CARLOS ARRIBAS
El País.com
Hablan de la soledad del portero ante el punto de penalti,
cuando quien está solo de verdad es el delantero, que es quien fracasa si no
encaja el gol, y su soledad nunca será tan sola como la de un saltador ante un
listón que aún tiembla después del intento de la anterior atleta, ante un foso
de arena que alisan los jueces. Soledades como la de Ruth Beitia, que saltó
1,98m (récord del pabellón de Carabanchel y mejor marca mundial del año
empatada con la rusa María Kuchina) para ganar su 15º campeonato de España en
pista cubierta consecutivo, o como la de Pablo Torrijos, quien ganó pero no
llegó a 17m, el objetivo con el que se sentía comprometido después de haberlo
verbalizado públicamente.
Ante el foso, al final de su carrera de 16 pasos, dos
brincos y un salto, Pablo Torrijos solo piensa en dónde deberá aterrizar para
llegar a los 17m que --desde la grada su entrenador, Claudio Veneziano, lo
percibe--, le obsesionan. Salta seis veces Torrijos y lo hace con seguridad y
firmeza, pero sin genio, sin la inconsciencia que genera su grandeza, que le
hace diferente, sin llegar a la línea que se ha obstinado en superar. “Salta
demasiado consciente de sus movimientos”, dice Veneziano. “Está tan obsesionado
con conseguir una gran marca que se olvida de lo que tiene que hacer para
lograrlo. Corre muy bien y entra a la tabla con más velocidad que nunca, está
muy bien de velocidad y técnica, y con la tensión debida, pero luego pierde el
ritmo”. Habla del triple salto Veneziano, siciliano de Siracusa trasplantado a
Castellón, y habla como un profesor de salsa le hablaría a un alumno que se
sabe los pasos pero que olvida el alma. Dice la palabra clave: relajación.
“Después del primer salto debe dejar que el cuerpo se relaje, que libere la
energía con la que llega cargado y que esa energía se vayan al segundo bote y
al tercero, para que sucedan como una explosión súbita. Y no, no libera la
tensión Pablo”.
Torrijos asiente y recuerda cómo la primera vez que saltó
más de 17m, hace un año en Antequera, lo hizo sin esperarlo y sin ser
consciente de que lo hacía. Y promete que en Portland, donde disputará dentro
de dos semanas el Mundial de pista cubierta, volverá a ser aquel Torrijos con
la fuerza y la velocidad de este.
A Portland viajará con Ruth Beitia, que llega pletórica y
confortada después de haber estado perdida, sentir en el aire un clic liberador
y hallarse a sí misma sobre el listón más alto del año. Hasta enfrentarse, ya
ella concursando contra sí misma, a la altura de 1,93m, la cántabra se distraía
viendo saltar a sus rivales y amigas, a su protegida, sobre todas, a la gallega
Saleta Fernández, una joven de 17 años a quien ha acogido en su casa, y a la
que también entrena Ramón Torralbo, el grande. Su amiga salta 1,83m, la mejor
marca de su vida y mínima para el Mundial júnior, y Beitia es feliz; luego
intenta saltar 1,93m, y dos veces derriba. “Yo me asusté”, dice Torralbo.
“Nunca la había visto así de perdida. Decía que no lograba entrar en la
competición, que no se veía”. Algo debió ocurrir en el tercer intento, que
superó rozando el listón que tiembla, pues ante 1,96m, que saltó a la primera,
y ante 1,98m, a la tercera, no fue la misma Beitia. “Y no sé lo que fue, pero
no fue una cuestión técnica, pues antes ya habíamos abandonado por ineficaz la
idea de una carrera de 10 pasos, uno más de lo habitual, para llegar con más
velocidad. Fue como por arte de magia”.
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