DIEGO TORRES
El País.com
La dinámica de fluidos es materia de estudio entre los entrenadores
y biomecánicos ligados a la natación. Gracias a esta ciencia muchos nadadores
han aprendido que, pegándose a la calle donde se desplaza un competidor, si son
capaces de colocarse en el ángulo y a la distancia justas, el remolino que
genera el avance del otro les engancha como la ola a la tabla de surf, en una
corriente muy sutil y muy beneficiosa. Lógicamente, el de las piscinas
constituye un arrastre imperceptible. Pero, ¿acaso las carreras no se ganan por
centésimas de segundo? La natación enseña que la diferencia entre unos y otros,
en general, suele ser microscópica. Una de esas excepciones a la regla es Katie
Ledecky, que gana por varios cuerpos. Al menos así fue hasta que, en la final
de 200 metros
libre de este martes, la sueca Sarah Sjostrom se le subió a la ola.
Los 200
metros libre siempre funcionaron como cruce de caminos
entre las diferentes especialidades del programa. Es la distancia en la que
suelen medirse nadadores que compiten en mundos apartados. Allí confluyeron la
fondista Ledecky y la velocista Sjostrom en un intento por conquistar un
territorio de enorme prestigio. El que se asigna a los nadadores capaces de ser
rápidos y durante más tiempo. Solo los mejores lo consiguen. La ganadora, como
casi siempre, fue Ledecky. Pero esta vez se topó con una criatura casi tan
singular como ella.
Sjostrom ha dedicado su vida a la mariposa. Posee los
récords mundiales de 100 y 50.
A sus 23 años, y con tres Juegos en su historial, es
toda una experta. Su triunfo en los 100 mariposa de Rio, en donde ha logrado la
mejor marca de la historia, fue una de las exhibiciones más memorables que ha
dejado este concurso. La superioridad de Sjostrom traslucía con vehemencia a
partir de su poderosa patada ondulatoria, única por ritmo y fuerza, elemento definitivo
de su propulsión. Sjostrom tiene su cadera firmemente atada a una musculatura
grande y larga que mueve como nadie. Tan fuerte se debió ver que quiso
traspasar la frontera para visitar a Ledecky.
Cuando las dos se pusieron mano a mano, una en la calle
cuatro y la otra en la cinco, en el penúltimo viraje, con 100 metros por delante,
los aficionados que pagaron la entrada gritaron como si sintieran que el dinero
había estado bien empleado. Las gradas entonaban un continuo saravá carioca
ante la visión de espuma y rabia. Entre el 100 y el 150 metros Sjostrom
lanzó un ataque en toda regla que puso a Ledecky en una situación inaudita:
obligada a replicar. El tiempo de la sueca en ese largo fue de 29,12s segundos.
La estadounidense lo hizo en 29,12s. Por primera vez, mandaba otra.
Detallista como buena nadadora de pruebas cortas, Sjostrom
calculó que su reserva de energía se le agotaría antes de tiempo y actuó.
Observó que Ledecky iba bastante pegada a la corchera y buscó el contacto con
la turbulencia.
“En el tercer largo
me encontré más cerca de lo que pensaba de alcanzarla”, recordó. “Nunca creí
que pudiera aproximarme tanto. Realmente me sorprendió. Pero sabía que no me
quedaría más por dar en los últimos 50. Estaba exhausta. Así es que creo que
tuve suerte de coger la ola de Katie para que me ayudara en los últimos 50. Al
salir del último viraje me subí a su ola para tener un poco de velocidad extra
gratis”.
“Es lo que llamamos efecto vórtex”, apuntó Sjostrom,
sonriente, “pero no sabría explicarlo muy bien”.
Anfítrite montada en el carro de Poseidón. La sueca Sjostrom
subida a horcajadas en la ola que provocaba la frecuencia arrebatadora de
brazadas y batido de piernas de Ledecky que, en su intento desesperado por no
dejarse atrapar, atraía hacia sí el peligro.
A falta de 25
metros Sjostrom hizo un último esfuerzo, abandonó el
surfeo, barrenó, y se colocó por delante. Ledecky no la vio pero la sintió,
como quien percibe un borbotón. “No tenía ni idea dónde estaba Sarah”, explicó
luego, “porque respiro hacia la izquierda y ella venía por la derecha. Procuré
que no verla fuese una ventaja para concentrarme en mi ritmo y así acelerar sin
distracciones. Pero fue muy duro”.
Tan duro, que, en el paroxismo del esfuerzo, Ledecky
experimentó la clase de contracción repulsiva que anticipa la arcada. “Estuve
muy cerca de vomitar cuando quedaban 25 metros ”, contó. “Pero no es la primera que
me ocurría. Me ha sucedido cientos de veces en los entrenamientos. Así es que
me las apañé para abrirme camino y alcanzar la pared. Creo que fue divertido”.
Ledecky cubrió el último 50 en 29,18s para colgarse el oro
con una marca de 1m 53,73s. Sjostrom hizo el último largó más rápido, en
29,13s, pero no le alcanzó para terminar antes y paró el cronómetro en 1m
54,08s.
Le comentaron a Bruce Gemmell, el entrenador, que su niña
había confesado que casi vomitaba. El técnico se ufanó: “Cuando nos juntamos
con nadadores hombres del equipo nacional en otoño, en invierno y antes de las
competiciones, a veces salen de la piscina y le dicen: ‘¡Katie! ¡Creí que iba a
vomitar!’. Y ella les responde: ‘Yo me siento así tres veces por semana’. Esto
no es sorprendente. Su preparación es tremenda. ¡Pero hasta el momento nunca ha
vomitado!”.
Sjostrom se lo tomó con filosofía. “Yo”, dijo, “soy más
nadadora de mariposa que de libre, y de 100 metros antes que
200. El 200 es más fácil para Ledecky. Para mí, ésta es la distancia larga. Es
una de las pruebas más duras que puedes nadar porque es un sprint largo. No
puedes guardarte energía. Lo tienes que dar todo desde el metro uno. Los 200
libre siempre han sido mi peor carrera. Nunca he querido nadarlos. Pero esta
temporada decidí apuntarme y me ha ido bastante bien”.
La pálida Katie Ledecky, no tan pálida fuera del agua como
sumergida junto a Sjostrom, se colgó su segundo oro en Río y, cuando alguien le
preguntó qué se sentía ante la perspectiva de colgarse otros dos en 800 libre y
en el relevo de 4x200, sonrió apenas esbozando una curva moderada con sus
labios finos: “Estoy muy excitada”.
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