lunes, 6 de febrero de 2012

YAGO LAMELA: "ME QUEMÉ"


Aida Valcuende / OVIEDO

Es cierto que tenía una alta consideración de sí mismo cuando competía en salto de longitud. Tan cierto como que España tenía pocos héroes a los que adorar cuando él se convirtió, en el año 99, en la estrella mediática de todo un país. Y eso, cuanto menos, asusta. El fútbol y la selección no eran la fábrica de sueños que ahora conocemos, tampoco la Fórmula Uno o el ciclismo, sin un ídolo claro tras Indurain y sus cinco Tours. Y en medio de este entuerto va Yago Lamela y vuela hasta los 8,56.
La imagen que trasciende de él, sin embargo, es la de un ser distante, frío y un poco arrogante. Pero ése no es el único Lamela que existe. Tiene más caras y todas ellas aparecieron en esta entrevista. Su vestimenta moral, ésa que le hacía parecer altivo, se ha pasado de moda. Yago es afable, sonriente, bromista. Pero lo más importante es que se ha deshecho de su timidez, la culpable de esa barrera infranqueable entre el ídolo y el público.

¿Cómo es el día a día de Yago Lamela?
Pues ahora resido en Avilés y me estoy preparando en la UNED, a distancia, donde intento acabar, al fin, la carrera de informática. Y digo ‘al fin’ porque es la tercera vez que la empiezo. No pude terminar antes los estudios porque me dediqué por entero al atletismo. Estoy bastante motivado porque veo que hay muchos campos en el mundo de las computadoras que me interesan mucho. Y como estudié durante dos años en inglés, en Iowa, pues tengo la posibilidad de, cuando termine aquí, irme al extranjero. Mi objetivo ahora mismo es hacer una carrera profesional decente.

¿Le gustaría regresar a Estados Unidos quizá?
Sí, siempre es una posibilidad. Hay varias universidades europeas que también me interesan para hacer un máster. Y la opción de California siempre la he barajado si me aceptan, claro. Intentaré sacar buenas notas para ello.

Y el deporte, ¿seguirá formando parte de su vida allá donde fije su residencia?
Aún continúa siéndolo pero a una escala menor. Voy al gimnasio cada día, estoy empezando a correr, y nunca se sabe. Tengo 34 años y a lo mejor, dentro de dos o tres, si veo que estoy corriendo bien, pues quizás me dé por participar en alguna competición de veteranos o algo así. Pero el atletismo tendrá ya un segundo plano.

¿Qué recuerdos guarda con especial cariño de su etapa como deportista de élite?
Mis mejores recuerdos siempre fueron las competiciones en las que mejoraba mi marca cuando estaba en las categorías inferiores. No me importaba ser primero, segundo o tercero, pero sí mejorar mi registro personal. Y cada vez que lo conseguía, era una satisfacción inmensa.

¿Es cierto que empezó a practicar sus saltos en la playa?
Más bien es una historia que cuenta repetidas veces mi padre. Estábamos con otros niños en la playa de Xagó y se le ocurrió hacer un juego con nosotros. Pintó una raya en la arena y esperó a ver quién saltaba más. Es algo típico cuando eres niño, aunque he de confesar que, a día de hoy, todavía me da por hacerlo. Mi padre vio que saltaba bastante. Por aquel entonces estaba haciendo cross, carreras de fondo, y me iba regular. Y en cuanto al salto, se veía que tenía más y mejores cualidades para despuntar. Entonces me metió por ahí, a competir en saltos. Así empecé.

Y llegó la hora del triple salto antes que la longitud…
Sí. El pálpito que sintió mi padre lo corroboró Carlos Alonso después, mi primer entrenador en Avilés. Fue él quien me dijo que era mejor que optara por el salto.

¿Recuerda su primer vuelo sobre la arena?
Sí, fue en Oviedo, en el Palacio de los Deportes. Tenía 8 años y salté 3,80 metros en una competición de benjamines (risas).

Con 13 años ya saltaba seis metros. Con 15, siete, y con 18, superó los ocho…
Eran todo alegrías. Cada año mejoraba medio metro de marca hasta que, por desgracia, tuvo que llegar el momento en el que la progresión sólo podía ser de diez centímetros, después cinco, y luego ya…

¿Y qué explicación tiene una progresión tan meteórica? En su mejor momento llegó a decir que sólo entrenaba dos horas al día.
El trabajo que te había llevado a estar fenomenal ya estaba hecho. Y lo que quedaba por delante era más bien una labor técnica que otra cosa. Por ese motivo entrenaba sólo una hora y media, más o menos. Pero venía de ensayar cinco, también hay que tenerlo en cuenta. En época de competición, lo que había que hacer era tratar de afinar toda la técnica y entrenamientos muy intensos y muy cortos. Por ese motivo dije que entrenaba poco. No fue por tirarme un farol (risas).

¿Qué pasó por su mente cuando saltó 8,56 en Maebashi?
Yo siempre lo defino como mi salto límite porque afiné todo al cien por cien, y salió. La alegría fue inmensa. Además, sabía que había batido el récord de Europa. Lo había mirado unos días antes para asegurarme en cuánto estaba. Ví que era de 8,49 y pensé que quizás, a lo mejor algún día en mi carrera deportiva, lo conseguiría. Y tan sólo unos días después, llegó. Luego vino Pedroso con su mazo, hizo su mejor marca y acabamos en la posición lógica que era él primero, con 8,62, y yo segundo. Hicimos los dos nuestro récord. Recuerdo que quedábamos por saltar los dos para concluir la final. Yo salté 8,56 y me senté. Pensé que si él no hacía un salto nulo, tal y como estaba de fuerte, me superaría. Y así fue. Lo primero que vi desde mi sitio fue la bandera blanca, y lo que llegaría después, ya me lo había imaginado. Pero la plata estuvo genial.

Pedroso era su ídolo. Luego se convirtió en rival. ¿Cómo se digiere eso?
La verdad es que es una auténtica pasada conocer a alguien a quien admiras tanto, pero es difícil explicar lo que se siente. En mi adolescencia, poquitos años antes, me había pasado los días observándole por la televisión y, de repente, me vi en un calentamiento, junto a él, peleando por un campeonato del mundo. Intentaba mirarle con superioridad pese a todo. Y, aunque estaba flipando con lo que me estaba ocurriendo, me repetí a mí mismo que tenía que ganar la competición. Fue un cruce de emociones.


Y cuando pudo conocer a Pedroso más de cerca. ¿No pudo sacar siquiera un pequeño defecto o continuó siendo un mito?
No pude porque es un tío genial. Es un crack. Hoy en día tenemos muy buena relación. No hay que negar que existía cierto pique cuando competíamos, pero puramente deportivo. Hemos continuado la amistad ahora que ambos estamos retirados.

¿Mantiene algún contacto con atletas de su época?
Sí, sobre todo a través de facebook, donde se ha creado una red de atletas españoles donde todos nos ponemos un poco al día.

A partir de su hazaña en Japón la prensa empezó a hablar del ‘Efecto Lamela’. Con él desapareció la palabra intimidad de su vocabulario. ¿Tan mal llevó el hecho de pasar a ser una persona conocida?
Mal no, fatal. Estaba acostumbrado a ser anónimo. Recuerdo que ni siquiera tenía carnet de conducir y debía coger el autobús para desplazarme a todas partes con el consiguiente riesgo de que te vieran más personas. La gente me decía cosas por la calle y eso me creaba mucha presión y mucha ansiedad. Al principio era incomprensible para mí porque si hubiera sido un futbolista famoso o algo así… pero se trataba del atletismo, de un deporte muy amateur . Traté de manejarlo de la mejor forma posible. Hice lo que pude. Intenté atender a la gente, pero también es verdad que muchas veces me escapé.

¿Y qué le decía la gente por la calle?
Me animaba. Pero yo era muy tímido. Sigo siéndolo, pero mucho menos que antes. Que todo el mundo, de repente, me mirara, me causaba agobio. Me comía un sandwich y tenía cien ojos sobre mí observándome. Lo pasé mal. Quizá haberme sacado el carnet de conducir hubiera sido una buena idea.

Para mucha gente no resultó una persona cercana. ¿A usted le llegaba esta impresión?
Entiendo que marcaba mucho las distancias. Pero es que, si no lo hubiera hecho, no lo habría llevado bien. No era una persona excesivamente sociable, por lo que necesitaba mantener una actitud más fría con el público para centrarme más en el deporte. ¿Consecuencia? Di una imagen bastante mala, de chulo, de creído. Soy consciente. Lo entiendo, y fue fallo mío. Tenía que haber gestionado las cosas de otra manera, aunque no tenía ni idea de cómo hacerlo. Tampoco tuve a nadie que me supiera asesorar. Y la gente vio un Yago que no se corresponde con la realidad. Quien me conoce, lo sabe. Lo que más rabia me da de todo esto es que en Asturias también dejé esas impresiones malas. Creo que he cambiado y que los años me han hecho sobrellevar mejor mi timidez.

¿Quién era su apoyo en ese momento?
Tenía un mánager, pero se encargaba más de temas económicos. Y también estaban mis padres, que igualmente se encontraban en shock por todo el revuelo.

¿Qué hubiera pasado si el talón de Aquiles hubiera sido más generoso con usted?
Creo que hice una cosa mal en mi carrera deportiva y fue que me entrenaba por encima de lo que mi cuerpo podía aguantar. Eso me llevó a hacer una carrera muy explosiva pero muy corta. Si hubiese entrenado para conseguir el noventa en lugar del ciento diez por cien habría durado más años en competición. Pero claro, es fácil sacar conclusiones desde la distancia. Cuando tienes 22 años es lógico que vayas a por todas. Tenía que haberme tomado las cosas con más calma.

¿Influyó en sus lesiones el hecho de cambiar tantas veces de entrenador?
El cambio a Rafa Blanquer convirtió el entrenamiento en algo más duro y exigente, pero también es verdad que me hizo pasar de un salto inferior a ocho metros a uno de 8,50 en el año 2003. Yo creo que al final la exigencia del propio deporte y la excesiva exigencia sobre mí mismo fueron más culpables que nadie.

¿Saltar 8,56 es producto del trabajo o hay algo de talento natural en ello?
No soy un portento natural. Lo mío ha sido disciplina y determinación. Yo he visto a gente con mucho más talento natural que yo y se ha quedado en el camino. No estaban tan interesados. Para mí la vida era el salto de longitud. Y nada más. Mi devoción fue lo que me llevó a saltar tanto.

¿De qué se siente más orgullo en su etapa como deportista?
De mi perseverancia. De levantarme varias veces a pesar de que mi talón me decía otra cosa. De empezar tantas veces de cero y resistir. De haber competido dando el máximo de mis posibilidades. El cuerpo puede dar mucho de sí si se tiene disciplina y pienso que, en este sentido, nunca fallé.

¿Tuvo algún momento de debilidad?
No porque me encantaba competir, no así los entrenamientos (risas). La época más dura fue a partir del 2004, cuando pasé por varias operaciones. Veía que mis mejores años transcurrían en medio de lesiones y dolores. Recurrí incluso a la acupuntura…¡y me funcionó! Pude volver a entrenar y mejorar otra vez con Azpeitia y, una semana antes de competir en casa, en una cita tan especial para mí como era el Meeting de Avilés, me machaqué lo tendones en un entrenamiento erróneo. Ahí se acabó todo.

El atletismo fue el amor de su vida. ¿Qué le apasiona ahora?
Hago música. Tengo un estudio casero. Y el tema de la ingeniería y las computadoras también me gusta mucho. No es tan emocionante ni tan estimulante como el atletismo, pero bueno.

¿Y qué tipo de música le distrae?
Música electrónica tipo ambient, y también melódica. Intento parecerme, aunque sólo sea un poquito, a mis ídolos que son Jean Michel Jarre o Vangelis.

¿Sigue en tratamiento por depresión?
Sí, pero con mucha menos medicación que al principio. Estoy bien. Me había quemado del todo. Tuve que asimilar demasiados fracasos y hubo un momento que todas las circunstancias que me rodeaban eran negativas, y me hundí. Nunca pensé que me pasaría a mí. Pero la mente tiene sus límites. Cuando las cosas no salen como quiero me agobio mucho. Y supongo que yo soy como el resto de los mortales, que también puedo padecer depresión. Mi vida era la competición y, cuando eso se acabó, me quedé vacío. Y tuve que empezar a salir de mi burbuja, del pequeño mundo que me había formado, y restablecer las relaciones con mi familia y con mis amigos. No es que fueran malas. Simplemente me había aislado demasiado.

¿Viajar sigue siendo un buen método para evadirse?
Uno de los mejores. Me encanta viajar. Era otra de las cosas buenas que me ofrecía el atletismo. Tengo que recuperar más la costumbre de coger el coche y emprender camino allá donde me acojan mis amigos. En cuanto acabe los exámenes, no tardaré en hacerlo. Recuerdo que me encantó Sydney, los australianos, y Japón, por la diferencia cultural. Son sitios a los que me gustaría regresar. Cuando haya dinero, tal vez. Todavía tengo unos ahorrillos de mi etapa como deportista pero…¡hay que ser responsable y guardarlos para el máster! ¿Y la lectura? También me gusta mucho. Leo sobre todo ensayos, no tanto novelas u otro tipo de géneros. Ahora mismo estoy estudiando electromagnetismo en la universidad y me han pasado un libro que fue escrito en 1910 sobre la historia de la electricidad que tiene una visión de la época muy curiosa sobre el tema.

¿Qué va a pasar con el atletismo español? ¿Saldrá de sus horas bajas?
Hay que creérselo más. Es el gran problema que siempre hemos tenido y que seguimos teniendo. El atletismo es un deporte accesible para la gente. No hay más que lanzarse a correr, a saltar, a lanzar. Exige una inversión de tiempo pero no un derroche de medios. Y son muchos los que los practican y hay gente muy buena. España parece que va siempre pidiendo permiso para entrar en la lucha por las medallas. Y lo que tiene que hacer es entrar de frente, sin titubeos, sin preguntar.

1 comentario:

Sebas Guim dijo...

Triste historia de un gran campeón. Estoy convencido de que, si pudiera volver atrás, cambiaría algunas actitudes que tuvo. Le deseo mucha suerte.