CARLOS ARRIBAS
El País.com
Yulimar Rojas, muy alta y muy joven, una saltadora salvaje,
una fuerza de la naturaleza con la técnica justa y una potencia y velocidad
desmesuradas, instintiva y tan grande, ganó la competición de triple. En los
seis intentos de que dispuso solo en uno el salto fue válido: 14,41m. No
necesitó más la venezolana de 20 años y 1,92m a la que entrena y pule en
Guadalajara y Madrid el gran cubano Iván Pedroso, para llevar a su país el
primer título mundial de atletismo. Su amiga, la española Ana Peleteiro,
terminó 11ª con 13,59m.
Como Yulimar Rojas, Pablo Torrijos, tan alto, se dejaba
llevar el año pasado por su velocidad y sin miedo, espontáneo, pisaba fuerte la
tabla, despegaba y volaba. Llegó a saltar 17,04, batió el récord de España y
logró una medalla de plata en los Europeos de Praga. Ocurrió aquello hace un
año. Con un salto similar no habría sido más que cuarto en un Mundial de
Portland en el que el bronce (el francés Benjamin Comparé, campeón de Europa al
aire libre en Zúrich) valió 17,09m, pero habría mostrado la progresión que se
le espera a un joven de 23 años y que él mismo había anunciado. Claudio Veneziano,
el técnico y maestro del castellonense, ya había alertado, antes de viajar a
Portland, contra los excesivos optimismos y sobre la pérdida de naturalidad de
su atleta, quien deja de correr en los últimos metros y bate en la tabla con
menos velocidad que hace un año. Torrijos saltó 16,67m en la fría Portland, en
un pabellón en el que los espectadores se abrigan con plumas, una marca que le
valió terminar séptimo de una competición en la que se impuso el chino Bin Dong
(17,33m) por delante del alemán Max Hess (17,14m).
Otros dos españoles compitieron el sábado en los Mundiales
en pista cubierta. Uno de ellos, el vallista Yidiel Contreras, se clasificó
para las semifinales matinales del domingo de los 60m vallas (7,69s). El otro,
Jorge Ureña, tuvo una presencia no mucho más larga (8,23s), pero mucho más
sufrida. Después de madrugar para correr los 60m vallas, la quinta prueba del
heptatlón, el atleta de Onil, enfermo desde el día anterior con fiebre, tos y
mocos se retiró de la competición, a la que le quedaban la interminable pértiga
y los 1.000m. Acortó Ureña la tortura y no se quedó, pues ni para recibir
chucherías del generoso campeón, Ashton Eaton, que así mataba el tiempo en la
pértiga, invitando a cacahuetes a sus rivales, ni para aplaudirle puesto en pie
como los más de 7.000 espectadores que llenaban la instalación. Como se
esperaba y fácilmente, con 6.470 puntos, 288 más que el segundo, el ucranio
Oleksy Kasyanov, el intocable Eaton ganó su tercer Mundial en pista cubierta,
con lo que, bromeó, podrá volver tranquilo, con el deber cumplido, a su casa en
la misma Portland, donde le espera su esposa, Brianne Theisen, con la que se
entrena bajo la dirección del mismo técnico, Harry Marra, y a la que tanto
abrazó la víspera cuando ella también ganó du Mundial de combinadas, su
pentatlón.
Después del ensayo general, la feliz pareja solo piensa en
la gran actuación que protagonizarán en Rio en agosto. A España solo, siempre,
le queda Ruth Beitia, que salta el domingo a partir de las 21h.
Eaton es el que más sale en la tele, pero el Mundial de
Portland es una fiesta de barras y estrellas. De las 17 competiciones
disputadas, ocho las han ganado estadounidenses, y 15 de las 51 medallas
repartidas hasta el momento. Serían sido siete oros si Barbara Pierre no
hubiera derrotado por dos centésimas (7,02s frente a 7,04s) en los 60m a la
favorita holandesa Dafne Schippers, quien salió tan mal que su prodigiosa
progresión no le sirvió para alcanzar a la ligera estadounidense. Y podrían
haber sido nueve quizás si en el camino del subcampeón olímpico Erik Kynard no
se hubiera interpuesto Gianmarco Tamberi, un italiano de Ancona con la barba
demediada porque le da suerte y atrae cámaras y fotógrafos, que robó al otro
favorito, el cataría Mutaz Barshim, el papel –después de una batida a gran
velocidad, Tamberi pareció quedarse flotando horizontal en el aire--, y los
gestos de hombre pájaro –tras aterrizar si derribar, se levantó y comenzó a
mover los brazos como si batiera unas alas imaginarias-- después de superar a la
primera los 2,36m que le dieron el título.
Quizás el campeón más inesperado de la tercera jornada fuera
Boris Verían, un grandote de Colorado Springs que hace dos años, cuenta, estaba
tirado en el sofá de un amigo después de dejar colgada la universidad, viviendo
de comida basura, de comerla y de prepararla por las mañanas en un McDonald’s
por ocho dólares a la hora. Por las tardes se entrenaba soñando con ser algo.
Un día le vio Carlos Handler, marido y entrenador de la mediofondista
californiana Brenda Martínez, y le invitó a unirse a su club en Big Bear. Unos
meses después, el verano de 2015, Berian, que sigue dándole a la hamburguesa,
corrió los 800m en Mónaco en 1m 43,34s, el quinto norteamericano de siempre.
Hace una semana, en la misma pista verde de Portland, ganó el campeonato de
Estados Unidos. El sábado, cuando ya oscurecía en la capital de Oregón,
corriendo a lo Rudisha, de front runner, ganó el Mundial con 1m 45,83s, por
delante del sorprendente y diminuto Antoine Gakeme, de Burundi (1m 46,65s) y de
su compatriota más establecido Erik Sowinski (1m 47,22s), y con el título,
40.000 dólares, equivalentes a 5.000 horas de trabajo en McDonald’s.
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