrar que había recuperado la forma.
En junio, cuando ya parecía claro que la federación de atletismo (IAAF) la
prohibiría participar en Río, saltó 4,90m, entonces la mejor marca mundial del
año. La primera ausencia de Isinbayeva coincidió finalmente con un podio de
primerizas a esas alturas. Fue la pértiga de la renovación. El oro, para la
griega Ekateriní Stefanídi, de 26 años, y la plata para la norteamericana Sandi
Morris, de 24, con 4,85m ambas; el bronce para la neozelandesa Eliza McCartney,
de solo 19 años, con 4,80m.
Río debería haber sido la competición de la despedida de
Isinbayeva, que habría gozado el derecho de todos los grandes campeones a dejar
el deporte desde el escenario de sus mayores éxitos. No lo disfrutó de él la
pertiguista rusa como sí lo hicieron Michael Phelps y Usain Bolt, sus dos
coetáneos generacionales, que dejaron los Juegos entre aplausos, portadas, reconocimientos
y lamentos.
El pasado mal resuelto reaparece siempre como una venganza
es una verdad que temen quienes ostentan cargos en ejecutivos o consejos de
administración. También los dirigentes del Comité Olímpico Internacional (COI),
que acaban de admitirla en su seno, elegida por sus compañeros deportistas y
enviada desde Moscú por Vladimir Putin, un presidente muy cercano a la
pertiguista, como su voz y sus oídos en uno de los círculos privados con más
poder.
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